Raymond Aron, el intelectual que dudaba sobre la integración europea
El autor de El opio de los intelectuales deseaba la reconciliación de los pueblos del Viejo Continente, pero cuestionaba la integración burocrática y federalista seguida por la Unión Europea
«Jean Monnet, como todo hombre de acción, simplificaba los problemas. Lo que le parecía razonable debía realizarse. De la unidad económica surgiría necesariamente la unidad política. Subestimaba el poderío de las naciones y de los Estados para perseverar en su ser». Así reaccionó Raymond Aron, acerca del fallecimiento de Jean Monnet, uno de los principales impulsores de la construcción europea.
¿Euroescéptico Aron, uno de los intelectuales más insignes de la era contemporánea, autor de El opio de los intelectuales del Ensayo sobre las libertades? «No», responde a El Debate Joël Mouric, investigador de la Universidad de Bretaña Occidental, que acaba de recopilar las reflexiones de Aron sobre Europa en L’Europe selon Aron. Explica Mouric, en primer lugar, que sería anacrónico afirmarlo, pues el euroescepticismo es un concepto surgido tras la muerte de Aron. Pero sería tanto más injusto calificarlo así cuanto que él dedicó gran parte de su energía a cuestionar las opciones políticas de los europeos en aras del debate público y la democracia. Las críticas de Aron eran a veces duras, pero constructivas.
En segundo lugar, Aron no deseaba el fracaso de la Comunidad [europea]. «Sobre todo, porque estaba convencido de que las naciones de Europa tenían un destino común. Filósofo de formación, en 1946 vinculó Europa a un conjunto de ideas: la búsqueda de una verdad de valor universal a través del esfuerzo intelectual y la ciencia, que situó en la tradición griega; el carácter insustituible de la persona humana, idea jurídica y moral que vinculó a Roma y al cristianismo; y por último la idea de la técnica como dueña de la naturaleza y multiplicadora de la riqueza, idea que es la de la modernidad».
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De ahí que, en 1975, hiciera un llamamiento para que Europa tuviera una política digna de su cultura. «Sus escritos pueden leerse como un elogio de las naciones –cada una de las cuales aporta algo único a la humanidad–, pero no es un elogio del nacionalismo: ante todo, no quería volver a la Europa de 1914. En su opinión, la Comunidad Europea ha transformado las relaciones entre los Estados miembros, convirtiéndolas en algo distinto de la política de poder tradicional».
Sin embargo, de los escritos en cuestión se desprenden serias reservas hacia la integración política, de corte supranacional, del Viejo Continente. En su opinión solo podía hacerse empezando por la vertiente militar, tal y como argumentó en 1951 en Les Guerres en chaîne.
Solo es un comienzo de sus reticencias hacia la deriva federalista de la Europa comunitaria, hoy conocida como Unión Europea. Al año siguiente, en 1952, Aron escribe: «Estamos convencidos de que, desde un punto de vista económico, es importante derribar barreras anacrónicas. Lo que nos preguntamos es si el método adecuado es redactar una Constitución y que la transferencia de soberanía sea suficiente para crear el consentimiento de los europeos a obedecer a un Estado común». De rabiosa actualidad, más de 70 años después.
Aron persevera en sus ataques al método seguido por los promotores de la idea de unificación europea en un artículo publicado por Le Figaro a finales del mismo año. «La base de la colaboración entre los Seis [entonces solo eran Alemania, Francia, Italia y los tres países del Benelux] es y sólo puede ser los acuerdos entre gobiernos. Estos acuerdos pueden prever, como en el caso del carbón y el acero, que burocracias especializadas estén facultadas para tomar determinadas decisiones que antes eran responsabilidad de los gobiernos nacionales. Pero esto no significa que estas burocracias se conviertan en depositarias de la soberanía y que los Seis sean gobernados por Comisarios o Altos Comisarios que ya no serán franceses, alemanes o italianos, sino europeos».
Conclusión: «a lo largo de la historia, las federaciones o bien se han forjado por la coacción del vencedor, o bien han nacido del consentimiento de los pueblos. Las constituciones nunca han bastado para crear sentimientos. Pueden precederlos, pero adelantarse excesivamente entrañaría el riesgo de precipitar el fracaso de toda la empresa».
El profesor Mouric lo tiene claro: «Raymond Aron no era federalista». Para explicar la postura del filósofo empieza por la trayectoria personal del filósofo. «De joven, se había sentido atraído por el «espíritu de Ginebra» y deseaba, ante todo, la reconciliación francoalemana. Pero este idealismo se vio cuestionado por su estancia en Alemania de 1930 a 1933, que le enfrentó al ascenso del nazismo. Llegó a la conclusión de que, como mito político -es decir, como idea movilizadora, en el sentido de Georges Sorel-, la idea europea estaba muerta».
Luego, durante la Segunda Guerra Mundial tras la derrota de 1940, observó el continente desde Inglaterra, «observó que la resistencia al imperialismo hitleriano se hacía en nombre de las naciones europeas, mientras que el tema de Europa había sido recuperado por la propaganda nazi». «Después de la guerra», prosigue Mouric, Aron «quiso que los europeos que pudieran –los occidentales– unieran sus fuerzas para volver a ponerse en pie. En su opinión, la reconciliación francoalemana era más necesaria que nunca».
Lo que reprocha a Monnet es el método: «Sugiere un enfoque intergubernamental. Como escribió: ‘Europa no se construirá «fusionando» soberanías en beneficio de tecnócratas, pretendiendo ignorar la realidad secular de las naciones. Europa no surgirá de esta fusión. Será el acuerdo de soberanías». De ahí el reproche metodológico a Monnet: rebate la tesis del federalismo clandestino, es decir, «la idea de que podríamos pasar gradualmente de una comunidad económica a una unión política».