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Los últimos de Filipinas

La noticia que hizo desistir en su heroica defensa a los últimos de Filipinas

Se encerraron en la iglesia reforzando las defensas exteriores aprovechando el muro de la huerta, cavaron trincheras y se aprestaron a resistir hasta la llegada de refuerzos sin saber que no iban a llegar

Los hechos son conocidos. Se ha escrito mucho sobre ellos y ha servido de argumento a dos películas españolas con el mismo título: Los últimos de Filipinas. La primera es de 1945, dirigida por Antonio Román, en parte dentro de la propaganda imperial franquista pero fiel a los hechos. La segunda de Salvador Calvo de 2016 que tergiversa la personalidad de los encerrados en un guion absurdo. Hubiera sido más correcto ajustarse a los hechos o imagina una ficción sin protagonistas reales. La primera se rodó en Málaga y la segunda en Canarias y Guinea Ecuatorial, en Ureka, donde el río Eoli desemboca en el mar desde la altura formando una cascada única. Además hay otra filipina titulada Baler.

En 1898 Filipinas dejó de ser española con la capitulación de Manila. Era insostenible militar, política y económicamente. Pero las comunicaciones con las posiciones del interior eran difíciles porque el bosque lleno de enemigos y el mar estaba bloqueado por los americanos. Así no resulta extraño que las tropas españolas acantonadas en Baler no tuvieran conocimiento de lo que se firmó. Se encerraron en la iglesia reforzando las defensas exteriores aprovechando el muro de la huerta, cavaron trincheras y se aprestaron a resistir hasta la llegada de refuerzos sin saber que no iban a llegar.

Pasados los días, las enfermedades y las balas fueron diezmando al contingente español. El capitán De las Morenas, al mando, murió de fiebres y fue sustituido por el teniente Saturnino Martín Cerezo, un extremeño de Miajadas.

Un militar disciplinado, seguro en el mando, buen estratega en ese tipo de guerra, sereno y organizado. El libro en el que explicó su versión de los hechos, El sitio de Baler (1904), ha sido un ejemplo de literatura militar y fue pronto traducido al inglés para que los enemigos aprendieran de la tozuda resistencia española en condiciones muy difíciles. Más de un año estuvieron encerrados, sitiados por los enemigos, soportando hambre, enfermedad y deserciones.

No podía creer que ellos estuvieran combatiendo y España se hubiera rendido tan pronto y entregado Filipinas a cambio de una indemnización

Al menos en tres ocasiones le llegaron a Martín Cerezo mensajes. Pero no se fiaba, creía que se trataba de añagazas del enemigo, falsas noticias camufladas de apariencias de veracidad. No podía creer que ellos estuvieran combatiendo y España se hubiera rendido tan pronto y entregado Filipinas a cambio de una indemnización. Pero esa era la realidad. Estas situaciones extremas de defensa a ultranza de una posición de escaso valor estratégico y seguramente insignificantes en el total de la guerra, siempre suscitan la pregunta clave: ¿mereció la pena el sufrimiento, la muerte, el hambre? Si los extenuados españoles se hubieran rendido, nadie se lo hubiera reprochado. Pero nunca se conoce el final de los acontecimientos ni el conflicto en su totalidad. En algunas ocasiones las guerras se han ganado por la obstinación titánica de unos pocos. Y, además, la obligación del militar en ese momento era resistir hasta la extenuación.

Tres mensajes ignorados

Sobre si Martín Cerezo pudo conocer verazmente la capitulación de Manila el 13 de agosto, hay opiniones. Estos hechos los ha analizado José Valbuena García en su libro Más se perdió en Filipinas (2021). En tres ocasiones el teniente recibió nuevas sobre los que pasaba. El 20, dos frailes capturados por los filipinos, llevaron noticias a los sitiados. No los creyeron, no aportaron pruebas. Ni siquiera los frailes estaban muy convencidos de que las noticias fueran exactas. El general Agustín había dictado un bando de guerra que prohibía atender a los ruegos del enemigo en una plaza sitiada.

En octubre, el padre de las dos niñas encerradas con su madre dentro de la iglesia también comunicó la rendición. No le hicieron caso creyendo que estaba obligado por los filipinos. Lo mismo ocurrió con un capitán de la Guardia Civil, prisionero de guerra. La carta del gobernador civil de Nueva Écija, Dupuy de Lome corrió la misma suerte. España había salido de Asia y un puñado de españoles se mantenía en Baler, diezmados por el beriberi, organizando salidas suicidas para buscar alimentos e incendiar posiciones enemigas sin que llegaran los ansiados refuerzos.

En febrero de 1899, llegó el capitán Olmedo con instrucciones del gobierno de España para que desistieran de la defensa. Llevaba una carta del general De Los Ríos, comandante político-militar del distrito de Príncipe al que pertenecía Baler. Los periódicos llevados por los sitiadores explicando los detalles de la situación también se toman por falsificaciones. El arzobispo de Manila, enterado del asunto, decide comunicar la rendición por medio de los marinos del Yorktown, un barco americano arribado a la playa el 12 de abril de 1899. En Manila los periódicos españoles comentan el abandono de los héroes de Baler.

Toda Filipinas estaba llena de prisioneros españoles, para el mando los de Baler eran otro problema más y no el principal. No obstante, hacen un último intento por medio del teniente coronel Aguilar que llegó a bordo del Uranus. Era mayo y fue el último intento. Tampoco fue atendido. Aguilar estuvo varios días de conversaciones, explicó la derrota con palabras sinceras, pero sin éxito. Escribió a De los Ríos: «que sus esfuerzos habían tropezado con una obstinación jamás vista o un esfuerzo perturbado».

El final es sabido: lo que no pudieron cartas y enviados se solucionó cuando Martín Cerezo vio en uno de los periódicos la noticia de la boda de un compañero. Eso no podía haber sido inventado. Entonces se decidió la salida, no fue una rendición sino una evacuación con sus armas y bandera. Tratados como héroes desde entonces en adelante. Aquel obstinado extremeño se había limitado a cumplir el artículo 748 del Reglamento Militar de Campaña: «Recordando que en la guerra son frecuentes los ardides y estratagemas de todo género, aún en el caso de recibir orden escrita de la superioridad para entregar la plaza, suspenderá su ejecución hasta cerciorarse de su perfecta autenticidad, enviando, si le es posible, persona de confianza a comprobarla verbalmente». Había creado un modo de conducta en la guerra.