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La Teniente Geneviève de Galard-Terraube (derecha) con Lucile Petry en 1954

Picotazos de historia

Genevieve de Galard, el ángel de Dien Bien Phu

Fue la única mujer enfermera en la batalla de Dien Bien Phu, que selló el final de la presencia francesa en Indochina

El pasado 30 de mayo entregó su alma a Dios Genevieve Marie Anne Marthe de Galard Terraube. Llevo tiempo con su nombre apuntado en una libreta donde anoto futuros artículos, los «por escribir» que a veces se materializan, y ahora, con motivo de su fallecimiento, es buen momento para hablarles de esta mujer que alcanzó el grado de Gran Cruz de la Legión de Honor y que recibió la Cruz de esta misma orden, creada por Napoleón I, y la Cruz de Guerra en el mismo campo de batalla.

Genevieve (1925 – 2024) fue hija de un miembro de la nobleza vieja de Francia –los Galard Terraube son la rama principal del linaje de los Galard– que falleció cuando ella tenía nueve años de edad. Terminado el instituto estudió enfermería licenciándose en 1950 y los que la conocían no se sorprendieron en absoluto cuando ingresó en la Fuerza Aérea, aprobando los cursos de enfermera de rescate aéreo (equivalente al para médico de una ambulancia de urgencias pero recogiendo al herido en el frente de combate).

Genevieve se hizo mundialmente famosa por ser la única mujer europea en el interior de la fortaleza sitiada y duramente castigada por la artillería enemiga. El 28 de marzo de 1954, llevando a cabo la que sería la última operación de evacuación médica de Dien Bien Phu, el avión C47 en el que viajaba fue averiado teniendo que tomar tierra en la deteriorada pista de aterrizaje de la base. Careciendo de piezas de recambio para su reparación, el avión sería destrozado por la artillería enemiga esa misma noche.

Infantes franceses en sus trincheras cerca de Dien Bien Phu

Atrapada dentro de la base, Genevieve se ofreció para trabajar en el hospital de campaña que dirigía el comandante médico Paul Henri Grauwin. El hospital, excavado en el subsuelo en su mayor parte, se encontraba abarrotado de heridos graves y moribundos –en un momento dado el perder una mano no era motivo suficiente para ser eximido de combatir–; el suelo formaba un palmo de fango pegajoso y repugnante compuesto por las heces, los vómitos, la sangre y la carne humana.

Ese lugar, sumado a las altas temperaturas tropicales y los altísimos indices de humedad, era el criadero perfecto para todo tipo de infecciones y enfermedades que, casi invariablemente, conducían a la muerte. Hasta el mismo día de la rendición de la plaza –7 de mayo de 1954– Genevieve trabajó agotadoras jornadas en medio de las peores y más desesperantes circunstancias posibles; siempre consolando y asistiendo a los heridos y moribundos.

Aportando humanidad, una sonrisa y la compasiva y consoladora feminidad que es tan altamente apreciada por los soldados heridos y, por lo tanto, en una situación de especial necesidad emocional. Este hecho es tan notorio que incluso un misógino declarado como lo fue la Mariscal de Campo Montgomery declaró que la labor de las enfermeras no podía ser igualada por los enfermeros, por mucho que se dijera lo contrario.

Genevieve, que se vestía con los restos de ropa que le daban y que dormía en un rincón del hospital separada por una manta a modo de cortina, perdió diez kilogramos durante esas semanas y cariñosamente era conocida como «el mondadientes». Las condiciones en el interior eran tan terribles que preguntado el doctor Grauwin, tiempo después de su liberación, porqué en todas las fotografías en las que aparecía durante el sitio siempre tenía un cigarrillo en la boca, encendido o no, respondió: «Para no vomitar».

El 29 de abril de 1954 Genevieve fue condecorada, en el propio campo de batalla de Dien Bien Phu, con la Legión de Honor y la Cruz de Guerra con palma por el propio comandante de la guarnición, el general De Castries. Al día siguiente, en una ceremonia especial, fue nombrada legionario de primera clase honorario de la Legión Extranjera Francesa. Un raro honor. Como muestra de agradecimiento por su labor el general De Castries la concedió el excepcional privilegio de poder pedir algo para que se adjuntara en el futuro envió de suministros, que se lanzaban en paracaídas sobre la base.

Geneviève de Galard

La petición de la enfermera hizo sonreír al general. Y cuando se transmitió por radio y la noticia circuló por toda la base, todos los hombres que allí soportaban un infierno y aguardaban a la muerte sonrieron también. Y es que Genevieve de Galard pidió que, si era posible, la mandaran unas braguitas limpias. Y a todos les pareció muy bien y sonrieron orgullosos de su «Mondadientes». Esta es la mujer que ha fallecido.