De la no dimisión de Sánchez a las renuncias más curiosas de la historia de España
Ya sea por presiones externas, desavenencias políticas, problemas personales o incluso dejación de funciones, han sido muchos los presidentes que han abandonado el poder
Cinco días ha tardado Pedro Sánchez, según afirma, en descartar la posibilidad de dimitir como presidente del Gobierno. Se trata de la primera vez que un jefe del Ejecutivo toma la insólita medida de darse un plazo de reflexión, públicamente anunciado a toda la ciudadanía, para decidir si abandonar o no el cargo. La resolución final parece confirmar la máxima tan extendida de que en España no dimite nadie, reflejada desde hace décadas en el juego de palabras que asegura que «Dimitir es un nombre ruso». Pero a pesar de que el apego al cargo no es patrimonio exclusivo de Pedro Sánchez, lo cierto es que en la historia de España se han registrado innumerables casos de dimisiones de jefes de Gobierno.
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En la etapa democrática abierta desde 1978 solo se dio la dimisión de Adolfo Suárez ante el colapso de la UCD y el desgaste político de su figura, pero en épocas anteriores la dimisión llegó a ser una herramienta tan común en la política española que muchos Ejecutivos duraban meses o incluso días.
Quizá la primera dimisión propiamente dicha de un jefe de Gobierno sea la de Ricardo Wall en 1763. Wall era un militar irlandés que, como muchas familias de su patria, tuvo que exiliarse a España para escapar de la opresión inglesa contra los católicos. Hizo carrera en el Ejército español y fue embajador en Londres hasta llegar a Secretario de Estado, que por entonces equivalía a lo que hoy llamaríamos presidente del Gobierno. Wall estuvo al frente del gobierno español desde 1754 hasta 1763, año en que presentó su dimisión al Rey Carlos III.
El motivo de la dimisión fue el fracaso de su política exterior. Wall creía que España debía mantenerse neutral en las guerras que ocupaban a Francia y Gran Bretaña, procurando mantener buenas relaciones con ambas pero sin dejarse arrastrar a conflictos. Esta política chocaba con las posturas de los partidarios de estrechar la alianza con Francia para hacer frente a los británicos, que acusaron a Wall de anglófilo. En 1761 el rey Carlos III, contra la opinión de Wall, rompió la neutralidad y entró en la Guerra de los Siete Años de parte de Francia. El resultado fue una estrepitosa derrota, con la conquista de La Habana y Manila por los británicos. En 1763, una vez firmada la paz que consagraba la derrota, Wall presentó su dimisión y se retiró de la política.
Si Wall dimitió acusado de anglófilo, lo contrario ocurrió con José García de León y Pizarro (1770-1835), diplomático y ministro en varios gobiernos de Carlos IV y Fernando VII. Encabezó el gobierno de España dos veces (1812 y 1816-1818), pero su primera experiencia apenas duró unos meses antes de presentar la dimisión. En 1812, España estaba invadida por las tropas de Napoleón y el gobierno, refugiado en Cádiz, se encontraba bajo asedio y contaba solo con la ayuda de las tropas británicas del Duque de Wellington. Pizarro fue nombrado Secretario de Estado por las Cortes por su experiencia diplomática, pero apenas llegó al cargo, intentó limitar el excesivo control que, a su parecer, tenían los británicos sobre la política española. En septiembre de 1812, la mayoría liberal de las Cortes votó nombrar a Wellington comandante en jefe y generalísimo del Ejército español, en contra de la opinión de Pizarro. Negándose a aceptar el que un extranjero dirigiese las tropas españolas, el ministro presentó su dimisión y abandonó el gobierno.
El gobierno de Estanislao Figueras (1819-1882) tampoco llegó al año de duración, pero su dimisión fue más sonada. Elegido primer presidente de la I República Española al ser proclamada en 1873, tuvo capitanear un gobierno débil y dividido entre las luchas cainitas de las facciones republicanas, incapaz de controlar la situación revolucionaria desencadenada en España. La muerte de su mujer y su mala salud se añadieron a las presiones constantes y la falta de apoyos para convencerle de abandonar el cargo. El 10 de junio, con la mayor discreción, el presidente entregó su dimisión al vicepresidente del Congreso y acto seguido tomó un tren camino de Francia. Esta huida hizo que se le atribuyese la popular frase para justificar su dimisión ante el Consejo de Ministros: «Estoy hasta los cojones de todos nosotros».
Quizá el caso más extraordinario sea la dimisión de Manuel Portela Valladares (1867-1952). Político liberal gallego, fue nombrado presidente del Gobierno de la Segunda República en diciembre de 1935 tras la caída por corrupción del gobierno de Lerroux. Portela fue elegido por el presidente de la República, Alcalá Zamora, para que construyese una alternativa de centro liberal que pudiese presentarse a las elecciones de febrero de 1936. Sin embargo, la falta de carisma y apoyo popular de Portela frustraron su intento y cuando se produjeron los comicios, su Partido de Centro Democrático apenas obtuvo votos, mientras que el Frente Popular encabezado por el PSOE parecía imponerse. Asustado por el fracaso y temiendo una revolución, Portela Valladares se negó a convocar el Estado de guerra, como pidió el por entonces Jefe del Estado Mayor, Franco, y decidió dimitir en mitad del proceso de recuento electoral, dejando de forma efectiva el poder en los líderes frentepopulistas.
Ya sea por presiones externas, desavenencias políticas, problemas personales o incluso dejación de funciones, han sido muchos los presidentes que han abandonado el poder. Por ahora, Pedro Sánchez parece decidido a hacer lo que sea necesario para no engrosar esta lista.