Grandes gestas de la Historia
El Plus Ultra: mucho más que una gesta deportiva
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En 1926 cuatro militares españoles de los tres ejércitos sobrevolaban por primera vez el Atlántico a bordo de un hidroavión. Partían del pequeño puerto de Palos, de donde salieron las naves de Colón hacia Buenos Aires, una de las ciudades más grandes del planeta y capital de la muy próspera Argentina. El comandante de aviación ferrolano Ramón Franco el teniente de navío jerezano Juan Manuel Durán y dos navarros: el capitán de artillería Julio Ruiz de Alda y el soldado mecánico Pablo Rada, en un tiempo en el que se glosaban las hazañas de los héroes, se convirtieron en símbolos vivientes de la hispanidad.
En la rutilante era de la velocidad y de las comunicaciones internacionales la aviación mundial vivía grandes logros. España tenía un importante Aero Club desde 1905, nuestros pilotos estaban muy adiestrados en el conflicto de Marruecos, y contábamos con brillantes individualidades. Pero al estar centrados en la guerra habíamos quedado al margen de los grandes vuelos oceánicos. En esta carrera en longitud, latitud y altura y velocidad en la llamada «The Golden Age of Aviation» el vuelo del Plus Ultra sería mucho más que un vuelo pionero. Una confluencia de factores únicos lo dotarían de una sinérgica singularidad nunca vista y que jamás volvería a repetirse.
La sinergia genial
El carácter de proeza deportiva del Plus Ultra fue crucial. El deporte se había convertido en imagen de una sociedad consumista que se podía permitir el disfrute del ocio. Modernidad y glamour iban de la mano del desarrollo industrial y tecnológico. Junto a ello, hay que señalar el auge del periodismo deportivo: millones de personas leían diarios en papel cuyas noticias se voceaban en las calles y en la radio escuchaban con avidez partes que exaltaban las hazañas de los aviadores.
El poder magnético de los deportistas llegó a fundirse con el de las estrellas de cine. Uno de los tripulantes, Rada pese a su belleza poco convencional provocaría el delirio entre el público femenino. Y en 1927 hombre más famoso del mundo no será un astro de Hollywood sino Charles Lindberg, el aviador que cruzó el Atlántico Norte, un año después de la hazaña española.
La dictadura y el Rey
El Real Aero-Club de España (1905) estaba presidido por el propio Rey que se había manifestado «gran amante de los deportes y, en particular de la Aeronáutica». Y es que otro bastión de la victoria aérea fue la gran implicación del régimen. Aunque inmersa en una dictadura España vivía una época de progreso. La oposición política era testimonial frente a las ingentes masas neutras de españoles que apoyaban el sistema al sentirse en paz tras décadas muy convulsas, sentir el despegue económico tras la incertidumbre revolucionaria en el campo y en las fábricas, y la alegría de los llamados felices años 20. Junto a ello la Legión y el Desembarco de Alhucemas habían terminado con la sangría marroquí.
Gran Bretaña había estrechado con Estados Unidos intensos lazos al poco de declararse su independencia. En España había sucedido al contrario: trajo consigo la desvinculación política y económica entre la metrópoli y los nuevos estados. El dictador Primo de Rivera decidió que era la hora de restablecerla; ¿y cómo? Pues recuperando los nexos de unión fraguados en la larga historia común cuya duración –en el caso de los estados hispanoamericanos– cuadruplicaba su historia en solitario. La creación de una comunidad de naciones que se beneficiaran mutuamente pasaría a convertirse en uno de los ejes prioritarios de su política exterior.
Además contaba con un consenso ideológico del hispanoamericanismo conservador de Ramiro de Maeztu al republicanismo de izquierdas. Y en América la intelectualidad también estaba por la labor, frente a exóticas épocas francófilas o la exaltación yanqui. Junto a ello, la emigración española a Hispanoamérica masiva en el siglo XIX y comienzos del XX haría que potentes núcleos de compatriotas de Norte a Sur y de Este a Oeste lo apoyaran firmemente.
Por su parte en la política interior, el régimen apostó por algo hoy en muy en boga «el relato de nación» abandonado en España tras el 98. Se buscaba consolidar la unidad nacional con la exaltación de los valores hispánicos que tendría su gran escaparate en la futura Exposición Iberoamericana de 1929 que se celebraría en Sevilla, la ciudad más americanista de la península.
Una joya tecnológica
Uno de los grandes méritos del vuelo fue la elección del aparato. Dornier era un ingeniero bávaro que había volado con el famoso conde Zeppelin. Sus proyectos fueron vetados por el Tratado de Versalles por lo que decidió trasladarse al Lago suizo de Constanza donde fraguó la idea del hidroavión Dornier, pronto conocido como Whale (Ballena) que tuvo que desarrollar en Italia. Allí la Aeronáutica Militar adquiriría sobre plano una serie de seis. Por las mismas fechas el noruego Amundsen encargaba dos para su expedición al Polo Norte.
Era una joya tecnológica para su época, de fuerte estructura metálica y fácil fabricación, que la hacía ad hoc para el trabajo en el mar ya que sus pontones laterales le daban una gran estabilidad. Las alas medían 23 metros y pesaba casi cinco toneladas a plena carga alcanzando una velocidad de crucero de 150 km/h. Como a los motores iniciales les faltaba potencia se ampliaron con motores Rolls-Royce.
La preparación del viaje
Pilotos portugueses habían intentado la primera travesía aérea del Atlántico sur en tres hidroaviones y Ramón Franco, el ideólogo del proyecto decidió que lo harían en un solo aparato. Además desde el principio vio en él su carácter transcendente: el raid aéreo «pondría en valor» la aviación española y España ganaría honra y prestigio internacional. Mariano Barberán, se ocuparía de los sistemas de navegación, en este caso el radiogoniómetro utilizado por primera vez, que permitió que se mantuvieran sin desvíos la etapa más larga del recorrido.
El ferrolano Ramón Franco, pese a su aspecto desenfadado y los vaivenes políticos de su azarosa vida y su audacia temeraria tenía para el campo aeronáutico una cabeza privilegiada. No fue solo el jefe de la expedición y un extraordinario piloto. Estudió a fondo hasta los mínimos detalles del proyecto desde la elección del aparato aportando modificaciones sustanciales, posibles rutas, estudio de vientos y mareas, y logró una tripulación especial cuyo atractivo sería uno de los puntales sino el mayor de la expedición. De hecho, las cuatro caras de los pilotos con la silueta del avión sería la imagen más difundida de la proeza a ambos lados del atlántico. De ideologías muy contrapuestas todos eran hombres de su total confianza, hábiles y valientes condecorados en Marruecos.
Junto a él volarían el artillero Julio Ruiz de Alda, genio volador y número uno de su promoción, y el carismático mecánico Pablo Rada, íntimo amigo y compañero de aventuras políticas que se metió en el bolsillo al público. Como representante de la Armada que daría apoyo logístico a toda la travesía el guapísimo marino Juan Manuel Durán pionero de la aeronáutica naval. Los tripulantes no tenían cabina, iban al aire, Franco y Ruiz de Alda pilotaban delante, los otros dos irían en la parte trasera.
Por su parte, Primo de Rivera apoyó a muerte el proyecto: encajaba con su política proamericana y podría ser el germen de una línea comercial Sevilla-Buenos Aires.
Los símbolos: el nombre y el punto de partida
El viaje tuvo una gran carga simbólica, desde el nombre elegido para el vuelo a la elección del despegue. Plus Ultra. No pudieron encontrar nombre mejor. Carlos I, el nieto de los Reyes Católicos, eliminó el «Non» de las Columnas de Hércules que dejó en «Plus Ultra». Más Allá, reivindicando la gesta española que le había dado el mayor imperio del mundo y la circunnavegación. «Más allá» de las fronteras y de las ciencias e incluso Franco llegaría a decir “es nuestro deber llegar más allá aunque ese más allá signifique para nosotros la muerte. un guiño también al más allá sinónimo del cielo católico.
Las etapas
Partieron el 22 de enero de 1926 de Palos de la Frontera y oyeron misa ante el mismo altar en que rezó Colón antes de su viaje. El vínculo era claro. Colón por el mar y ellos por el aire el Plus Ultra semejaba la cuarta carabela que cruzara por el aire el océano Atlántico. Fueron despedidos por un inmenso gentío, autoridades y la comunidad franciscana en recuerdo de aquellos que tanto lucharon con la Reina Católica para hacer posible la llegada al Nuevo Mundo. Deseando que la Providencia les ayudara como ayudó al navegante.
De Palos a Las Palmas. Después a Cabo Verde (donde Durán se bajó para liberar de peso y haría en barco esa etapa). El viaje más largo que superó los 2000 km sin escalas fue de Fernando de Noronha a Pernambuco. De ahí a Río de Janeiro donde las autoridades dejaron faros y fogatas prendidas para orientarlos de noche. Y ya a Buenos Aires, aunque Franco se saltó la prohibición de parar en Montevideo y lo hizo y de paso soltó una soflama republicana.
Fuertes vientos, una rotura de hélice arreglada en pleno vuelo, temporales, olas y el ir a pecho descubierto. Y todo ello con la presión de Mussolini que azuzaba a un aviador italiano para se adelantara. El vuelo técnico fue un éxito rotundo. Más de 10270 km en menos de 60 horas a una velocidad promedio de 172 km/h. Batieron una decena de plusmarcas mundiales de distancia y de velocidad.
Climax de fervor popular a ambos lados del atlántico
La llegada a América superaron todas las expectativas. Se viviría una entrega con los héroes como nunca se había visto. Tanto en Rio como en Montevideo y después en Buenos Aires, fueron escoltados por aviones militares y centenas de pequeñas embarcaciones se echaban al agua para acompañarlos. Y los gritos ensordecedores de la multitud. «¡Uruguay!» «¡Argentina!» y «¡España!», muchas ¡España! Fue la locura. El acogimiento fue apoteósico. Se colocaron banderas y gallardetes. Concedió día festivo y cerraron establecimientos y fábricas y la radio iba retransmitiendo en directo todo lo que acontecía.
Tocaron las campanas de las iglesias, y las sirenas de factorías. La tripulación fue llevada a hombros como los toreros hasta la Casa Rosada donde esperaba el presidente Alvear. Ante la presión desbordante de la multitud, tuvieron que salir al balcón a saludar. Entre ellos iba un desconocido. Era el tío emigrante de Pablo Rada, un portamaletas de un hotel argentino.
De ahí al Centro Español, Centro Gallego, funciones en el Teatro, gira por ciudades, incluso se puso de moda el tango; «La gloria del águila», por el archifamoso Carlos Gardel en homenaje al Plus Ultra. En el caso de Rada tuvieron que ponerle escolta policial por el acoso de las admiradoras.
La tripulación había transmutado en modernos embajadores del honor, prestigio y orgullo nacional español. El patriotismo hispanoamericano alcanzó el paroxismo especialmente entre los más jóvenes.
El rey de España Alfonso XIII acabó donando el Plus Ultra a la Armada Argentina, y por suscripción popular los argentinos regalaron a España la airosa figura del Ícaro, que hoy se exhibe en la Rábida en homenaje a los héroes de aquel vuelo fabuloso.
El 5 de abril volvían a Palos. El pequeño pueblo de 2000 habitantes se vio también literalmente invadido por las masas que sin tener donde alojarse pasaron la noche en vela esperando la llegada. Junto a ellos, el rey Alfonso XIII y todo tipo de autoridades.
Un cúmulo de homenajes y obsequios de todo tipo por toda España desbordarían todas las previsiones. Hasta se pidió el Marquesado de Palos para el propio Franco.
El destino de la tripulación
La tragedia se cerniría años más tarde sobre ellos. Durán ese mismo año se mató en unas maniobras militares y sería enterrado con los héroes de la Armada en el Panteón de Marinos Ilustres. Una vez en el puerto gaditano y cubierto su féretro por una bandera española, fue llevado en un armón de artillería hasta San Fernando. La comitiva fue arropada por camiones de flores mandadas desde multitud de pueblos y ciudades de España.
Julio Ruiz de Alda, asumiría un gran compromiso político, fundaría la Falange con José Antonio y sería asesinado en la matanza de la Cárcel Modelo de Madrid por las milicias marxistas. Ramón Franco vivió Naufragios, sublevaciones, fugas de cárceles. Siendo ardiente republicano sin embargo se incorporó al bando rebelde por tres motivos. Azaña le odiaba y vetó su participación, su hermano estaba al mando, pero lo que más influyó fue el asesinato de Ruiz de Alda su amigo y compañero. En 1938 se le ordenó una misión de bombardeo. Era un día con tiempo muy malo y viento racheado, pero con arrojo y chulería dijo: «en tiempo de guerra, no hay tiempo malo», y se estrelló en el mar rodeando su muerte de un halo de misterio aún vigente. Pablo Rada vivió años en el exilio por su filiación comunista. Al conocer Franco que estaba enfermo le ofreció volver y curarse en España. Moriría en los 60 en un hospital de Madrid.
Capitales como Madrid y Buenos Aires, pueblos y ciudades como Palos, Ferrol y centenas mas dieron el nombre de Plus Ultra a Avenidas y Calles y levantaron lápidas conmemorativas, insignes monumentos justos y merecidos. Pero luego vendría la convulsa república, la guerra y la posguerra y con el aislamiento la hispanidad se aparcaría, y el Plus Ultra quedaría en la memoria de los mayores o en las sesiones del NODO donde los niños de los 60 quedábamos conmocionados por las actuaciones heroicas de los llamados niños del Plus Ultra que salvaban a familiares de incendios, se tiraban a ríos para salvar a ahogados o sacaban adelante a sus familias llenas de penurias y miserias.
Un fervor hispano sin precedentes que jamás se repetiría
La hazaña del Plus Ultra fue un hecho trascendente exaltado como una gran hazaña por los periódicos de todo el mundo, no solo los hispanoparlantes. Ni la más eficaz y costosa campaña publicitaria hubiera logrado lo que logró el vuelo: exhibir la solidez y el prestigio de un estado que abría los brazos a sus hermanos americanos.
El deporte había aunado emociones a ambos lados del atlántico como elemento de cohesión. Pero el Plus Ultra fue mucho más que un espectáculo deportivo, más que una iniciativa política o diplomática una proeza técnica, una hazaña militar o un fenómeno periodístico.
Su capacidad de apasionar a las masas de toda clase social y a pueblos unidos por una larguísima historia común lo convirtieron en una epopeya única de sentimiento hispánico. El impacto en la sociedad fue asombroso. Desde modestas tabernas de Castilla a La Pampa o la manigua cubana a círculos aristocráticos, casinos de provincias, sencillos hogares y miles de escuelas de ambos lados del atlántico iban señalando con banderitas de colores las etapas del vuelo sublime viviendo la proeza de una manera intensa como un hito de sus vida que nunca olvidaron.
Les animo a revisar las imágenes blanquinegras en movimiento de toda esta odisea y se darán cuenta de que transmiten una magia especial. Y es que un halo de romanticismo rodea a estos hombres. Auténticos héroes alados que se jugaron la vida a pecho descubierto en una pequeña máquina voladora expuestos a peligros, inclemencias del tiempo o de la precaria tecnología. Y además, en este caso, lo hicieron por un gran ideal. Un Gallego, un jerezano, y dos navarros, fueron hombres con un coraje y un valor a toda prueba. Cuatro valientes que acercaron dos continentes en el vuelo del Plus Ultra, la mayor apoteosis de Hispanidad de la Historia.