Juan Bautista Antequera, el marino invicto y héroe de la fragata 'Numancia', que pronosticó el desastre del 98
A bordo de la Numancia, el marino invicto se convertiría en el primer hombre de la historia en dar la vuelta al mundo en un barco acorazado
Se cumplen doscientos años del nacimiento de Juan Bautista Antequera –el 1 de junio de 1823– en San Cristóbal de la Laguna, en las islas Canarias. Fue uno de los grandes marinos españoles de la segunda mitad del siglo XIX, y sin embargo, tan desconocido militar invicto que navegó todos los océanos e hizo alarde de su patriotismo en barcos y en despachos.
Juan Bautista Antequera y Bobadilla de Eslava ingresó en la Armada a los quince años. Con diecisiete, había recibido la llamada Laureada de los Mares (Diadema Real de Marina), por una acción en los Alfaques durante la Primera Guerra Carlista y con veinte, obtuvo la auténtica Laureada por otra acción en el puerto de Alicante, alzado contra el Gobierno. A los veintidós se le encargó una curiosa misión: conseguir del llamado Tirano Rosas, presidente de Argentina, la liberación de unos presos españoles.
Antequera fue recibido por el presidente argentino y tras el saludo, el alférez de navío veinteañero comentó al dictador: «Tiene Vd. razón, Señor Presidente, no hace tiempo más que para estar así», lo que despertó la simpatía del rioplatense, que le entregó los presos reclamados. A los veintiocho años navegaba en aguas cubanas combatiendo al temible pirata Narciso López, al que «aligera» de cincuenta piratillas.
A bordo de la 'Numancia'
Tras una brillante participación en la Guerra de África, al mando del Villa de Bilbao, y otra en Nápoles durante las guerras de Unificación Italianas, donde sus oficios diplomáticos fueron premiados por el mismísimo Gobierno napolitano con la Orden de Francisco I; en 1865 se produce un momento clave en su biografía: conocedor de los eventos que estaban aconteciendo en aguas del Pacífico, donde una flota española de cinco barcos enviada en misión diplomática y científica se hallaba al borde de la guerra contra una coalición que forman Chile y Perú, pide voluntariamente embarcarse en la fragata acorazada Numancia, como segundo de su amigo Casto Méndez Núñez, y dirigirse al escenario.
En su periplo, la Numancia se convirtió en el primer barco acorazado de la historia que navega el Atlántico; el primero en cruzar el Ecuador; el primero que atraviesa el Estrecho de Magallanes; y el primero en aguas del Pacífico. Habiendo llegado al escenario, y de acuerdo con el plan de ataque propuesto por Antequera, la fragata acorazada participó en sendas acciones contra los puertos de Valparaíso y El Callao, donde el comandante de la flota, Méndez Núñez, cayó herido de fuego enemigo.
Una vez terminada la acción, Antequera –ahora como comandante de la Numancia– recibió la instrucción de continuar su singladura por el Pacífico y cruzar el Índico. Al llegar al cabo africano de Buena Esperanza se enteró de que la situación en el escenario americano volvía a complicarse, y sin que el Gobierno le obligase a ello, decidió poner proa al mismo. Cuando llegó a Río de Janeiro, la Numancia había circunvalado la Tierra, y su comandante, Juan Bautista Antequera, se había convertido en el primer hombre de la historia en dar la vuelta al mundo en un barco acorazado.
En los tiempos convulsos de la Revolución Gloriosa que depuso a Isabel II, Antequera puso fin a un golpe republicano en Málaga, y luego, en Santa Pola, él solo a punta de pistola, abortó el surgido en el barco Villa de Madrid, por el que le premiarían años después, y a título póstumo, la Regente María Cristina con el título de Conde de Santa Pola, acompañado del lema In loricata nave primus circundedisti me («En nave acorazada fuiste el primero en darme la vuelta»), mismo que recibió de Carlos V Juan Sebastián Elcano, con el añadido In loricata nave («En nave acorazada»).
Junto a ello, inició Antequera una carrera política que le elevó a senador, y sobre todo, a ministro de Marina en dos ocasiones, siempre con Cánovas del Castillo. Se convirtió así en uno de los nueve autores de la Constitución más longeva que haya tenido España, la de 1876, vigente hasta 1931, cincuenta y cinco años pues.
El desastre del 98
Pero por encima de todo, Antequera defendió en sus dos ministerios un plan de renovación para la Armada, pero al contemplar impotente como los necios padres de la Patria le rechazaban uno tras otro en las Cortes, dimitió ipso facto. Fue en esos debates donde pronunciaría palabras tan desgraciadamente premonitorias: «Serán cosa de poca consideración todos los desastres de nuestra pasada historia, cuando a fines del siglo más o menos, se liquiden las cuestiones pendientes». Y así fue. Para su fortuna, Dios le premia con una muerte temprana, que le evitó contemplar el desgraciado 98 que tantas veces había anunciado.
A este marino invicto también se le debe la adquisición del más potente acorazado que existiera en su día, el Pelayo, tan imponente que de él dirá Thomas Jane, editor del anuario sobre barcos de guerra Jane’s Fighting Ships, que solo él, con una flotilla, habría paralizado todo el tráfico marítimo en la costa este de los Estados Unidos durante el 98.
Asimismo, Antequera apoyó de forma incondicional todos los grandes proyectos militares de su época, como el torpedero de Villaamil, o el submarino de Peral. Un suceso destacable de la honestidad que adornaba su persona fue el hecho de que, siendo ministro de Marina, se negó a firmar su propio ascenso a vicealmirante, habiendo de esperar a cesar para recibirlo: «Gracias a Dios que encuentro una persona independiente y digna», dirá Prim de él al conocerlo.
El héroe de la Numancia rendiría, en 1885, un último servicio a la patria cuando –a pesar de no estar obligado– aceptó, pues pensaba que él tenía mayor graduación de la correspondiente al asunto, el mando de la flota española en una arriesgada guerra contra la alemana del canciller Bismarck por el llamado Conflicto de las Carolinas, islas españolas del Pacífico reclamadas por Alemania. Guerra que, por fortuna para todos, no llegó a estallar, al aceptar Bismarck la mediación realizada por el Papa León XIII. Los restos del invicto almirante Antequera reposan en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando.