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Presentación de una nueva edición de 'Jueves Hispanófilos' en Bruselas, sobre Balmis y ZendalAsociación Cultural Héroes de Cavite

Los Jueves Hispanófilos

Balmis y Zendal: la primera vacunación global de la Historia

El Debate prosigue su crónica de la conferencia celebrada en el marco de los Jueves Hispanófilos en Bruselas

Siguiendo su colaboración con la asociación RAS de Bruselas y la Asociación cultural Héroes de Cavite, El Debate prosigue su crónica de la conferencia celebrada en el marco de los Jueves Hispanófilos en Bruselas. Nuestro invitado fue Rafael Codes, que presentó la figura de Balmis y de Isabel Zendal.

Rafael Codes es funcionario de carrera, Técnico de Hacienda del Estado. Siempre le ha fascinado la historia y la literatura, cultivándolas y convirtiéndose en prestigioso conferenciante y autor de relatos históricos. Acaba de publicar su primer libro para público juvenil El Galeón de Manila, la ruta que cambió el mundo de la editorial Everest, en coautoría con Silvia Ribelles.

La sesión fue un ameno repaso de Biología, Medicina, Historia y Filantropía, cargado de emotivas anécdotas respecto de los protagonistas y quienes ayudaron o trataron de dificultar la primera expedición de salud pública global, de carácter absolutamente filantrópico.

La viruela es la enfermedad contagiosa que más víctimas ha producido desde la Antigüedad en todos los continentes. Se contagiaba por contacto con las pústulas o con las microgotas de saliva del enfermo cuando hablaba. Su origen parece situarse en la antigua China cerca de la India, pero hay vestigios de ella en la momia de Ramsés V en Egipto (sigle XII aC) y se cree que Marco Aurelio pudo morir de ella también. Al igual que se atribuye el contagio de la peste en Europa a los mongoles, y de la sífilis a los americanos, en Hispanoamérica pesa la leyenda de que España llevó la viruela a las ciudades de su vasto imperio allende el Atlántico. Pero en nuestro caso, también llevó su tratamiento.

El primer remedio contra esta enfermedad se puso en práctica en China a través de la variolización, por la que se inoculaba por la nariz al paciente el pus de las pústulas que se secaban y el paciente volviendo a sufrir la enfermedad con menor intensidad, en algunas ocasiones la vencía y se hacía inmune a ella.

Uno de los coordinadores de la Asociación Cultural Héroes de Cavite, junto al ponente y técnico de Hacienda del Estado, Rafael CodesAsociación Cultural Héroes de Cavite

Este remedio se extendió a países vecinos y fue recogido por una dama inglesa, esposa del embajador del Reino Unido en Estambul, Lady Mary Wortley. Ella, que había sufrido y sobrevivido a la viruela y había perdido uno de sus hijos a causa de esa enfermedad, fue gran impulsora de la variolización en Inglaterra.

Junto a la viruela humana, existía en Reino Unido la viruela vacuna, que se daba en las vacas. A diferencia de la humana, si los animales sobrevivían a ella, una vez recuperados quedaban inmunizados por completo, pues sólo se pasaba una vez en la vida. En 1777, el doctor Jenner decidió experimentar si esto era cierto con humanos también. Tomando al hijo de su jardinera le inoculó la viruela vacuna, el niño sobrevivió y cuando le fue inoculada por segunda vez la viruela, comprobó que estaba inmunizado. Tras hacerlo 22 veces con el mismo resultado de inmunización de los pacientes, la aplicó a su propio hijo, escribió un tratado y extendió su práctica por Reino Unido. Se denomina vacuna por el origen en la viruela vacuna. La vacuna se convirtió en la única forma de medicina preventiva aun sin haberse descubierto aún las bacterias y los virus, simplemente mediante la práctica. En Inglaterra era aconsejada y comercializada por doctores afines a ella. Hubo también oposición social y detractores.

En 1799 España se publica una cédula real que manda que los hospitales vacunen a sus pacientes; un semanario sobre agricultura y artes dirigido a párrocos ese mismo año también aconsejaba a favor de este tratamiento. Sin redes sociales, los párrocos eran personas clave en la comunicación social, pues veían a todas sus comunidades por lo menos una vez a la semana, y era frecuente divulgar la ciencia y la cultura a través de su colaboración.

En Navidad de 1802 el virrey de Nueva Granada escribió una carta al rey de España Carlos IV pidiendo ayuda ante una pandemia de viruela que estaba esquilmando la población. El Rey, que había sufrido la perdida de su hija pequeña y de familiares a causa de la viruela, decidió asumir los gastos de una expedición para vacunar no sólo a la población de Nueva Granada, sino de todas las ciudades del Imperio español, desde México hasta Argentina, las Filipinas y también en China. Ganó el proyecto al cirujano militar Francisco Javier Balmis, que presentó el proyecto más sólido al Rey y a quien avalaba su experiencia médica y el conocimiento previo de aquellos territorios.

Seleccionó en Madrid a tres ayudantes, tres practicantes y tres enfermeros. Tras pasar dos meses en La Coruña, Isabel Zendal se incorpora a la expedición a petición de Balmis, previo permiso del Rey. Isabel era entonces la rectora de la Casa de Expósitos del Hospital de la Caridad en La Coruña, donde cobraba menos que la lavandera y que el encargado de llevar el agua, y donde acogía y cuidaba de los niños abandonados. Balmis vio en ella la persona que mejor podía ayudar en la expedición, pues la vacuna se llevaría por inoculación en niños sanos cuyas pústulas mantendrían activo en virus hasta llegar a las costas americanas. El Rey dotó a cada niño elegido del Hospital de la Caridad de zapatos, vestidos, mudas, cubiertos, alimentación y un plan de instrucción para poder tener un oficio. Fueron elegidos 22 niños, de edades repartidas entre los 3 y los 9 años.

La expedición estuvo llena de dificultades y riesgos desde el primer momento. La ruta salió de Galicia y tuvo su primera escala en Canarias, donde se procedió a la primera vacunación masiva de la población. Continuaron sucesivas etapas en muchas ciudades de Puerto Rico, Venezuela, Cuba y México. Las ciudades normalmente seguían el ejemplo de sus autoridades: si recibían a Balmis con honores, se vacunaban muchos; si les ignoraban o dificultaban la labor, pocos se arriesgaban a ser vacunados. Dada la extensión de México, Balmis tuvo que dividir la expedición encargándose Pastor, Gutiérrez y el propio Balmis de recorrer México respectivamente, y Salvani de proseguir desde México hacia el Sur para llegar a Argentina.

Balmis seguía siempre idéntica práctica en cada lugar: vacunaba gratuitamente la población que lo solicitaba, daba un reglamento médico esencial para ser obedecido por médicos y principales de cada ciudad en términos de salud pública y tratamientos, y establecía las Casas de Vacunación para seguimiento de la población vacunada y por vacunar (los hospitales se asociaban a la muerte y administrar allí las vacunas, disuadiría a muchos de ponérsela).

Tras muchas dificultades por todo México y en especial por parte del virrey Iturrigaray, Balmis puede viajar a las Filipinas en el Galeón de Manila para culminar la expedición encomendada. Llevaba otros 26 niños mexicanos, bajo promesa de devolverlos a sus familias. El viaje fue una constante pesadilla, pues nada de lo pactado se cumplía. Isabel ayudó, como había hecho antes durante aquellos años, atendiendo a los niños mexicanos cuidándoles y acompañándolos. Tras vacunar a unas 9.000 personas en Manila, zarpan rumbo a Macao donde también consiguen vacunar gracias a la ayuda del obispo. En 1804 llegan a China, donde a pesar de permanecer 5 meses, reciben la más absoluta incomprensión y rechazo.

Isabel regresa a México donde permanecerá junto a su hijo adoptivo, Benito. Salvani prosigue la expedición y enviando noticias a Balmis desde Cartagena de Indias y ciudades en Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia. Balmis regresa a España parando en la isla de Sta. Elena. A pesar de estar Inglaterra y España en guerra, Balmis logra convencer al gobernador inglés de que se trata de una práctica iniciada por el inglés Jenner y que ellos volvían de una expedición encargada por el rey de España para vacunar de manera universal y gratuita a cuantos lo solicitasen. Finalmente vacunaron a la población bajo dominio inglés, despidiendo a Balmis con el regalo de una cajita que contenía el virus de la viruela sellado entre cristales, acompañado de una carta manuscrita del doctor Jenner, que les explicaba cómo debían proceder con él, pero a la que no habían hecho caso.

Ya en España, Balmis recibe una carta de Salvani a punto de fallecer, comunicándole que ha podido vacunar a unas 197.000 personas. Salvani murió de difteria y malaria, habiendo sufrido la pérdida de un ojo y la parálisis de una mano. Nada de eso le había frenado en la capitanía de la expedición. Está enterrado en la iglesia de San Francisco de la Cochambamba. Sus dos compañeros continuaron vacunando, pero sin culminar en Buenos Aires, a causa de los inicios de la independencia.

En España Balmis fue recibido con honores por el Rey en La Granja. La expedición había durado 9 años. En 1808, al no querer prestar juramento a Napoleón y luchar contra Bonaparte desde la Junta Central en Sevilla, Balmis es declarado en rebeldía y todas sus posesiones son vandalizadas y quemadas, perdiéndose así la memoria de su diario y estudios.

Esta expedición española ha sido destacada por Humboldt como el viaje más memorable de la Historia; y por el propio doctor Jenner en una carta personal: «No imagino que los anales de la Historia nos proporcionen un ejemplo de filantropía tan noble como este».

La primera expedición de salud pública fue liderada por España en el convulso siglo XIX, mostrando el triunfo de la vacuna como medicina preventiva (no es casual que la viruela sea desde 1980 una enfermedad declarada extinta), y bajo la bandera de la caridad, pues se prestó a todas las poblaciones sin importar su procedencia (todo el Imperio español, China, Reino Unido…) y se instruyó a médicos y gobernantes en esta responsabilidad.

Los nombres Balmis, Zendal, Salvani, Gutiérrez, Pastor, y todos los componentes de aquella expedición heroica, han pasado a honrar nuestra Historia por su hazaña en beneficio de la humanidad.

Tras esta conferencia es comprensible que el auditorio español bruselense se levantase para aplaudir por primera vez quizá, a un Técnico de Hacienda.