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Fotografía de Edmond Fortier en 1905 que muestra la casa de Tombuctú en que se alojó el geólogo alemán-austriaco Oskar Lenz

El español que participó en la peligrosa aventura de llegar a Tombuctú en el siglo XIX y volver para contarlo

Sin que se tuvieran prospecciones ni idea de las riquezas, fue necesario iniciar una larga serie de viajes de exploración llenos de riesgos, de peligros, de éxitos y de literatura que han quedado ya en la memoria colectiva

A mediados del siglo XIX, las potencias europeas tenían claro que la parte que todavía no ocupaban de África iba a ser objeto de colonización. Se discutirían los modos, los momentos, el reparto y los límites; pero no cabía duda del destino. Era un proceso donde la diplomacia debía sustituir a la guerra, el pacto a la imposición; en definitiva, donde el derecho internacional superaría el derecho de gentes. Un camino lleno de recovecos, desencuentros y tratados que Thomas Pakenham llamó acertadamente The Scramble for Africa.

Como África era un continente en blanco, sin mapas ni conocimientos de la mayor parte del interior, sin que se supiera mucho de sus habitantes, geografía y características. Sin que se tuvieran prospecciones ni idea de las riquezas, fue necesario iniciar una larga serie de viajes de exploración llenos de riesgos, de peligros, de éxitos y de literatura que han quedado ya en la memoria colectiva.

Pero estas sociedades no eran neutras, la mayoría de los grandes viajes contaban con una buena financiación estatal sin la que era imposible realizarlos

En principio, se iniciaron organizados por las sociedades geográficas o científicas que se fueron formando en cada país. Al interés meramente intelectual hay que añadir uno político, la prioridad en el derecho de ocupación. Y otros más, el apostólico de los misioneros, el altruista de los que creían que iba a ayudar al desarrollo, etc. Pero estas sociedades no eran neutras, la mayoría de los grandes viajes contaban con una buena financiación estatal sin la que era imposible realizarlos. Era una manera encubierta de actuar.

En España no hubo tanto interés porque la situación ultramarina en Cuba y Filipinas absorbía casi todos los medios, porque las porciones a las que aspiraba nuestro país eran pequeñas y no había necesidad de ocuparlas y porque Marruecos se llevaba la mayor parte de la política en el continente. Por eso, a pesar de contar con hombres como Bonelli, Iradier, Osorio, Rizzo, Gatell, Quiroga, Cervera y otros perfectamente adecuados a ese tipo de misiones, no se cuenta con grandes descubrimientos.

Un caso singular es el de Cristóbal Benítez. Este hombre había crecido en Marruecos y conocía la vida en el lugar y el idioma. Como Badía, Bonelli o Cerdeira, estaban en el lugar apropiado con los conocimientos necesarios, pero sin que se aprovechara por la abstención oficial. En 1879 se presentó en Tetuán, donde residía Benítez, el doctor Oskar Lenz de la Sociedad Geográfica de Berlín con objeto de introducirse en el interior del continente.

Pero Lenz no hablaba árabe y supo, por algunos de los residentes alemanes en la ciudad que Benítez era un buen intérprete y, además, había viajado por Marruecos, por lo que lo contrató para explorar el Sahara. Comenzaron en viaje en diciembre de 1879 en Tánger. Siguieron por Alcazarquivir hasta Fez. Con paciencia y regalos, lograron del sultán una carta para que todos los bajás del imperio les prestaran protección. Benítez, que fue escribiendo los detalles de su periplo, dejó unas buenas descripciones de Fez y Mequinez y otras ciudades marroquíes abiertas ya a los extranjeros con ciertas condiciones.

Tombuctú visto desde la distancia por Heinrich Barth, el 7 de septiembre de 1853

Benítez no conoció el destino que impulsaba a Lenz hasta que se lo comunicó en el camino de Marrakech a Tarudant para seguir luego al sur. Tuvieron que contratar servidores que conocieran la zona. Algunos de los viajeros que intentaron antes ese trayecto fueron asesinados y otros detenidos. Idearon un sistema que les permitiera avanzar. El argelino que los acompañaba pasaría a ser un xerif de Bagdad y el doctor Lenz un médico turco que no hablaba el árabe. Benítez actuaría de jefe de la caravana al mando del argelino.

El viaje continuó. Salieron de Tarudant, donde habían levantado sospechas, con la protección del jalifa de la ciudad y abandonaron Marruecos atravesando el río Draa. Una caravana de ese tipo, por mucho que llevaran cartas del sultán, inspiraba la desconfianza de las gentes con las que se cruzaban. Benítez, en sus textos, es muy cuidadoso en los detalles que da de la forma de ser y vivir las cabilas del territorio, costumbres, normas, orden e, incluso, la manera de delinquir asaltando viajeros.

Los detalles de su recorrido resultaban inéditos unos y escasamente conocidos otros. Desde el Draa hasta Tinduf había un camino de caravanas, por lo que el viaje se hizo por lugares señalados. Tinduf era un pequeño aduar de unos cien vecinos, fundado treinta años atrás por tener pozos de agua dulce, y descanso de comerciantes que iban desde Sudán a Mogador. Atravesar la hamada y el erg era monótono, también era asombroso ver los paisajes de arena y roca, el horizonte sin vegetación, las montañas. Con las penalidades propias de un desierto inmenso.

Después de siete meses de viaje, Benítez y Lenz llegaron a Tombuctú el 1 de julio de 1880. No fueron los primeros europeos en llegar; ese honor le cabe a René Caillé en 1828 y desde Senegal. Pero sí que fueron de los pocos que llegaron con vida. El 17 salieron de la ciudad con destino a San Luis de Senegal.

Tombuctú mirando al oeste, René Caillié

Si en el viaje a Tombuctú los peligros venían de los pobladores del desierto y la xenofobia de los habitantes, el viaje de salida al mar estuvo amenazado por las fiebres. Escribía Benítez: «Un día tuve el mal gusto de verme en un pequeño espejo que llevábamos en nuestro equipaje, y no me conocí; pues en menos de un mes había cambiado tanto, que de joven de veinticuatro años, fuerte y robusto, me encontraba convertido en un esqueleto cubierto de piel». Todos enfermaron; Benítez estuvo a punto de morir. La vuelta a Marruecos se hizo por mar hasta Burdeos y por tierra atravesando España.

Mientras Lenz contó con el apoyo financiero de la Sociedad Geográfica de Berlín, Benítez era un empleado de Lenz. El primero obtuvo datos para transmitirlos a las autoridades y empresas de su país, conocimiento político y comercial. El segundo apenas tuvo eco en la sociedad española. Lenz publicó su libro Reise durch die Morokko Sahara und den Sudán en 1884, traducido al francés en 1886. Benítez nos dejó una extraordinaria descripción de los países visitados en Mi viaje por el interior de África (Tánger, 1899), basado en los artículos publicados en la Revista Contemporánea en 1881 y en el Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid en 1886.