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Los hijos reales en 1912: (i-d) Alberto, Juan, Enrique, María, Eduardo y JorgeNational Portrait Gallery London

Dinastías y poder

¿Qué sabemos del príncipe al que los Windsor trataron de ocultar?

Cuando enfermó con tan solo seis años fue trasladado a una casa de campo cercana a Sandringham, para que pudiese vivir en un clima pastoril alejado de los compromisos de la Corte

Ocultar a un hijo enfermo fue un lastre con el que tuvo que lidiar la dinastía real británica a comienzos del siglo XX. Hoy nos parece aberrante. En su tiempo, se entendió como la solución adecuada para un niño que había nacido con episodios de epilepsia y espectro autista. Decían que no avanzaba al mismo ritmo que sus hermanos. El príncipe Juan, el pequeño Jonny, era el menor de los hijos de Jorge V y María de Teck.

Cuando nació en 1905 nada apuntaba a la afrenta que aquello podría suponer para la real familia. Rubio, rollizo y con aspecto saludable. Venía al mundo en los días en los que reinaba su abuelo, Eduardo VII, y era el más pequeño de los hijos del entonces príncipe de Gales. Llegaba detrás de David, Bertie, Enrique y la princesa María, la única niña de los herederos.

Parecía un pequeño risueño, travieso y un poco impertinente, que se atrevía, incluso, a desafiar a su autoritario progenitor. En las fotografías oficiales publicadas con motivo de onomásticas y celebraciones, aparece aún con pantalón corto, vestido de marinero y un más que notable parecido físico con quienes aún mantenían el Sajonia-Coburgo en su linaje. Pero la enfermedad empezó a dar muestras de su evidencia pocos meses antes de que su padre, accediese al trono: en 1910 era proclamado rey de Inglaterra y emperador de la India, en una ceremonia que el joven tuvo que presenciar desde sus dependencias de Buckingham. Tampoco acudió a la coronación.

Príncipe Juan (1905-1919), fotografía de William Harding Lauder, para LafayetteLibrary of Congress

Fueron varios los facultativos que examinaron al joven. El diagnóstico parecía claro. La solución pasó por trasladarlo a una casa de campo cercana a Sandringham, para que pudiese vivir en un clima pastoril alejado de los compromisos de la Corte. ¿Se le podía apartar del mundo sólo por sus necesidades médicas? Tenía seis años cuando lo trasladaron allí en la compañía de su niñera, Charlotte Bill, Nana, de plena confianza en la casa y parte de la servidumbre.

No es del todo cierto que perdiese los afectos de su familia y se tiene constancia de que su abuela, la reina madre Alejandra (viuda de Eduardo VII y nacida princesa de Dinamarca) acudía con frecuencia a visitarle. «Pobre alma inquieta», escribía su madre, la reina Mary.

Para juzgar, habría que situar las circunstancias en su tiempo, cuando, estos trastornos podían derivar en traumáticos ingresos psiquiátrico o tratamientos que, con el avance del conocimiento y la medicina, se han demostrado equivocados. Tampoco es el único caso de un miembro de la realeza europea que vivía distanciado de sus padres por causa de dolencias. En España, el entonces príncipe de Asturias, Alfonsito, Alfonso de Borbón y Battemberg, aquejado de hemofilia, pasaba largas temporadas en El Pardo. También el zarevich, Alexei, descansaba de sus crisis sangrantes en Spala, la finca de caza que los Romanov poseían en territorios polacos y era el perpetuo desvelo de su madre, la zarina Alejandra.

Alfonso de Borbón y Battemberg en uniforme de los Exploradores de España (c. 1918)

El Príncipe Juan dejó de aparecer en las conmemoraciones y homenajes que empezaron a celebrarse con motivo del estallido de la Primera Guerra Mundial. A partir de 1916, no hay constancia del príncipe Juan en los retratos oficiales, aunque se sabe que pasaron con él las navidades de 1918. En este tiempo, su familia, para desvincularse del origen alemán que los unía al kaiser –y primo– Guillermo II, se renombró como Windsor.

Pero Juan no se alistó honorariamente en el Ejército Imperial. Tampoco participó en las labores asistenciales desempeñadas por su madre y hermana María. Seguía en Wood Farm, la cálida granja propiedad de la familia real, con cinco habitaciones, en la que habitaba desde que los episodios de la enfermedad se habían hecho recurrentes. La misma que décadas después elegiría el duque de Edimburgo, esposo de Isabel II, retirado de la vida pública. Lejos del protocolo real.

Los Reyes Jorge V y María de Teck, hablaban de él en la correspondencia que mantenían con sus parientes y muchos familiares regios se interesaron epistolarmente por la salud del príncipe. Pero a comienzos de 1919 su estado se complicó. «Los ataques epilépticos que últimamente habían aumentado terminaron con la vida del Príncipe Juan de Inglaterra, mientras dormía», leemos en el dinástico La Época. Era el 18 de enero. También La Correspondencia de España dio la noticia además de toda la prensa británica. The Daily Mirror, mencionaba su «angelical sonrisa».

Cuando sus padres fueron informados en Londres, se dirigieron inmediatamente a Wood Farm. Fue en el momento de anunciarse su muerte cuando se comunicó públicamente la dolencia que el joven príncipe sufría desde su nacimiento y que la mayoría del pueblo británico desconocía. Los funerales se celebraron en Sandringham, en la iglesia parroquial de Santa María Magdalena. No tuvieron rango de estado, pero resultaron emotivos. Su tumba estaba llena de flores. Para muchos fue el «príncipe perdido» de los Windsor. Tenía trece años y la misma mirada que sus hermanos, los reyes, Eduardo VIII y Jorge VI.