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María del Rosario de Silva y Gurtubay fotografiada por George Hoyningen-Huene

Dinastías y poder

La desconocida vida de la madre de la duquesa de Alba que murió a los 32 años de tuberculosis

A pesar de la sobresaturación mediática de algunos de sus miembros, otros arrastran una historia menos conocida. Es el caso de María del Rosario de Silva y Gurtubay

Son la dinastía más distinguida de España. Al menos, la más titulada. Casi una década después de la muerte de Cayetana Alba, su nombre y el de su estirpe sigue despertando interés. Le gustaba la Semana Santa, la Maestranza y los toros. En estos días está a punto de cerrar sus puertas, en el Palacio de Liria, una de las exposiciones más exitosas del último año en Madrid: la que vincula la moda con la historia de tan insigne aristocracia. Desde Eugenia de Montijo a la actual duquesa de Huéscar.

De ellos lo sabemos todo, o casi todo. Porque a pesar de la sobresaturación mediática de algunos de sus miembros, otros arrastran una historia menos conocida. Es el caso de María del Rosario de Silva y Gurtubay. Quizá porque falleció joven, cuando apenas pasaba la treintena. Pero tenía ya una hija, Cayetana, que sin duda marcó una época en el siglo XX.

Familiarmente la llamaban Totó. Totó Aliaga. Había nacido en Madrid en 1900, como única hija del duque de Híjar. Su estirpe materna lucía orgullosa el blasón de los Aliaga. Fue Alfonso XIII, íntimo de Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, XVII duque de Alba, quien terminó interfiriendo para que el mejor partido de la época, espigado, culto y dandi, cortejase a la discreta Rosario, dama de la Reina Victoria Eugenia. Era una distinción reservada sólo a las aristócratas escogidas de la Corte y sin duda, la marquesa de San Vicente del Barco lo era.

María del Rosario de Silva y Gurtubay y Jacobo Fitz-James Stuart, duques de Alba en el día de su enlace matrimonial en Londres

El enlace de Jacobo con Rosario se celebró en los salones de la Embajada de España en Londres en octubre de 1920. Fue una boda relativamente discreta debido al cercano fallecimiento de Eugenia de Montijo, exemperatriz de los franceses y tía-abuela del contrayente. El traje de la novia, muy del gusto de entonces, estaba adornado con encajes de Bruselas y el manto era de brocado de plata bordado.

Los recién casados pasaron una temporada en la propiedad que lord Revelstoke poseía en Camberley. Después se instalaron en el histórico Palacio de Liria, pero fueron bastante viajeros. Aunque el duque jamás desatendió sus labores como mecenas de las artes. Por entonces España se desangraba en la guerra del Rif y el modelo político de la Restauración parecía carcomido por el caciquismo. El matrimonio solo tendría una hija.

Dicen que el día del parto, el duque se encontraba en el comedor de palacio en compañía de sus amigos Ortega, Pérez de Ayala y Marañón. El insigne doctor, años más tarde abanderado de la Agrupación al Servicio de la República, asistió en el alumbramiento y comunicó a Jacobo Fitz-James Stuart sobre el nacimiento de Cayetana. Era el año 1926. Pero la madre tenía una salud débil y pronto hicieron su aparición los primeros estragos de la «terrible enfermedad traidora»: la tuberculosis. Pasó largas temporadas en una clínica especializada en Suiza, por lo que trataba poco a la pequeña. La niña tenía prohibido entrar en el dormitorio de su madre para evitar un contagio: era la heredera de los Alba y de los Híjar.

En abril de 1931, los Alba se mantuvieron firmes en la defensa de la monarquía y aunque formalmente permanecieron en España, visitaron en numerosas ocasiones a la Familia Real exiliada. Pero la enfermedad avanzaba y el 11 de enero de 1934, fallecía en Liria la duquesa de Alba. Tenía apenas 32 años. «La muerte de la joven e ilustre dama ha producido hondo duelo en la alta sociedad española», podía leerse en el diario gráfico Ahora (12 enero 1934). Sus restos fueron trasladados al panteón familiar del convento de las Margaritas, en Loeches. Ignacio Zuloaga la retrató alta y esbelta, elegante y jarifa a un tiempo, entre duquesa y maja, envuelta en mantilla negra.

Retrato de la duquesa de Alba, con mantilla española, por Ignacio Zuloaga

Cayetana Alba, entonces duquesa de Montoro, se educó a la sombra de su padre, acompañándole en su destino como Embajador de España en Londres. Vivió con él hasta su boda en 1947 con Jacobo Martínez de Irujo, primogénito de Perico Sotomayor y con planta de actor de cine. Eligió para la ocasión un estupendo traje color marfil de la modista burgalesa Flora Villareal.

Así, las casas ducales de Alba y Sotomayor eran unidas por lazos de sangre. La novia, que gozaba de gran popularidad entre el pueblo, salió de su palacio hacia el templo en un coche a la andaluza tirado por mulas que lucían vistosos arreos blancos.

Alba, que vestía uniforme de Maestrante con el Toisón de Oro y de Carlos III, actuaba como padrino en nombre del conde de Barcelona. En lugar preferente de la catedral se encontraba Carlos de Borbón dos Sicilias y su esposa Luisa, quienes como suegros de don Juan, velaban también por la Restauración. También estaban los duques de Híjar, Montellano, el conde de Teba, la marquesa de Casa Irujo y demás aristocracia patria ferviente en sus principios monárquicos (Abc, 14 octubre 1947).

Pero Franco no figuraba entre los invitados: sería caudillo y generalísimo, pero para ellos seguía pesando el apellido. El duque de Alba fallecerá en Lausane en 1953. Amaba la pintura, la arqueología y la historia.

De esta unión nacieron seis hijos, todos varones menos la menor, Eugenia. En 1998, hace ya más de 25 años, protagonizó una multitudinaria boda con el vástago de dinastía torera, mezcla de Rivera y Ordóñez. La novia lució la imponente diadema imperial de perlas y brillantes que un día había pertenecido a Eugenia de Montijo y que también había llevado su madre en la Catedral de Sevilla.