Entrevista reportero en conflictos armados Hernán Zin: «La guerra es una gran escuela de vida porque ves lo mejor y lo peor de la condición humana»
Con más de 20 años de experiencia relatando los conflictos armados de más de 80 países, Hernán Zin afirma a El Debate que su hoja de ruta ha sido siempre «amplificar la voz» de las víctimas
«He estado en guerras donde no iba nadie. Me sentía útil en Sudán, en Uganda, en el Congo... porque no había otros periodistas», confiesa Hernán Zin, reportero de guerra y reconvertido escritor y cineasta. Acaba de publicar Lecciones de una vida en guerra (Plaza & Janés), un libro en el que recopila «22 enseñanzas de 22 años en la guerra». Anécdotas y experiencias desfilan por estas páginas en las que el reportero argentino rememora los episodios más importantes de su carrera.
Desde que tuvo que abandonar la primera línea de los conflictos armados a causa de su salud mental, no ha cesado en su búsqueda de las claves para llevar una vida con mayor serenidad, templanza y plenitud. Lecciones de vida en guerra ha sido su resultado, un testimonio vital que puede ayudarnos a comprender el mundo que nos rodea y a nosotros mismos.
–¿Cómo consigue uno adaptarse a la 'vida normal' tras haber pasado 20 años en la guerra?
–He pasado 22 años de mi vida en las zonas más peligrosas y conflictivas del mundo. Y cuando de repente me he obligado a estar aquí a tiempo completo en España y en Europa, en el mundo civilizado, entre comillas, pues me cuesta mucho adaptarme. Y ahí empiezo a buscar las lecciones del Hernán pretérito, del Hernán del pasado para ver qué puedo aplicar de la guerra a mi vida cotidiana. Es un libro que tiene anécdotas y lecciones muy prácticas sobre cómo vivir, porque cuando ves la vida desde la guerra no puedes más que dar las gracias a todos los que tienes, relativizar los problemas, reírte de todo, dejar afuera el ego, no pelearnos por tonterías...
Veo en Occidente, en Europa, en España, mucho ruido, muchos problemas inventados, mucho ego
Realmente en esta lotería de los códigos postales nos hemos ganado el gordo y a veces nos olvidamos. Entramos en la rutina cotidiana y cuando abres la lente y miras la guerra, dices: «de qué me quejo si lo que tengo que hacer es devolver al mundo la suerte que tengo de haber nacido en esta parte del planeta». Veo en Occidente, en Europa, en España, mucho ruido, muchos problemas inventados, mucho ego, mucho cotilleo, mucha palabra que no se cumple. Y eso en la guerra no lo veía. Entonces creo que la guerra es una gran escuela de vida, porque ves lo mejor y lo peor de la condición humana.
–En su libro habla de lecciones como transformar las debilidades o conquistar el silencio...
–Yo estudié políticas internacionales, no supe nada de periodismo. Me costó. Esas fueron mis debilidades. Me encantaba contar historias, pero no, no estudié eso. Pero precisamente eso me dio muchísima más libertad a la hora de hacer mi primer artículo, mi primer libro, mi primera película... pues no tenía ese canon. En ese sentido fui libre. Cometí muchos errores, pero todo fue un aprendizaje. Entonces eso, convertir tus debilidades en tus fortalezas –en todos los sentidos de la vida– es lo más inteligente que puedes hacer: tengo estas flaquezas, pues le voy a dar la vuelta y convertirlas en mis fortalezas.
Es cierto, no soy periodista, no soy cineasta, no soy escritor de formación, pero eso me ha hecho mucho más libre a la hora de crear. Y bien o mal, el año pasado tuve una de las series de más vistas en Netflix: 13 días, por ejemplo. Creo que esa es una clave. Que nuestras flaquezas, nuestras debilidades no sean un lastre, sino que sean algo en lo que tenemos que trabajar.
Y en cuanto al silencio viniendo de un argentino es un oxímoron. Porque realmente estoy todo el día hablando con gente. Pero si no me escucho a mí mismo en medio de toda esta cacofonía de mensajes... ¿cómo sé quién soy, qué quiero? Hay que hacer mucho trabajo interno y la naturaleza da mucho silencio. El mar para mí es fundamental: es un lugar donde me encuentro a mí mismo y donde me contesto a mis propias preguntas, las más importantes. Quién soy, qué quiero ser, por qué estoy aquí, qué puedo hacer con lo que con las herramientas que tengo... Entonces el silencio es fundamental.
En el libro hablo de un «paso intermedio». Por ejemplo, si a ti te agreden; tu respuesta inmediata es agredir. Pero hay un paso intermedio de silencio donde tú tomas distancia. Yo creo que por eso sigo vivo, a pesar de haber estado tanto en la guerra, porque siempre he tenido como una cierta distancia con las cosas. Entonces hay un momento de calmar al ego, tomar distancia, analizar...
Este libro lo escribí para mí, para aprender yo, porque había cosas que no entendía. Entonces me ha ayudado mucho. Me lo dijo Marian Rojas, que es mi terapeuta. Me dijo: «el día que seas aquí como eras en la guerra, te va a ir de maravilla». Pues en eso estoy. Y trato de aplicar todo lo que aprendí en la guerra aquí. Y me está yendo muy bien. Después de unos años perdido, ahora me está yendo todo fenomenal, porque es así: «No hay miedo. Reírse de todo. Cero ego. Generosidad absoluta. Vivir en el presente. Mirar para adentro. Manejar el silencio. Comprender lo afortunados que somos. Compartir. Ser generosos. Ser brazos abiertos y pensar mucho en el momento de la muerte». En esta sociedad metemos a la muerte bajo la alfombra. Nos da como pudor, mientras que otra sociedad está muy presente y la muerte te da la dimensión justa de todos estos problemas y te pone todo en perspectiva. En el libro yo invito a la gente a la que la viva al máximo, sin miedo, sin ansiedad, aprendiendo a equivocarse y a volver a ponerse de pie, como se hace en la guerra.
–¿Siempre supo que quería dedicarse a esto, querer contar las cosas que no se cuentan en la guerra?
–Cuando empecé a viajar y me fui a vivir a Asia y vi a los niños en la calle en el Tíbet, en Calcuta... dije: «Tengo que equilibrar la balanza, tengo que hacer algo para que estos niños tengan una infancia sana, con amor». Y ahí, como no sé hacer nada útil más que escribir libros, hacer películas, me dediqué a eso. Muchas veces en la guerra me hubiese gustado ser médico, ser cooperante, ser abogado. Pero bueno, solo sé tomar apuntes de lo que me cuenta la gente. A la gente le sirve también porque muchas veces no quieren que los grabes, pero igual yo me siento una madre que la que hay una bomba en Gaza –he estado en todas las guerras de Gaza, salvo esta última que no me han dejado entrar, pero iré en breve–. Les sirve igual que alguien de fuera se preocupe por ella. Y sea en Gaza, en Afganistán, en Líbano, en Congo. Ya solo escuchar a alguien en el peor momento de su vida, creo que puede ser terapéutico. Estar ahí cuando la gente sufre, para mí tiene un valor importante.
–Ha estado en más de 80 países: Afganistán, Somalia, Kenia, Tanzania, Gaza... De todos ellos, ¿en cuál ha sido más difícil ejercer como periodista?
–Todas las guerras en la que he estado; Afganistán, Somalia, Siria, Congo, he estado mucho en guerras donde no iba nadie. Me sentía muy útil en Sudán, en Uganda, en el Congo, porque no había otros periodistas. Entonces sentía que mi trabajo con las películas o en los libros iba a traer más impacto. Y bueno, y era más útil que cuando vas a un conflicto donde hay 200 periodistas. El trabajo más difícil que hice fue en Somalia 2010/2011, porque el país estaba un 90 % tomado por Al Qaeda. Era muy peligroso ir, había una hambruna donde murieron 150.000 personas, sobre todo el cólera. Y yo quería estar ahí. Estuve insistiendo tanto para que se abriese esa puerta que cuando se abrió, me tuve que lanzar. Como dijo Julio César, al cruzar el Rubicón: alea jacta est; «la suerte está echada».
También es cierto que no dejas de ser un visitante VIP. Es cierto que Al Qaeda va por ti, pero también te puedes ir cuando quieras en general. 2010 en Somalia fue muy duro por lo que vi, lo que sufrí... era una constante amenaza: tuve un coche bomba en el hotel, iba con gente armada que me protegía, pero solo podía parar los lugares tres minutos. Era una ansiedad constante. Era muy difícil. Aunque los locales me decían que debía marcharme, yo decía que me quedaba, que necesitaba hablar con las madres, explicar esto. Fue muy duro. De hecho volví a Madrid muy, quemado de aquel viaje, de aquellos dos viajes a Somalia.
–Entonces, ¿cuál diría que ha sido su hoja de ruta para escribir sus artículos, libros, guiones de películas?
–Mi guía cuando hago un documental como Nacido en Gaza, Nacido en Siria, La guerra contra las mujeres –que están en Netflix– o Morir para contar. O cuando hago un libro como Lecciones de una vida en guerra o Llueve sobre Gaza o el antepenúltimo que saqué que es Querida guerra mía es que la gente tiene voz, pero lo que pasa es que no se la escucha y hay que amplificarla. Porque en el momento que tú entiendes a esa madre en Gaza, a esa madre Somalia, a esa madre y esos niños que han visto a sus vecinos decapitados por el ISIS en Alepo y tú les amplificas la voz o al menos intentas que el mundo escuche y tengo la esperanza de que reaccione.
Creo que los periódicos hace un gran trabajo a la hora de dar la última noticia, pero estamos ahora hablando de 30.000 muertos en Gaza y podrían decir 300.000 que no significa lo mismo. Pero cuando tú escuchas a esa persona... Por eso Nacido en Gaza, que son diez niños durante el anterior conflicto en Gaza, fue el documental más visto a nivel mundial en Netflix, porque en el fondo sirvió para ponerle a esos 30.000 o 40.000, lo que sea –nadie tiene la cifra exacta–voz, nombre e historia. Pero lo importante es eso, es amplificar la voz de la gente, porque los que tienen el poder tienen mucho control sobre el discurso y tienen mucha preeminencia.
Ya solo escuchar a alguien en el peor momento de su vida, creo que puede ser terapéutico
Pero a mí me gusta escuchar a la gente de a pie. No hace falta irse a Somalia para buscar un ejemplo de vida. Lo puedes tener en la puerta de tu casa. El tema es que tengamos como sociedad los valores invertidos, que aquí lo que importa es la influencer de turno o gente que bueno que tiene su mérito, pero que no son ejemplos de resiliencia, de superación. Entonces lo que trato es darle vuelta a esa pirámide, invertirla, digamos, escuchemos a los que están abajo a ver que nos pueden enseñar. Y bueno, a veces se dan cambios y a veces no, claro.
–Planea volver a Gaza, ¿con qué perspectivas afrontas este nuevo conflicto?
–He cubierto todas las guerras en Gaza desde 2006 y es la primera vez que no dejan que entremos periodistas y me parece un error. Me gustaría estar ahí con la gente, me gustaría estar ahí contando lo que pasa y creo que en breve iré porque es muy importante. Cada uno puede tener la opinión que quiera sobre este conflicto que lleva 35 años y yo respeto todas las opiniones, pero un ejército que tiene una tasa en el cual el 90 % de la gente a la que mata son niños y mujeres, no hace las cosas bien. He estado en muchas guerras, he estado con muchos ejércitos. Existe lo que llaman Rules of engagement (Reglas de enfrentamiento) que son las reglas de cuando disparar, cuando no; cuando proteger a los civiles, proteger a la prensa, proteger a los trabajadores humanitarios... Por supuesto que el ISIS no respetaba eso, porque no era un ejército, era una panda de fanáticos delirantes deleznables. Y por suerte ha desaparecido. Pero lo que son las fuerzas israelíes, lo que están haciendo muy parecido.
No puede ser que el 90 % de las víctimas sean civiles. No puede ser. Algo está haciendo muy mal. Y eso necesita una condena de la humanidad. No puede resolver un tema así de esta manera. Y sobre todo, que es recurrente: 2006, 2008, 2014, 2010, 2024. No es la primera vez. Y Hamás es algo que ha aparecido hace 30 años. Antes de Hamás había estado la OLP. Esto es un círculo, en el libro me refiero al «círculo del trauma del perdón». Hay que terminar, hay que cortarlo de raíz. Entonces mi opinión sobre este conflicto es que me gustaría estar ahí con las mujeres, con los niños y poder contarlo desde su perspectiva, a ver si el mundo reacciona y poner fin a esta locura.
–Rodeado de tanta crueldad, violencia, problemas... ¿ha perdido en algún momento la esperanza?
–Tengo mucha fe en la condición humana. Y es por el conocimiento empírico. Haber estado en tantos países, con tanta gente, tantas tribus, tantas razas, de lugares tan diversos... el 98 % de la gente que conocí en mis viajes solo quiere vivir bien con su familia, con la gente que quiere tener un trabajo digno; no pide más, y eso me da esperanza. Me da esperanza que, a pesar de que en la guerra he visto psicópatas –lo que yo llamo la danza de los psicópatas– que son felices por matar o violar a la gente, también he visto que el 99 % de la gente lo que quiere es cuidar a su familia. He visto los mayores actos de heroísmo en la guerra. Ves la condición humana en blanco y negro. Y me quedo con ese blanco, con esa luz de gente capaz de sacrificarlo todo por la causa. De esos abuelos que protegen a sus nietos, de esa gente que a pesar de que destruyeron su casa, una y otra vez sigue para adelante. Ves que es tan fuerte la condición humana cuando se ponen en su mejor estadio, que no puedes más que tener esperanza de que eso al final termine prevaleciendo.