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La toma del fuerte San Juan de Ulúa en 1825

La rendición del fuerte San Juan de Ulúa, el último reducto español en México

Los cañones del fuerte que apuntaban hacia el mar como defensa ante agresiones exteriores se giraron hacia la ciudad de Veracruz

En 1820 la situación en Nueva España estaba tranquila. Los focos insurgentes parecían vencidos y el pueblo aparentaba conformidad con el gobierno virreinal. La rebelión era cosa de algunos líderes que se habían quedado sin adeptos y en la Corte se enviaron refuerzos al Río de la Plata por considerar que allí la situación era más comprometida.

El pronunciamiento de Riego ese mismo año en Las Cabezas de San Juan cuando debía acudir con un ejército de refuerzo a América, creó desconcierto entre los españoles y dio bríos a los independentistas. Una grave crisis que el virrey Apodaca no supo lidiar y que sirvió para que un personaje ambicioso, Agustín de Iturbide, aprovechara la oportunidad que se le abría dentro de la inquietud y el miedo a lo que pasara para ponerse al frente de las fuerzas independentistas.

A Iturbide lo consideraban traidor porque era el hombre designado para prolongar la presencia española

Iturbide, un militar español que fue condenado por malversación y luego rehabilitado, se pasó a los independentistas después de haberse reunido con Guerrero haciendo creer a Apodaca que había logrado un acuerdo de paz. Era un absolutista que renegaba de la Constitución de Cádiz y del liberalismo. Poco a poco las desafecciones en el ejército realista fueron masivas y el sostenimiento de la soberanía española se fue convirtiendo en una quimera.

Apodaca fue cesado en el cargo que desapareció con él. El gobierno liberal español, que había suprimido los virreinatos convirtiéndolos en provincias, nombró a Juan de O’Donojú, pero no como virrey sino como jefe político superior o gobernador constitucional. O’Donojú llegó a una entente con Iturbide, el Plan de Iguala que certificaba la independencia, y el Tratado de Córdoba, nombre de una población cercana a Veracruz, en el que admitía muchas de las reivindicaciones de los mexicanos.

Creyendo apaciguar las pretensiones de los contrarios solo consiguió, como suele suceder en estos casos, darles mayor impulso. Lo que pretendía era una especie de confederación, con un rey español en México y con Iturbide de presidente. Una de las cláusulas de Córdoba obligaba a evacuar al ejército realista de la ciudad de Veracruz. Ante la situación, algunos militares españoles reaccionaron contra las cesiones.

Contaba Veracruz con un importante bastión militar a orillas del mar, el fuerte de San Juan de Ulúa. Mandaba las fuerzas José Dávila que se negó a obedecer a O’Donojú y se encerró en el fuerte con Novella, el virrey interino tras la marcha de Apodaca, el marqués de Vivanco o el brigadier director de Ingenieros Francisco Lemaur. A Iturbide lo consideraban traidor porque era el hombre designado para prolongar la presencia española y a O’Donojú un hombre débil sin capacidad para negociar y que había sobrepasado en mucho los poderes que le otorgaron en España. Los cañones del fuerte que apuntaban hacia el mar como defensa ante agresiones exteriores, se giraron hacia la ciudad de Veracruz.

A O’Donojú lo consideraban un hombre débil sin capacidad para negociar y que había sobrepasado en mucho los poderes que le otorgaron en España

Iturbide entró en la ciudad de México a finales de 1821 con el llamado Ejército Trigarante. Intentó organizar el nuevo país. Las tropas españolas iban abandonando el país y solo resistían algunos núcleos, cada vez más débiles. El revanchismo de los nuevos dueños de la situación hacía salir a la población española. Los políticos pro españoles del Congreso mexicano fueron arrollados por la fuerza de los seguidores de Iturbide que, borracho de poder, se hizo proclamar emperador.

España había enviado a comisionados que trataran de hacer volver a Iturbide al orden, puesto que la independencia no estaba reconocida en Madrid. Estos comisionados llegaron a San Juan de Ulúa desde Cuba. El fuerte era ya el símbolo de la Corona española y ejemplo de una resistencia a muerte. Iturbide y Guadalupe Victoria trataron de negociar con los resistentes. México dependía mucho de la plata de las minas, pero para obtenerla necesitaba el mercurio que llegaba de España. Ningún barco entraba en Veracruz sin que lo quisieran los dueños del fuerte y no había otro puerto de entrada.

Plano y panorama de la fortaleza de San Juan de Ulloa en 1838, en el momento del conflicto entre Francia y México

En 1823 Iturbide abdicó y huyó a Italia, dejando el país en un vacío idóneo para que aparecieran nuevos hombres dispuestos a ser poderosos. El general Santa Anna impuso una nueva forma de gobierno en la que no cabía ninguna negociación. En septiembre de ese año los mexicanos decidieron bloquear el fuerte español y comenzar las hostilidades. El 25 Lemaur, que había sustituido a Dávila, decidió bombardear la ciudad que ya dominaban los mexicanos.

La situación en el fuerte era difícil. No era una posición grande como lo fue Orán, sino un castillo sobre una isla rocosa y ventosa, con poco espacio y sin posibilidades comerciales. La única ventada era que dominaban el mar y podían ser aprovisionados por los barcos que llegaban desde Cuba. Pero la pérdida de México, que siempre provisionó de fondos para mantener el gobierno cubano, se notó en La Habana. No obstante, ante las adversidades, los españoles se mantenían en su posición.

El fuerte era ya el símbolo de la Corona española y ejemplo de una resistencia a muerte

En 1825 el brigadier José de Coppinger sustituyó a Lemaur y los mexicanos redoblaron sus esfuerzos apoyados por barcos mandados por Bolívar. «La eficacia del bloqueo de la nueva armada mexicana, reforzada por tripulaciones inglesas y la irrupción a última hora de barcos colombianos fueron factores decisivo», escribe Segura Just en Los últimos de América (Madrid 2022).

San Juan de Ulúa resistía mientras llegaban refuerzos y bastimentos desde La Habana. En octubre de 1825, la expedición española con hombres, armas y alimentos salida desde Cuba fue hostigada por los barcos mexicanos y no pudo llegar a Veracruz. Coppinger ya solo tenía sesenta hombres de armas, algunos marineros, poca comida y mucha enfermedad dentro de los muros.

Su esperanza era la llegada de la flota perdida. Había pactado una tregua con los mexicanos que ya había vencido sin que tuviera otra salida que la capitulación el 17 de noviembre. Dos días después, los héroes de la resistencia tenaz salían de la última posición española en México. Los españoles abandonaban el poder de la América continental en el norte, aunque resistían en El Callao y Chiloé.