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Las Grandes Duquesas Tatiana, Olga, Anastasia y María Románova con su madre la zarina Alejandra, la familia de Nicolás IIWikimedia Commons

Impostores reales

La historia de la falsa Anastasia, la polaca que se hizo pasar por la princesa perdida de Rusia

A partir de 1917 fueron más de diez mujeres las que dijeron ser Anastasia. De ellas una quedó inmortalizada en la película homónima, del año 1956, interpretada por Ingrid Bergman

Al estallar la revolución de octubre de 1917 toda la familia imperial fue detenida por los bolcheviques. El 17 de julio de 1918 la familia imperial estaba detenida en Ekaterimburgo. Ahí estaban el zar Nicolás II, la zarina Alejandra Fiódorovna, y sus hijos Olga, Tatiana, María, el zarevich Alexis, y Anastasia. Aquella noche se les pidió que se vistieran, pues los iban a trasladar a un sitio más seguro.

Los llevaron al sótano de la casa, bajo el pretexto que querían hacerles unas fotografías. Junto a la familia imperial se encontraban el doctor Botkin, la doncella Ana Demidova, el cocinero Ivan Javitonov y el lacayo Aleksei Trupp. Minutos después entró Yákov Yurovski y un grupo de soldados. Con un revólver en la mano les hizo saber que el pueblo ruso los habían condenado a muerte. Disparó en la cabeza del zar y del zarévich. Sus compañeros hicieron lo mismo contra la zarina, las grandes duquesas y el personal de servicio.

La leyenda de la gran Duquesa

La desinformación de los comunistas hizo creer que algún miembro de la familia imperial se había salvado. En concreto el zarévich y Anastasia. A esto se sumó que los cadáveres permanecieron bastante tiempo abandonados en el sótano mientras cavaban la fosa común. Se pensó que alguno de ellos, mal herido, consiguió huir.

La leyenda sobre que la Gran Duquesa Anastasia había conseguido sobrevivir empezaba a tomar consistencia. Era una joven de 17 años y parecía lógico que, gracias a su fortaleza, sobreviviera. Se había cambiado de identidad para no ser ejecutada por los bolcheviques. Todas estas teorías, sin una base sólida, se perpetuaron durante casi cincuenta años. A partir de 1917 fueron más de diez mujeres las que dijeron ser Anastasia. De ellas una quedó inmortalizada en la película homónima, del año 1956, interpretada por Ingrid Bergman. La conocimos como Anna Anderson, pero este no era su verdadero nombre. ¿Cuál fue el origen de esta historia?

Fotografías tomadas a Anna Anderson en el manicomio de Dalldorf tras su intento de suicidio en 1920

El 27 de febrero de 1920 empezó la historia de Anna. Aquel día un policía le salvó la vida. Intentó suicidarse y estuvo a punto de conseguirlo si no llega a ser por aquella intervención. La trasladaron al Hospital Elisabeth de Lützowstrasse. No quiso decir quién era y no llevaba documentación. Las autoridades decidieron internarla en un psiquiátrico en Dalldorf. Aquel intento de suicidio hizo pensar en una enfermedad mental. Aquella mujer desconocida permaneció allí sin que nadie la reclamara.

Una de las internas creyó reconocerla. Comentó que era la gran Duquesa Tatiana. Así se lo dijo a varias personas. Para verificarlo fue a verla la baronesa Sophie Buxhoeveden, que había sido dama de compañía de la zarina. No la reconoció. En cambió el capitán Nicholas von Schwabe y Zinaida Tolstoy, amigos de la zarina, la reconocieron como la gran Duquesa Anastasia.

En 1927 se supo quién era aquella desconocida. De origen polaco, durante la Primera Guerra Mundial trabajó en una fábrica de municiones. Su prometido –llamado Tchaikovski– murió en el frente. Parece ser que la noticia la dejó trastornada. Fue declarada inestable emocionalmente y la internaron en un sanatorio. La desconocida se llamaba Franziska Schanzkowska.

Retrato de la gran Duquesa Anastasia a la izquierda y fotografía de perfil de Anna Anderson a la derechaLibrary of Congress

Aun así el mito que decía que era Anastasia continuó vivo. Se trasladó a los Estados Unidos por invitación de Xenia Leeds, una princesa rusa casada con un rico industrial norteamericano. Antes de su viaje estuvo unos días en París. Allí conoció al gran Duque Andrei Vladimirovich, primo del zar. Este no dudo un solo instante que la joven era Anastasia. A su llegada, para que la prensa estadounidense no la persiguiera, se hizo llamar Anna Anderson.

En los Estados Unidos fue la atracción de diversas fiestas. Allí permaneció hasta 1932. Regreso a Alemania porque le detectaron ciertos problemas mentales que la llevaban a autodestruirse. Fue internada en un sanatorio. Una de sus amigas, Annie B. Jennings le pagó su traslado a Europa. En Alemania el mito sobre su identidad volvió a ser fuente de inspiración de periódicos y cazadores de fortunas. Muchos personajes de la élite aristocrática y burguesa decidieron hacerle caso por ser la única descendiente viva del último zar. Por otra parte, los Romanov que aún quedaban vivos y que habían conocido a la Gran Duquesa Anastasia continuaban reiterando que era una impostora. Otros, cuya confesión fue manipulada, aseguraban que si lo era. La tema era mantener vivo el mito.

En 1968 el profesor de historia y genealogista John Eacott Manahan le pagó un billete para que regresara a los Estados Unidos. Ambos casaron en Charlottesville el 23 de diciembre de 1968. Fue un matrimonio de conveniencia. Convivían en la misma casa, pero nunca consumaron el matrimonio. En el más absoluto de los anonimatos vivió hasta el 12 de febrero de 1984, fecha en la cual falleció.

Seis años después de su muerte se le practicó una prueba de ADN. El descendiente directo Romanov al cual se le tomaron pruebas fue el Duque Felipe de Edimburgo, sobrino nieto de la zarina. Paralelamente se hicieron pruebas a los cadáveres encontrados en Ekaterimburgo. El ADN de Anna Anderson no coincidía con el duque. En cambio sí coincidía con el de Karl Mancher, sobrino nieto de Franziska Schanzkowska. Así quedó demostrado que, en realidad la presunta Anastasia era una operaria de origen polaco que quedó perturbada como consecuencia de la explosión de una granada.