Las grabaciones secretas que se guardaban en un sótano de la Casa Blanca y derrocaron a Nixon
Estas cintas fueron cruciales en el caso Watergate, una investigación periodística sobre el espionaje ilegal llevado a cabo por el Gobierno estadounidense que acabó con la presidencia de Richard Nixon
Entre 1971 a 1973 se produjeron una serie de grabaciones en las cuales el presidente de los Estados Unidos Richard Nixon hablaba con funcionarios de su administración, su familia y personal de la Casa Blanca. Las grabaciones jugaron un papel clave en el caso Watergate, una investigación periodística sobre el espionaje ilegal llevado a cabo por el Gobierno estadounidense que acabó con la presidencia de Nixon. ¿Cómo se pudieron producir esas grabaciones?
En febrero de 1971 se instalaron una serie de micrófonos en el Despacho Oval, en la sala de reuniones y otras zonas de la Casa Blanca y en Camp David, la residencia de fin de semana del presidente. Las grabaciones finalizaron el 18 de abril de 1973, dos días después de estallar el Watergate. Se supo que existían estas grabaciones cuando Alexander Butterfield, asesor de la Casa blanca, declaró en el Senado ante el Comité Watergate. Al tener conocimiento de las mismas el Comité se las requirió a Nixon. Este se negó a entregarlas. Finalmente el 29 de abril de 1974 aportó la transcripción de parte del material grabado y relacionado con el Caso Watergate.
Grabar las conversaciones era la manera más segura de confirmar lo que se había dicho durante una reunión: no había posibilidad de decir o hacer lo contrario, pues existía constancia de lo dicho. La instalación de micrófonos corrió a cargo del Servicio Secreto de los Estados Unidos. Las cintas se fueron almacenando en una habitación en el sótano de la Casa Blanca. Las grabadoras estaban programadas para que, cuando hubiera sonido en alguna de las salas se disparara el sistema y empezara a grabarse lo que ahí ocurría o se decía.
Esto solo lo conocían H.R. Haldeman, jefe del Gabinete de la Casa blanca y el presidente Richard Nixon. Estos debemos añadir a alexander Butterfield y Lawrence Higby y los técnicos del Servicio Secreto. En el sótano de la Casa Blanca se almacenaron más de 3.000 horas de conversación. De ellas sólo 200 se refieren al Watergate.
Que existían grabaciones, como hemos dicho, se supo en julio de 1973. Butterfield es el que dio la información. Nixon cuando se las pidieron, se negó a entregarlas. ¿Por qué? Gracias a un cierto privilegio ejecutivo constitucional y porque eran vitales para la seguridad nacional, tal y como argumentó. Al final se llegó a un acuerdo. Nixon pidió que el senador demócrata John C. Stennis revisara las cintas, las resumiera e informara al fiscal especial. No le salió bien la jugada a Nixon. Por eso le ordenó a Elliot Richardson que despidiera a Archibald Cox, fiscal del caso Watergate, pero Richardson se negó y presentó su dimisión. Sucedió lo mismo con el fiscal adjunto William Ruckelshans, pero éste fue despedido al negarse. Fue Robert Bork, procurador jgeneral y jefe interino del Departamento de Justicia quien finalmente echó a Cox. El 1 de noviembre de 1973 Nixon nombró a León Jaworski como abogado especial.
Hay que recordar, con respecto a Nixon y a Cox, con respecto a las cintas que, aquella confrontación se conoce como masacre del sábado por la noche. El corresponsal de Times Anthony Lewis al respecto escribió…
«Si Cox y su personal no hubieran sido tan hábiles y tenaces, fácilmente podrían haber caído en una docena de agujeros de procedimiento en el camino del caso de las cintas... Pero es evidente que había algo más que la noche del sábado y sus secuelas. Todo dependía de las actitudes públicas, que a su vez dependía de la lectura del público sobre el carácter de un hombre. Yo mismo estoy convencido de que el carácter de Archibald Cox era esencial para el resultado. Nixon y sus hombres nunca lo entendieron; asumieron que Cox debía ser un conspirador, como ellos, cuando era tan recto como para acercarse a la ingenuidad».
Cox, cuando consideró tomar el trabajo, dijo: «Creo que a veces es eficaz no ser desagradable, en un mundo-aunque desagradable, que puede tomar un poco de tiempo para que las personas se dan cuenta de eso».
A pesar de esto se produjo un pequeño error por parte de la secretaria de Nixon, Rose Mary Woods. Esta presionó, por equivocación, un botón, grabando una conversación y borrando otra. El trozo borrado era una conversación entre Nixon y H. R. Haldeman, justo después de estallar el caso Watergate. A Wood se le pidieron explicaciones, sobre todo el juez Sirica, encargado de juzgar el Watergate. No había una explicación inocente para el borrado de esa cinta. La clave era un pedal que controlaba la máquina de transcripción que, paree ser, Wood apretó mientras llevaba a cabo la conversación y permitió que aquella parte de la cinta se borrara. En total desaparecieron 18 minutos y medio de conversación del 20 de junio de 1972. Aún hoy en día se desconoce de que estaban hablando Nixon y Haldeman.
Con respecto al resto de cintas, Nixon entregó 1.200 páginas de transcripciones, pero se negó a entregar las cintas, aludiendo un el privilegio ejecutivo. Las transcripciones fueron rechazadas. El Tribunal supremo le ordeno a Nixon la entrega de las cinta. EL mismo Tribunal determinó que Nixon se equivocaba al afirmar que cualquier tribunal estaba obligado a respetar cualquier reclamación presidencial del privilegio ejecutivo. Estas se entregaron en 5 de agosto de 1974. Entre ellas estaba la famosa de la «pistola humeante». En ella queda probado que Nixon era conocedor de lo que ocurrió en el Watergate. Nixon tuvo que aceptar la culpa y declarar que había engañado a los Estados Unidos. Eso sí, también comentó que había tenido un lapsus de memoria, por eso no dijo la verdad. Como consecuencia de ello, el 8 de agosto de 1974 tuvo que dimitir como presidente de los Estados Unidos. Actualmente las cintas se conservan en la Biblioteca y Museo Presidencial de Richard Nixon en Yorba Linda, California.