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Cien años de las responsabilidades de Annual

El asunto de las responsabilidades quedó zanjado el 4 de julio de 1924 cuando se hizo público el Real Decreto que otorgaba una amplía amnistía para todos los implicados

Madrid Actualizada 15:30

Soldados españoles muertos en el desastre de Annual

Soldados españoles muertos en el desastre de Annual

Esta semana se cumplen cien años de la sentencia del Tribunal Supremo de Guerra y Marina contra Dámaso Berenguer y Felipe Navarro por las responsabilidades de Annual. El dictamen se conoció el 26 de junio de 1924. Concluía que el plan sobre Alhucemas nunca fue aprobado, pero sí convenido y preparado.

Respecto a Navarro, el fallo señalaba que durante la retirada se comportó de forma serena y que no existían «fundamentos legales para exigirle responsabilidades por el desastre de Annual». Quedaba absuelto. Si se consideró culpable a Berenguer: debía aplicarse al ex alto comisario la pena señalada en el caso quinto de la escala comprendida en el artículo 177, o sea, la pérdida de empleo. Pero el Tribunal reconoció la existencia de dos circunstancias atenuantes y la pena que le impusieron fue la separación del servicio. Tan pronto como se fallaba la sentencia, Primo de Rivera elevó al monarca un proyecto de indulto, argumentando que «la clemencia es beneficiosa en este momento para el país». El asunto de las responsabilidades quedó zanjado el 4 de julio de 1924 cuando se hizo público el Real Decreto que otorgaba una amplía amnistía para todos los implicados.

Casi al mismo tiempo, el presidente del Directorio tomaba una decisión trascendente en el Protectorado: llevar a cabo una rectificación de líneas en el sector occidental del protectorado español en Marruecos. La operación dio como resultado el abandono de cientos de posiciones y el repliegue a la línea defensiva denominada «Línea Primo de Rivera» o «Línea Estella» en honor de Miguel Primo de Rivera, inspirador de la estrategia. Entonces, desembarcar en Alhucemas no estaba en la mente del dictador.

Fue en febrero de 1925 cuando vislumbró la posibilidad de ocupar dos o tres puntos en el entorno de la bahía. El dominio de la ensenada, «el vellocino de oro» como la denominó el general Dámaso Berenguer, no era una aspiración novedosa. Hacía casi tres lustros que se había planteado por primera vez una operación anfibia en las playas de la bahía. La necesidad de domeñar a los indómitos beniurriagueles era un objetivo clave para pacificar la zona de influencia de España en Marruecos.

Desde 1911, por primera vez y año tras año sin solución de continuidad, desembarcar en Alhucemas se convirtió en la acción prioritaria del ejército español en África. No solo en las instituciones militares, también en los despachos ministeriales e incluso en el palacio real, se hablaba constantemente de la operación; Alfonso XIII, enaltecido como «primer africanista» por la revista Europa en África, había manifestado ser un entusiasta del desembarco. Sin embargo, ningún Gobierno de la Restauración se decidió a llevar adelante la operación por temor a un fracaso.

«Desembarco de Alhucemas», por José Moreno Carbonero

«Desembarco de Alhucemas», por José Moreno Carbonero

Tomada la decisión, Primo de Rivera encomendó al general Francisco Gómez-Jordana, director de la Oficina de Marruecos, elaborar un proyecto para desembarcar en una o varias playas del interior de la bahía. El militar de Estado Mayor, con amplia experiencia en el Protectorado, presentó un exhaustivo plan a finales de marzo de 1925. El tiempo apremiaba, pues la idea era operar en la segunda quincena de junio o primera de julio. Pretendían aprovechar, por un lado, el estado de un mar en calma en esa época y, por otro, la circunstancia de que en ese periodo cientos de rifeños abandonaban su tierra para trabajar como jornaleros en Argelia en las haciendas de los colonos franceses.

El proyecto fue aprobado por unanimidad en el Consejo de Gobierno que celebró el Directorio Militar. Sin dilación, el marqués de Estella envió copias a los mandos en quienes confiaba para dirigir la operación: Ignacio Despujol, jefe del gabinete militar del alto comisario; José Sanjurjo, jefe de la división de desembarco; Emilio Fernández Pérez, mando de la brigada de Melilla y Leopoldo Saro, jefe de la brigada de Ceuta. Al palacio real también remitió una copia.

A mediados de abril se trabajaba intensamente en los preparativos. Sin embargo, un acontecimiento inesperado modificaba los planes y los tiempos previstos por Primo de Rivera: el ataque de las harcas de Abd el-Krim, jefe de la resistencia rifeña desde los hechos de Annual en 1921, a las posiciones francesas ubicadas en el norte de su zona de influencia. Aquella ofensiva causó un elevado número de bajas y la pérdida de decenas de posiciones. El residente general, Hubert Lyautey, mariscal experimentado en contextos coloniales había sido sorprendido por los harqueños. Aquel golpe fue su final. El presidente Paul Painlevé confió entonces la dirección del mando al mariscal Philipe Pétain, quien, después de analizar la situación, manifestó al Gobierno su impresión: «para acabar con el influjo de Abd el-Krim debemos ir de la mano de los españoles».

La llegada de Pétain daba, pues, un giro radical a la situación. Ahora eran los franceses quienes ofrecían diálogo para resolver un problema que también les afectaba. Primo, aunque desconfiado, recogió el guante. El Palacio de Villamejor, situado en el número 3 del Paseo de la Castellana de Madrid, albergó entre el 17 de junio y el 25 de julio de 1925 la cumbre donde los firmantes se conjuraron para escarmentar la osadía de Abd el-Krim. Con todo, el jefe de Beni Urriaguel estuvo a tiempo de evitar la ofensiva militar; sin embargo, rechazó el generoso plan de paz que incluso le permitía mantener cierta autonomía en su cabila. Para escenificar la buena sintonía, los mandos se reunieron en Tetuán el 29 de julio. Primo de Rivera se comprometió a conquistar Axdir, cuartel general del ejército rifeño; Pétain, por su parte, ofreció nueve buques de guerra como apoyo al desembarco español. Tras el almuerzo, el general francés abandonó Tetuán rumbo a París. Bajo el brazo llevaba una copia del proyecto de desembarco. Si Francia empeñaba barcos y escuadrillas de aviación, el plan debía ofrecer garantías de éxito.

Tres semanas más tarde, Pétain regresaba a Marruecos. El 21 de agosto el buque en que viajaba hacía escala en Algeciras, Allí le estaba esperando Primo de Rivera. La reunión fue crucial para despejar las dudas y perfilar los últimos detalles. El general francés, quien tanto se había significado en los teatros de operaciones franceses durante la Gran Guerra, felicitó a la delegación española por el extraordinario plan de desembarco. A continuación, señaló: «No existe la sorpresa y, por tanto, sugiero cambiar el punto de desembarco. Consideramos que debe ejecutarse fuera de la bahía, en territorio de la cabila de Bocoya, en la playa de la Cebadilla». El Estado Mayor español consideró acertada la propuesta.

El 8 de septiembre de 1925, a las 11:30 de la mañana, las tropas españolas alcanzaban la playa de Ixdain, contigua a la Cebadilla. El primer desembarco aeronaval de la historia militar fue español: una maniobra audaz, concienzudamente diseñada y ejecutada con éxito.

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