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Acoso a un capitán en su camarote. Ilustración de Howard Pyle

Acoso a un capitán en su camarote. Ilustración de Howard Pyle

El temido y sangriento español que se convirtió en el «último pirata del Atlántico»

Soto tenía una indudable capacidad de liderazgo, aunque la usara para el mal. Fue convenciendo a tripulantes poco escrupulosos hasta que formó una banda

Benito de Soto Aboal fue un aventurero transgresor. Un pirata, es decir un delincuente de los mares. Los piratas han gozado siempre de cierta simpatía romántica. Tal vez sea debido a que los corsarios atacaban las flotas enemigas en caso de guerra. O quizás porque se enfrentaban a la autoridad que siempre imaginamos privilegiada y arbitraria. Ciertas novelas y películas contribuyeron a esa imagen fantástica.

La corta vida de este pontevedrés nacido en 1805, solo vivió veinticinco años, es poco ejemplar pero muy atractiva como aventura. Tanto que algunos lo ponen como el modelo de Espronceda en La canción del pirata, aunque lo más probable es que el poeta usara varios modelos para que su imaginación volara libre. Aventurero de segunda, corsario chapucero y con mala suerte. En todo caso, es el ejemplo de que el mal camino conduce a la horca y que librarse de salteadores de los mares era una ventaja para el viajero honrado y el comerciante que se arriesgaba.

Soto era hijo de una familia pobre y muy numerosa. Como tantos otros estaba abocado a la miseria y la necesidad, por lo que se marchó a América con el fin de mejorar. Existía entonces un comercio que dejaba pingües beneficios: la trata de esclavos. Y se enroló en barcos que ejercían la piratería atacando a otros barcos negreros para capturar la mercancía humana. Privaban de esclavos a los brasileños y los llevaban a Cuba. Ya como capitán de la goleta La Burla Negra anduvo entre África y América haciendo todo tipo de presas y amasando una fortuna. Se cuenta que en 1821, cuando Perú cayó definitivamente en manos de Bolívar, algunos españoles residentes en Lima lo contrataron para que los llevara a ellos y sus riquezas a Manila, el puerto español más próximo. A todos los mató para quedarse con el botín. Sus riquezas siguen escondidas en la isla de Trinidad.

Como señala Gerardo González de Vega en Mar brava. Historias de corsarios, piratas y negreros españoles (2013), en 1827 andaba por Río de Janeiro buscando donde enrolarse cuando hizo sociedad con otros dos marineros con problemas con la Justicia. En esos momentos se encontraba aparejando el barco negrero Defensor de Pedro. Portugal había prohibido la trata, pero las autoridades toleraban esas prácticas. Brasil y Argentina estaban en guerra y el barco iba armado en corso. Y allá se enrolaron los tres aventureros.

«La Burla Negra» acosando por popa al The Morning Star, primera víctima de Soto, según un grabado de Frederick Whymper (1838-1901)

«La Burla Negra» acosando por popa al The Morning Star, primera víctima de Soto, según un grabado de Frederick Whymper (1838-1901)

Soto tenía una indudable capacidad de liderazgo, aunque la usara para el mal. Fue convenciendo a tripulantes poco escrupulosos hasta que formó una banda. Tenía planes para apoderarse del barco una vez cargado de africanos y llevarlos a Cuba para la venta. Una pelea imprevista adelantó su diseño. Tomaron el mando, desembarcaron a los tripulantes no adictos y mantuvieron a los que eran necesarios para navegar y se hicieron a la mar sin cargar esclavos. Decidieron esperar a encontrarse con otro barco negrero, abordarlo y quitarles la carga. La suerte fue por otro lado.

El 19 de febrero de 1828 se cruzaron con una fragata inglesa con pasajeros a bordo que regresaban de la India, la Morning Star. Arramblaron con lo que les pareció valioso: joyas, dinero, piedras preciosas… Tras el saqueo y la violación de las mujeres, encerraron a los tripulantes y pasajeros en las bodegas y barrenaron el barco. Unos días más tarde, abordaron la fragata americana Topaz. Después de otra orgía de sangre, y capturado el botín, le prendieron fuego con los ocupantes dentro.

Mujeres asaltadas en su cabina por los piratas de Benito Soto. Grabado de 1856

Mujeres asaltadas en su cabina por los piratas de Benito Soto. Grabado de 1856

Soto siguió por el mar abordando barcos con poco interés (el Cessnock y el New Prospect) y consiguiendo botines de muy poco valor, hasta que decidió ir a Galicia y dedicarse al contrabando. No eran sus mejores días. Había caído en la cara pobre de la fortuna. Pusieron rumbo a Gibraltar, pero la poca práctica los llevó a embarrancar en Cádiz. Las borracheras cogidas por los piratas bisoños les soltó la lengua, presumieron de aventuras y fueron apresados, encontraron en el casco varado algunos efectos de los barcos asaltados. Pero Soto pudo huir a Gibraltar.

La suerte hizo que la Morning Star no se hundiera y fuera tomada como presa en salvamento acabando en Londres. Un antiguo pasajero estaba en Gibraltar en esas fechas y reconoció a los piratas. Con pruebas irrefutables, los piratas fueron condenados a muerte. Los que estaban detenidos en Cádiz acabaron fusilados ante la muralla y Soto fue ahorcado en Gibraltar.

Su historia fue desentrañada, siguiendo los legajos de los procesos, por el marino Joaquín María Lazaga en Los piratas del Defensor de Pedro (Madrid 1882). Del dictamen fiscal del teniente de navío José Lasso de la Vega extrae este párrafo: «Pasan de setenta y cinco las vidas que mandó quitar, sin que para ninguno de los homicidios que se ejecutaron experimentase el más leve riesgo ni oposición, pues todos estos actos de inaudita crueldad pasaron sin combate ni disputa, y sin aquella gloria que suele constituir el renombre de algunos insignes malhechores».

En 1904 unos trabajadores descubrieron en la playa, donde había acabado el Defensor de Pedro, una gran cantidad de monedas de plata mexicanas. En el carnaval del año siguiente, El Tío de la Tiza creó una canción para sus coro Los Anticuarios que todavía se sigue cantando: «Aquellos duros antiguos»….

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