Fundado en 1910

Torre óptica sobre el castillo de Burgos hacia 1870. Fotografía de J. Laurent

El telégrafo óptico: la llegada de una red de mensajería exprés en la España del siglo XIX

De las señales de humo o las palomas mensajeras, el hombre pasó a utilizar la telegrafía óptica, una tecnología rudimentaria para enviar mensajes a lo largo de kilómetros de distancia gracias a las torres de telegrafía que se repartían por el territorio

Quien haya leído la entretenida y melodramática novela de Victor Hugo, El Conde de Montecristo, recordará uno de los momentos climáticos de la misma. El protagonista soborna al encargado de una de las estaciones del telégrafo óptico que conectaba Paris con Hendaya, para que transmitiese la falsa noticia de que el pretendiente Don Carlos había vuelto a cruzar la frontera española. El impacto de la noticia, recogida por la prensa parisina causó un derrumbe inmediato de la bolsa y la ruina del mortal enemigo del Conde, que acaba suicidándose.

Si se recorre el trayecto que va desde la capital de España hasta Valladolid, un viajero observador podrá observar cada pocos kilómetros unas torres aisladas, erigidas en alguno de los cerros que bordean la carretera. Estas torres de tres plantas, todas iguales, se encuentran en diferentes estados de conservación. La mayor parte están medio arruinadas, como tributo al paso del tiempo.

Claude Chappe presentando su telégrafo óptico en Francia

Esta cadena de torres se prolonga hacia el norte, en dirección a Burgos, siguiendo desde aquí, de forma aproximada, el trazado de la Carretera nacional I, que se dirige hacia la frontera francesa. La mejor conservada se encuentra próxima a la localidad de Adanero y se divisa perfectamente en la desviación hacia Valladolid de la Autopista A VI.

La toponimia ha transmitido el recuerdo del uso a que estuvieron destinadas tales torres. Suelen asentarse sobre un cerro conocido como «del telégrafo». Incluso donde ha desaparecido la torre, el nombre se ha conservado, tal como sucede en el puerto de Navacerrada.

Pocas personas relacionan el nombre y las edificaciones con el destino que tuvieron, porque efectivamente, las torres descritas formaron parte en su día de una red de telegrafía óptica, cuya primera línea fue esta de Madrid a Irún, que durante unos años tuvo su importancia.

No solo Francia dispuso en su tiempo de una red de telegrafía óptica, varias naciones construyeron líneas similares. España no quedó ausente de esta innovación y desde el último tercio del siglo XVIII se fueron desarrollando iniciativas para dotar a nuestro país de una red de comunicaciones que era entonces un signo de modernidad.

Torre de telégrafo de Arévalo

La llegada del invento a España

El precursor de la telegrafía en España fue el canario Agustín de Betancourt, un hombre prolífico y polifacético, cuyo genio se empeñó en el desarrollo económico y científico de su patria. Inventor e ingeniero militar de gran mérito fue, entre otras muchas cosas, fundador y primer director en 1802 de la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid.

Betancourt diseñó un sistema de telegrafía óptica más seguro, rápido y fiable que todo el resto de sistemas que se estaban desarrollando en Europa. Fue presentado a la Academia de Ciencias francesa que realizó un informe favorable al inventor español, en comparación a los similares franceses. Vuelto a España construyó la línea de telégrafo óptico de Madrid a Aranjuez, para mantener informada a la corte durante sus frecuentes estancias en el Real Sitio.

El siguiente impulso se produjo a lo largo de la década de los años 30, a principios de la cual se construyó una pequeña red que comunicaba Madrid con los reales sitios. También se construyó una línea militar en la zona norte, para asegurar las comunicaciones durante la primera guerra carlista. Esta red fue utilizada también para transmitir noticias a la prensa, por ejemplo la muerte de Zumalacárregui durante el primer sitio de Bilbao.

Pero el impulso definitivo, como en tantos otros aspectos, se produjo durante la década moderada, a partir de 1845. Se proyectó una red nacional que comunicaría todas las capitales de provincia. Se iniciaron rápidamente las obras, aunque finalmente solo se construyeron tres grandes líneas. La primera en entrar en servicio, ya en 1846 fue la de Castilla, ya citada.

Telégrafo óptico utilizado durante la Primera Guerra Carlista

La segunda línea fue la de Andalucía, formada por 59 torres, que entró en servicio en 1850, aunque no llegó a Cádiz hasta 1851. La tercera Madrid-La Junquera, a través de Valencia y Barcelona, llegó a Valencia en 1849 pero nunca llegó a terminarse del todo. Se construyó también una red en Cataluña para mantener las comunicaciones interiores durante la tercera guerra carlista, obstaculizadas sistemáticamente por las partidas guerrilleras.

Cada torre era atendida por tres o cuatro telegrafistas, que solían vivir en condiciones bastante precarias por el aislamiento en el que muchas de ellas se encontraban. En algunos casos hubo que recurrir a personal militar para atenderlas.

Sin embargo la llegada de la telegrafía eléctrica significó el temprano ocaso de la óptica. Empezó a desarrollarse a partir de 1853. Y ya en 1854 se había completado la línea Madrid-Irún, lo que supuso el cierre de la paralela de telegrafía óptica 1855. En 1857 se completó el desmantelamiento de la red nacional. Un importante esfuerzo de modernización y desarrollo tecnológico que llegó un poco tarde.