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«El día más triste en la historia judía», cuando el Templo de Jerusalén fue reducido entre las llamas

La revuelta judía contra Galo, un nuevo intento de conseguir la independencia de Roma

Los judíos, que soñaban con restaurar el reino davídico y tenían en la revuelta de los macabeos su inspiración, habían fracasado una y otra vez, pero vieron una nueva oportunidad

Entre los años 350 y 353 se produjo la Guerra Civil entre el Emperador Constancio II y el usurpador Magnencio. La guerra fue brutal e implicó una serie de alianzas con actores externos como los germanos, a los que Constancio les ofreció la Galia. El objetivo de estas alianzas era debilitarse mutuamente y lograr el poder imperial. La guerra, que fue especialmente virulenta, se cebó en la zona de Dalmacia y Macedonia, rápidamente se extendió a Britania, Hispania, Cartago y Egipto.

La polarización fue tal que hubo alzamientos y batallas en las ciudades entre partidarios de uno y otro aspirante al trono. Esto significó la fractura social del Imperio romano, como fue el caso de los astures autóctonos de Hispania que se alinearon con Magnencio al igual que las tribus bereberes y derrotaron a Constancio II cerca de Cartago, o el de los bárbaros germanos alamanes que estaban posicionados mayoritariamente con Constancio.

Sin embargo, en esa fragmentación se abrió una tercera vía frente a la elección entre dos emperadores romanos: la independencia. Los judíos –que soñaban con restaurar el reino davídico y tenían en la revuelta de los macabeos su inspiración– habían fracasado una y otra vez en la guerra del 66-73; la de Kitos y más tarde en la revolución de Bar Kojba en 132-136, pero vieron una nueva oportunidad.

Instaurar una religión imperial

Estamos en el siglo IV, el paganismo se encontraba en decadencia y los intentos por instaurar una religión imperial habían ido fracasando (recordemos el caso del Sol Invictus de Aureliano), al mismo tiempo hubo una carrera entre cultos: neoplatónicos, mitraístas y cristianismos pugnaban por la hegemonía, aunque ya en tiempos de Constantino el Grande, padre de Constancio II, quedó clara la predominación del cristianismo.

En paralelo, los judíos, ya claramente separados del cristianismo, estaban trabajando en sus textos de la Mishná y la Guemara tomando un camino identitario a la vez convierten ciudadanos y están expandidos por todo el imperio. El apoyo que Constancio II daba a los cristianos frente a los demás provocó que las tensiones entre el cristianismo y judíos / paganos desembocase en furiosos sermones y en un enaltecimiento de ambas estructuras.

Constancio Galo, representado en el manuscrito Barberini del Cronógrafo de 354

Mientras que las tensiones entre las religiones iba en aumento, Constancio II empezó una campaña contra los persas sasánidas. El gobernador sasánida Sapor II se propuso recuperar el norte de Mesopotamia tras cuarenta años de paz en la cual Roma se había asentado ahí tras un anterior tratado de paz. Los persas consideraban que recuperar esa región era vital para el sostenimiento de su imperio.

Era el año 350 cuando las tropas persas estaban a las afueras de Nísibis poniendo a los romanos en un grave aprieto en esas regiones (ya complicadas por la situación en el centro y oeste). En ese momento y viendo el contexto general, surgió un movimiento mesiánico entre los judíos que se basaba en la premisa de que el hundimiento de Roma haría posible la independencia y, ciertamente, en este contexto parecía algo posible.

Conseguir el hundimiento de Roma

Durante el periodo del segundo templo (Siglo VI a.C. siglo I d.C.) la estructura política y religiosa del judaísmo fue propensa a generar rebeliones y alzamientos de tipo mesiánico en la cual las autoridades a veces tenían un papel de represores o de instigadores, dependiendo del momento.

Luego en plena guerra civil con la usurpación de Magnencio, al tener que abandonar el escenario, Constancio II nombró a su primo Constancio Galo como César de Oriente mientras él avanza hacia el oeste. Al llegar Galo a Antioquía, estalló una revuelta judía para sacudirse el yugo romano al difundirse la noticia de la muerte del emperador Constancio II en la Galia.

En este contexto, la zona de operaciones central no es Judea sino Galilea y el alzamiento será comandando por Isaac de Diocaesarea y Patricio (también llamado Natrona por las fuentes judías), un supuesto descendiente de línea davídica. La insurrección, que comienza en 351 dura apenas unos meses, tras el asalto y la toma de un cuartel romano, donde acabaron con la guarnición, los insurrectos incautan las armas y obtienen un botín suficiente como para plantar cara a la maquinaria del Imperio estableciendo una red de control que triangulará las ciudades de Seforis-Tiberias-Diospolis.

Un nuevo fracaso

Tras esto, los insurrectos tomaron Jerusalén acabando con la guarnición de caballería romana que controlaba la ciudad, que era colonia romana desde hacía doscientos años (Aelia Capitolina). Constancio Galo, viendo la situación envió al Magister Equitum Ursicinus a retomar el control, penetrando en territorio galileo asolando las ciudades de Tiberiades, Diospolis (actual Lod) y arrasando Diocesarea (Séforis), donde habían instalado su cuartel general.

Según los libros de los historiadores judíos, Natrona que era uno de los líderes judíos con un fuerte componente mesiánico, murió en combate en 352, año en el que se pone fin a la revuelta.

Al contrario que el caso de Bar Kojba o el posterior caso de la Revuelta contra Heraclio, la rebelión de Isaac y Natrona fue una reacción a la debilidad romana y tuvo el mismo resultado que siempre: represión de los sediciosos y castigo colectivo contra la población judía que vio reducidos sus derechos sociales, políticos y económicos con la militarización de las provincias romanas de Palestina y el despliegue de guarniciones en Galilea.

Sin embargo, a pesar de los restos de destrucción por el conflicto no se impuso un castigo severo a los judíos ni contra sus autoridades o sabios y las relaciones entre judíos y romanos, pues Roma entendió que este poder se opuso, en la medida de lo posible, a los insurrectos fanáticos de ahí el «leve» castigo.