Fundado en 1910

Tercera Guerra Carlista. Batalla de Lácar por Enrique Estevan y Vicente

La batalla de Lácar o cuando las tropas carlistas estuvieron a punto de apresar al Rey Alfonso XII

Teniendo los liberales tomado el pueblo de Lácar y otras localidades vecinas la tarde del 3 de febrero de 1875 los carlistas asaltaron el pueblo por sorpresa, capitaneados por el propio pretendiente don Carlos

En 1872 estalló en España un nuevo alzamiento de carlistas armados que, contra todo pronóstico inicial, lograron consolidar sus posiciones al año siguiente. El caos generado por la proclamación de la Primera República, su decisión de abolir las quintas sin haber formado un ejército nacional de voluntarios, la indisciplina que generaron las primeras órdenes republicanas, la desunión de políticos y militares buscando pronunciamientos para monopolizar el poder, facilitaron el avance de las banderas carlistas.

La figura de Alfonso XII

Entre 1873 y 1874 se sucedieron las batallas, avances y retrocesos sin que las fuerzas militares liberal lograran acabar con los focos carlistas en el norte peninsular totalmente. A finales de ese último año, se produjo la restauración de la Monarquía en la figura de Alfonso XII. Su gran mentor político, Antonio Cánovas del Castillo decidió acabar con la guerra por dos vías: el acuerdo y la represión.

Se prometieron indultos a los carlistas que abandonaran las armas, con garantías de reintegración al Ejército para sus oficiales y perdón para los guerrilleros. La propaganda alfonsina actuó con suma precisión, anunciando el reconocimiento del hijo de Isabel II por el mítico general Ramón Cabrera y algunos altos militares legitimistas. Aún más trascendente fue el reconocimiento que la Santa Sede realizó del monarca y su régimen, lo que restó legitimidad a los carlistas para presentarse como los modernos cruzados, únicos valedores del Papa y de la Iglesia Católica. Indistintamente, el reconocimiento del gobierno francés dificultó la acción de los legitimistas españoles en ese país.

La guerra se decidió en los campos de batalla y no resultó nada fácil al ejército liberal su victoria final

Sin embargo, la guerra se decidió en los campos de batalla y no resultó nada fácil al ejército liberal su victoria final. En enero de 1875, las fuerzas alfonsinas emprendieron una ofensiva definitiva y a la que concurrió el propio monarca, el cual se dirigió a los soldados carlistas vascos y navarros animándoles a finalizar la guerra: «¿Qué motivos tenéis para proseguirla? Si acudisteis a las armas movidos de la fe monárquica, ved ya en mí el representante legítimo de una dinastía que fue con vosotros lealísima hasta su pasajera caída. Si ha sido la fe religiosa la que ha puesto las armas en vuestras manos, en mí tenéis ya al rey católico como sus antepasados. Soy a la verdad también, y seré rey constitucional, pero vosotros, que tan grande amor tenéis a vuestras libertades veneradas, ¿podéis abrigar el mal deseo de privar de sus legítimas y ya acostumbradas libertades a los demás españoles?»

La sorpresa de Lácar

Los generales liberales decidieron liberar Pamplona del cerco carlista que la agobiaba desde hacia tiempo. Se consiguió despejar el Carrascal y penetrar en la capital navarra. Ya fuera debido a la presión de sus tropas, a una orden de don Carlos VII, o a una decisión particular, el general carlista Mendiri decidió atacar la columna del general Bargés, acantonada en Lácar el día 5 de ese mes.

Fotografía de Don Carlos durante la guerra rodeado de voluntarios

El ejército carlista estaba formado por diez batallones navarros, cinco aragoneses, cuatro castellanos, uno riojano, uno alavés, los guías del rey, siete baterías con un total de 42 cañones y dos regimientos de caballería. A su frente se puso el propio Carlos VII, mientras el joven e inexperto Alfonso XII se hizo aconsejar por su ministro de la Guerra, el capitán general Joaquín Elío. Pese a las objeciones y reparos que puso Mendiri, el pretendiente comprendió que resultaba preciso mantener la iniciativa y señaló como objetivo el pueblo de Lácar.

Alfonso XII tuvo que retirarse con sus oficiales tras dos horas de combate

Según describió un testigo de la batalla en sus memorias, el oficial carlista Rufino Peinado, los alfonsinos, mandados por su rey, consiguieron ocupar Lácar y Lorca, amenazando la capital carlista, Estella. Por ello, Mendiri organizó el asalto a las poblaciones situando por el noreste a la brigada navarra, mandada por Pérula; Carpintier con los guipuzcoanos atacó por el norte, mientras los castellanos, con Cavero al mando, atacaron por el oeste. La brigada alavesa empujó por el suroeste. Carlos VII con su Estado Mayor situó el puesto de mando en la ermita de Alloz, dominando todo el paisaje. Al poco tiempo de iniciarse el asalto vinieron las tropas del marqués de Valdespina con las del conde de Bardi a reforzar el ataque carlista y todo el cerco se lanzó en furioso ataque a la bayoneta, que hizo a los alfonsinos evacuar sus posiciones y Lácar. Alfonso XII tuvo que retirarse con sus oficiales tras dos horas de combate.

Al frente de la caballería carlista se encontraba el conde de Bardi, cuñado de Carlos VII, que ganó en esta acción la cruz de San Fernando. El resultado fue desfavorable a los liberales, que perdieron tres cañones, cuatro cureñas, dos mil fusiles y numerosos cajas de municiones de cañón y fusil. Las bajas también fueron numerosas, pues los carlistas perdieron 30 hombres y 200 quedaron heridos, mientras los liberales contaban 88 muertos, 445 heridos y 452 extraviados. La derrota de los alfonsinos fue completa y a poco estuvo el joven rey de ser hecho prisionero. Sin embargo, nuevamente, la falta de disciplina de los voluntarios carlistas y la ausencia de caballería ligera impidieron consolidar la victoria.

No obstante, los carlistas consiguieron armas y pertrechos y se hicieron más de 500 prisioneros. Los alfonsinos acordaron, entonces, suspender las operaciones hasta que tuvieran aseguradas las líneas del Arga y del Monte Esquinza, reduciendo al mismo tiempo los focos del Centro, Levante y Cataluña, para poder disponer de más soldados para atacar el fuerte reducto del Norte. En compensación de la derrota de Lácar, el rey Alfonso XII entró triunfalmente en Pamplona el 7 de febrero y, dos días más tarde, pasó el río Ebro por Castejón, visitando en Logroño al general Espartero, el viejo líder progresista, todo un calculado gesto político hacia la opinión pública liberal. La guerra, sin embargo, duraría un año más y no se subestimaría la capacidad bélica de los carlistas.