El general masón y republicano que dijo que 'no' al mando único de Franco
Miguel de Cabanellas, destacado general curtido en las campañas africanistas y antiguo superior de Franco, fue el único miembro de la Junta de Defensa que se opuso a su nombramiento como caudillo en 1936
«Ustedes no saben lo que han hecho, no le conocen como yo que lo tuve a mis órdenes. Si le dan ahora España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie le sustituya ni en la Guerra ni tras ella, hasta su muerte» fueron las palabras del general de la V División Orgánica, Miguel Cabanellas, el único general que se opuso al mando único de Franco.
Un general curtido en las arenas de África
Miguel Cabanellas Ferrer –no confundir con Carlos Asensio Cabanillas, también militar y destacado hombre del régimen franquista– procedía de una familia de tradición militar de Cartagena. En 1889 ingresó junto con su hermano Virgilio en el Ejército y su primer destino fue la Guerra de Cuba de la que tuvo que regresar por enfermar gravemente de fiebre amarilla.
Pero fue su carrera como militar africanista la que le hizo destacar, como a muchos de los generales del bando sublevado. En 1909 Cabanellas, nombrado capitán desde 1897 por sus anteriores hechos en armas, fue destinado a la Guerra de Marruecos –el «coladero marroquí»–.
En las arenas del desierto marroquí comenzó la carrera meteórica del general de icónica barba blanca. El capitán sobresalió en las escaramuzas de Barranco del Lobo, la toma de Ait-Aixa y de Monte Arruit, en la acción de los Llanos de Garet, las incursiones en el valle del Termis o el avance en Zeluán. También fue director del regimiento de Cazadores de Victoria y de los Húsares de la Princesa, hasta que fue promovido a general de brigada en 1919.
Además, de ser el principal promotor de la creación de una unidad de indígenas para la contienda marroquí, los posteriores «Regulares», cuando Cabanellas ostentaba el cargo de comandante en 1916, tuvo bajo sus órdenes a dos jóvenes tenientes, Francisco Franco y Emilio Mola. De su conocimiento directo del militar gallego surgió su desconfianza, y expresó el «egocentrismo» del teniente.
Entre la masonería y la política
Cuando Cabanellas era el encargado del Gobierno Militar de Alcalá de Henares fue consultado por Miguel Primo de Rivera para unirse a su golpe de Estado en 1923. Rechazada la oferta, el militar fue relegado a la jefatura Militar de Menorca y después de la cuestión artillera de 1926 ingresó en la lista de generales cesados de manera inmediata en la que se encontraba Queipo de Llano.
Preso de la inactividad y relegado a un papel secundario en la vida militar española, el africanista se unió al intento de golpe de estado de Sánchez Guerra contra el dictador que fue frustrado por la Policía. Con la llegada de la República, fue rehabilitado el 15 de abril y volvió a la primera línea de actuación como jefe de la Capitanía de Andalucía hasta que tras la «sanjurjada» fue nombrado sustituto del general Sanjurjo en la Dirección General de la Guardia Civil en 1932.
La adhesión del militar a la República fue más que notable, y destacó por su amistad con el líder republicano, Alejandro Lerroux por el que llegó a presentarse como candidato del Partido Republicano Radical y consiguió un escaño por Jaén en las elecciones de 1933.
Asimismo, se trayectoria como general y político es paralela a su afiliación a la masonería. Su expediente masónico le sitúa en las logias madrileñas «Mare Nostrum» y «Condorcet» hasta su traslado a Zaragoza, donde mantuvo buenas relaciones con la logia «Constancia».
Republicano pero sublevado
Aunque fue un ferviente republicano, Cabanellas se unió al golpe de estado de 1936 debido a que consideraba que la República se había tornado en una anarquía. Pero el general siempre defendió que la sublevación se haría con la bandera tricolor y bajo los acordes del himno de Riego. A su vez, nada le repelía más que la sublevación se convirtiera en una dictadura militar.
Convertido en jefe de la V División Orgánica de Zaragoza por mandato de Portela Valladares en enero de 1936, fue precisamente el cargo que le convirtió en una figura imprescindible para los sublevados, pues sería el encargado de marchar hacia Madrid. Aunque estuvo con la República hasta el último momento, Senén Fernández en su biografía del general incluida en la serie de libros La Guerra Civil Mes a Mes relata que fueron fuentes franquistas las que afirmaron que un joven oficial le dio un minuto para elegir bando mientras le apuntaba con una pistola en la sien –para desprestigiar al general–.
Cabanellas expresó su deseo de que el poder total no recayera sobre una persona, sino que se conformara un triunvirato para evitar la «locura»
Cuando el 24 de julio se conformó la Junta de Defensa Provisional, Cabanellas –debido a la desaparición de Sanjurjo– fue elegido jefe supremo debido a su antigüedad, pero no pudo eliminar su fama de republicano y masón por la que mantenía una relación tensa con sus compañeros: los generales Mola, Saliquet, Dávila y Ponte; y los coroneles Moreno Calderón y Montaner.
En el momento en el que se negoció la posibilidad de unir las jefaturas de Tierra, Mar y Aire en una única persona como esfuerzo para ganar la guerra, Cabanellas expresó su deseo de que el poder total no recayera sobre una persona, sino que se conformara un triunvirato para evitar la «locura». Tras las llamadas telefónicas de Mola y Queipo de Llano esa misma noche, el jefe de la V División Orgánica decidió a regañadientes firmar el decreto por el que se entregaría el mando único a Francisco Franco para convertirse en caudillo.
Aun habiendo firmado, el viejo general sentenció ante sus compañeros que: «Ustedes no saben lo que han hecho, no le conocen como yo que lo tuve a mis órdenes. Si le dan ahora España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie le sustituya ni en la Guerra ni tras ella, hasta su muerte». Siendo estas palabras su propia tumba, pues Franco jamás olvidaría tal afrenta y no dudó en demostrarle quién ostentaba la autoridad.
Tras la toma de posesión de Franco el 1 de octubre de 1936, Cabanellas quedó relegado a un puesto meramente honorífico como inspector general del Ejército y pasó sus últimos meses pasando revista por los diferentes campos de batalla hasta su muerte el 14 de mayo de 1938.
En su biografía ya mencionada, Senén Fernández cuenta que la última venganza de Franco contra él ocurrió con su mismo entierro. Mientras el general pidió un acto familiar y sencillo, fuera de los honores de su cargo, su entierro tuvo la opulencia que nunca deseó, siendo presidido por Queipo de Llano como sustituto de Franco, que se encontraba en el frente y su féretro acompañado por miles de falangistas con el brazo en alto –saludo que siempre había odiado–.
Asimismo, tras su muerte, su despacho de Burgos fue registrado y sus papeles destruidos, como si Miguel Cabanellas Ferrer jamás hubiese existido.