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La «loca heroicidad» del último fuerte español en Sudamérica: Rodil y la defensa de El Callao

La última bandera española sobre suelo continental americano se arrió en enero de 1826 en el Fuerte del Real Felipe de El Callao (Lima), tras uno de los asedios más cruentos y heroicos de la historia

Aunque las últimas posesiones españolas en el hemisferio americano se perdieron en el famoso desastre de 1898, para entonces hacía ya muchos años que se había producido el gran colapso del Imperio Español. La última bandera española sobre suelo continental americano se arrió en enero de 1826 en el Fuerte del Real Felipe de El Callao (Lima), tras uno de los asedios más cruentos y heroicos de la historia.

El Virreinato del Perú, con su capital en Lima, fue siempre el bastión más leal a España durante las largas guerras de independencia de comienzos del siglo XIX. Pero, tras años de combatir casi sin refuerzos contra las fuerzas combinadas de Bolívar al norte y San Martín al sur, finalmente se produjo la rendición definitiva del último ejército realista en la batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Aquel combate se ha considerado normalmente el fin del dominio español en América, pero no todos los realistas estaban dispuestos a asumir la derrota.

Plano del Fuerte de San Felipe el Real del Callao de 1825

Guardando la entrada de El Callao, el puerto de Lima, se alzaba la gran fortaleza del Real San Felipe, un prodigio de la ingeniera española dieciochesca. Antes de partir hacia la batalla de Ayacucho, el último virrey, José de La Serna, había dejado la plaza a las órdenes del brigadier José Ramón Rodil, con 2.800 hombres.

Rodil, aunque solo tenía 35 años, se había ganado ya una gran reputación de militar valiente y duro. Aunque inicialmente había comenzado estudios de filosofía en su Galicia natal, la invasión napoleónica de España le hizo alistarse en 1808 en el Batallón Literario de la Universidad de Santiago, formado por estudiantes voluntarios y que alcanzó gran fama por su arrojo.

Retrato de José Ramón Rodil

Ascendido velozmente a comandante, acabada la guerra con los franceses decidió seguir la carrera de las armas y marchó a América a combatir las rebeliones independentistas. Durante la derrota española de Maipú, Rodil y su batallón «Arequipa», formado casi íntegramente por indios y mulatos, consiguieron resistir heroicamente y cubrir la retirada de sus compañeros.

Tras Ayacucho, las tropas de Bolívar entraron victoriosas en Lima proclamando la independencia de Perú. Miles de civiles favorables a España buscaron protección dentro de los muros del Real San Felipe, la última plaza española que quedaba en el continente. Bolívar exigió la rendición del fuerte, pero la capitulación firmada por el virrey La Serna dejaba libertad a Rodil para decidir si entregar la plaza o no. Aunque no quedaban más tropas realistas en América que pudiesen socorrerlos, el militar gallego tomó la insólita decisión de resistir, dando inicio al sitio de El Callao por las fuerzas combinadas de los ejércitos peruano, chileno, venezolano y colombiano.

La capitulación de Ayacucho (óleo de Daniel Hernández) Orig. filename: «12081117/DSC02279.JPG»

Como explicó Rodil en su Memoria para Fernando VII, escrita durante el propio asedio, su decisión se debió a la convicción de que no estaba en su poder entregar una fortaleza que pertenecía al rey de España, y confiaba en poder resistir lo suficiente como para que las noticias llegasen a Madrid y se pudiesen enviar refuerzos. Bolívar, indignado, intentó aterrorizar a la guarnición española proclamando un bando el 2 de enero de 1825 por el que consideraba excluidos a los defensores de la protección de los principios y leyes del Derecho de Guerra, pero ello no amedrentó a Rodil.

Durante más de un año, la fortaleza resistió el bombardeo constante, la falta de alimentos y las epidemias. La situación fue pavorosa: tres cuartas partes de los civiles refugiados en la fortaleza murieron, y de los 2.800 soldados, en enero de 1826 solo quedaban 400 vivos. Fue entonces cuando Rodil, sabiendo que ya no había esperanza alguna de refuerzos, aceptó la rendición que le ofreció el general venezolano Bartolomé Salom. Rodil y sus hombres pudieron volver a España conservando sus banderas. Para premiar la gesta, se concedieron entre los supervivientes once Laureadas de San Fernando, la más alta condecoración militar española.