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Combate naval entre el navío Catalán al mando de Serrano y el Mary al mando de VernonBiblioteca Virtual de Defensa

Cuando los navíos españoles de la Armada del siglo XVIII eran superiores a los británicos

España fue una nación volcada a la mar y que se extendía por los inmensos territorios de ultramar americanos y asiáticos, por lo que dependía de los navíos para su empresa de mestizaje, comercio y evangelización

Si bien este titular podría ser considerado como pretencioso en el ámbito cultural anglosajón, esconde una verdad que ha venido pasando desapercibida para la sociedad española, como es que los navíos españoles que sirvieron en la Real Armada del siglo XVIII eran netamente superiores a sus equivalentes británicos. En mi anterior artículo sobre el San Juan Nepomuceno y el Real Astillero de Guarnizo recogí algunos datos que permiten sostener este titular, pero en esta ocasión quiero retomar el caso de la Batalla de Tolón de 1744 y desarrollar esta afirmación.

En nuestro mundo contemporáneo solemos referirnos a la tecnología punta como aquella que ha permitido llevarnos al espacio o la fabricación de potentes chips gracias a las máquinas neerlandesas de EUV «litografía extrema ultravioleta» en Taiwán, pero en los siglos modernos el dominio tecnológico era el que permitía fundir los mejores cañones en el abundante hierro o construir destacados navíos de guerra o mercantes en madera. En esa tarea la España del siglo XVIII fue uno de los aventajados alumnos. Nada más y nada menos que una nación volcada a la mar y que se extendía por los inmensos territorios de ultramar americanos y asiáticos, por lo que dependía de los navíos para su empresa de mestizaje, comercio y evangelización.

Partiendo de los primeros buques de alto-bordo de los siglos XV y XVI, que evolucionarían a los españoles galeones de comercio y guerra del XVII, el siglo de las luces llevaría a que la Real Armada adoptara al navío de línea como columna vertebral de la fuerza naval, tipología a la que aplicaría toda su experiencia acumulada en los siglos precedentes, de la que el constructor naval y marino de guerra Antonio de Gaztañeta es un buen ejemplo.

Antonio de GaztañetaReal Academia de la Historia

Pero regresemos a las frías aguas del Mediterráneo francés en febrero de 1744. Tras más de un año de reparaciones, entrenamiento de sus hombres y preparativos varios, don Juan José Navarro ha recibido la orden de partir del seguro resguardo de Tolón para enfrentarse a una correosa Royal Navy.

En el «orden de batalla» del oficial español puede contar con 12 navíos realizados bajo el sistema de construcción a la española de Gaztañeta y mercantes reconvertidos en buques de guerra en el Arsenal de Cádiz, siguiendo, lógicamente, los principios técnicos de la flota hasta donde sus cascos pensados para las necesidades comerciales permitían. Las Reales Fábricas de Artillería de La Cavada fabricaban piezas, en este momento, de hasta 24 libras de bala –el calibre no se usaba como medida todavía–, por de a 32 de los británicos, es decir, que los buques españoles partían de una desventaja, sumado a que los seis mercantes reconvertidos sólo dispondrían de piezas de a 18 libras de bala.

Si tomamos en cuenta que la Royal Navy tenía más de 2.100 cañones en sus casi 30 buques y la combinada hispanofrancesa no llegaba a 1.900 y que los primeros tenían 10 potentes navíos de tres puentes por un único en la combinada, el Real Felipe, en principio parecía que la balanza recaería del lado de los de Matthews, independientemente, de los acontecimientos del combate que ya he desarrollado en un artículo previo.

Pero mientras que los buques de la Real Armada si podían operar con todas sus piezas, los británicos no podían hacer lo mismo en más de un tercio de su flota compuesta por tres puentes de 80 y 90 cañones.

Estos compactos navíos de triple cubierta, como el HMS Namur –insignia de Matthews– tenían un terrible defecto, debido a que, en apenas unos 49 metros de eslora, la misma que un 70 cañones español o francés, montaban 10 o 20 cañones más lo que obligaba a aumentar su obra muerta y por ende elevaba su centro de gravedad. Esto afectaba a sus cualidades dinámicas y artilleras, ya que cuando navegaban al barlovento, es decir, en la misma dirección del viento, experimentaban un balanceo tan acusado que, al acercarse la primera batería a la superficie del mar, si abrían esas portas el barco embarcaría agua poniendo en riesgo su flotabilidad.

En el caso del combate de Tolón, en esos primeros puentes estaban instalados cañones de a 32 libras de bala, que eran los más potentes, pero que no pudieron ser usados apenas contra la flota española, como acredita la documentación de nuestros archivos. Por todo ello, me parece que el estudio de estos tres puentes ingleses de la primera mitad del XVIII en perspectiva con los doble y triple cubierta españoles, permite justificar el título que encabeza este artículo.