Picotazos de historia
John G. Rand, el pintor «mediocre» que revolucionó la venta de pintura
Aunque como pintor no tenía era una maravilla, como inventor tenía buen ojo
El 23 de enero de 1873 murió John Goffe Rand en la pequeña población de Roslyn –que si estuvieron enganchados a la serie de Doctor en Alaska reconocerán inmediatamente– cerca de Nueva York. Rand había sido un pintor, un retratista, no demasiado brillante. Cuando empezó a pintar, la técnica de pintura más utilizada –que no la única, ni mucho menos– era el óleo. Esta era una técnica por la cual se aglutinaban los pigmentos por medio de una base compuesta con aceite.
El resultado era que la capa de pintura que se aplicaba tardaba más en secarse lo que aportaba tiempo para que el artista trabajase en la obra. El origen de la invención de la pintura al óleo tradicionalmente –culpa de Giorgio Vasari (1511 – 1574)– se atribuye a los hermanos Van Eyck y su expansión por Europa al pintor siciliano Antonello de Messsina. La realidad es que era una técnica que se conocía en Europa desde la segunda mitad del siglo XI. Pero volvamos al motivo del presente artículo.
Tras las guerras napoleónicas se habían producido una serie de avances tecnológicos que habían dado lugar a nuevas invenciones y métodos de producción. La pintura no fue ajena a este proceso. Surgen nuevos colores, se descubren medios más baratos de producción y se desarrollan nuevas tecnologías que permiten la fabricación industrial de lo que antes se hacía en los talleres de pintura.
Ya no era necesario tener que pagar a unas personas para que fabriquen la cantidad de pintura y los colores necesarios, con el consiguiente gasto y alto nivel de desperdicio. Ahora se podían adquirir en tiendas pero solo había dos métodos de envasado para su comercialización: en tarros de cristal, que eran caros y que suponían una cantidad grande –en proporción– de pintura con un desperdicio de la misma. El otro medio de comercialización era la pintura dentro de una vejiga de cerdo. Tenía el mismo problema que el otro sistema pero la vejiga abarataba con respecto al tarro de cristal.
Sabedor de estos problemas John Rand –que como pintor no era una maravilla pero como inventor tenía buen ojo–estudió una posible solución. El día 11 de septiembre de 1841 presentó en la Oficina de Registros y Patentes de la ciudad de Nueva York el diseño de un tubo de estaño, maleable, con una boca dispensadora que podía cerrarse con un tapón de rosca, adecuado para contener pinturas al óleo. Se le concedió el número de patente 2.252 y supuso una revolución en el mundo de la pintura y del arte en general.
El señor Rand permitió a los artistas dejar sus talleres. Salieron al exterior experimentando con el paisajismo
Piensen ustedes que desde ese momento se podían comprar tubos con una cantidad reducida de pintura y fáciles de transportar. Pinturas que, mientras estuvieran dentro del tubo, alargaban muchísimo su vida útil y el aprovechamiento de las mismas y que todo podía ser fácilmente transportado en un maletín de cómodas dimensiones. El señor Rand permitió a los artistas dejar sus talleres. Salieron al exterior experimentando con el paisajismo (escuela de Barbizon) y con la incidencia de la luz a lo largo del día y sus efectos (Impresionismo)
En una entrevista realizada al gran director y productor cinematográfico Jean Renoir, hijo del maestro impresionista Pierre Auguste Renoir, afirmó que sin los tubos de pintura inventados por Rand las obras de su padre no hubieran existido, ni las de Monet o Cézanne, ni las de Sisley o Pissarro. Y es que para que se puedan dar los grandes hechos, hitos y avances de la humanidad son necesarios miles de pequeños pero imprescindibles pasos. Tal vez no espectaculares o incluso prosaicos, pero indispensables.