Una feminista católica: la acción política de Rosa Urraca en los felices años 20
Abogó por la mejora de las condiciones de las obreras, especialmente de aquellas ligadas al sector textil, y por la igualdad de salarios
La maestra Rosa Urraca Pastor (1900-1984) destacó desde muy joven por su sensibilidad ante los problemas sociales, comenzando a escribir sobre los mismos en diversos periódicos provinciales. Como ella misma reconocería, «desde los catorce años estaba convencida de que la mujer podía servir al país fuera de casa y era ferviente admiradora de Concepción Arenal». De esta manera surge una primera referencia intelectual de la labor social de Urraca Pastor, lugar común al de otras militantes católicas.
Arenal denunció que la desigualdad reinante entre sexos estaba relacionada con la desigualdad de oportunidades; afirmó las diferentes naturalezas de los dos sexos y, por lo tanto, la distinción entre deberes y responsabilidades. Las principales feministas católicas realizaron una lectura cristiana de toda la obra de esta escritora, defendiendo la igualdad de sexos inherente en principios religiosos como la paridad ante el matrimonio («compañera te doy que no sierva») y su origen divino, ya que –al igual que el hombre– la mujer había sido creada por Dios y dotada de alma.
Una segunda referencia del pensamiento de Urraca Pastor fue la obra del padre Graciano Martínez, autor de El libro de la mujer española. Hacia un feminismo casi dogmático, publicado en 1921, que tuvo un singular impacto entre las feministas católicas. Al defender que a la mujer se le debían reconocer todos los privilegios inherentes a la naturaleza humana –incluido el derecho a la condición individual del ser– proporcionó un argumento para que las católicas exigieran derechos civiles, el derecho al voto y la participación en política, campo en el que Concepción Arenal no había querido que penetrara la mujer para no ser contaminada.
Urraca Pastor ingresó en Asociación Católica de la Mujer de Vizcaya, donde pronto se destacó como una enérgica y entregada propagandista, además de profesora ayudante de la Escuela Normal de Bilbao. De esta manera, frente al antiguo arquetipo de activista católica –madre, viuda y solvente–, Urraca Pastor fue, junto a otras compañeras, bandera de un nuevo modelo: soltera, culta y joven, consciente de sus deberes naturales respecto a la Iglesia, la Familia y la Patria, pero también de su autonomía personal y de sus derechos. Denunció la inexistencia en Bilbao de sindicatos de obreras católicas, semejantes a los que había en otras regiones. Abogó por la mejora de las condiciones de las obreras, especialmente de aquellas ligadas al sector textil, y por la igualdad de salarios.
Como otras impulsoras de un feminismo social católico, Urraca Pastor potenció el trabajo asalariado y la profesionalización de las mujeres, no porque compartiera el ideal de liberación individual a partir de la independencia económica para la mujer, sino porque el trabajo era el bien que garantizaba el acceso a los medios de vida. La condición asalariada, entonces, era la única que permitía a la mayoría de las mujeres llevar una vida digna y honrada y, en muchas ocasiones, sacar adelante a sus familias. Como escribió Urraca Pastor, había que considerar a la obrera, ante todo y sobre todo, como mujer y en tal sentido debían estar inspiradas las leyes protectoras de su trabajo.
Así, como se explica en la reciente biografía de Urraca Pastor firmada por Javier Urcelay, esta líder católica defendió el establecimiento de leyes protectora del trabajo femenino y la división del trabajo de hombres y mujeres en Vizcaya. Los tiempos en que se cuestionaba la incorporación de la mujer al trabajo asalariado habían sido superados. Escribió en su artículo Feminismo: «Mujer que gusta de los quehaceres domésticos sin hacerse esclava de ellos…. Mujer que habiendo sido preparada para una de las más altas misiones, como es la maternidad, lo está también para aquella otra que a mi ver la iguala pero que es más personal y más altruista: la humanidad».
En Acción Católica, María Rosa también conoció a numerosas tradicionalistas –lo cual sería importante en su futuro como líder carlista femenina– como María Ortega de Pradera, esposa del tradicionalista Víctor Pradera Debe tenerse en cuenta que a estas organizaciones católicas femeninas confluyeron numerosas esposas e hijas de familias carlistas, al tener las nacionalistas vascas sus propias organizaciones separadamente, no integradas en la ACM.
Las asociaciones católicas femeninas vascas y catalanas, no vinculadas a posiciones políticas nacionalistas o independentistas, se integraron en ACM, pero conservaron su identidad y carácter propio, lo que permitió –durante la II República– establecer sobre su base las secciones femeninas de la Lliga y de la Comunión Tradicionalista.
Rosa Urraca promovió campañas reformistas de la condición obrera, dirigió las escuelas bilbaínas del Ave María y desempeñó, entre 1929 y 1932, el cargo de inspectora de trabajo en Vizcaya. Su misión, entre otras cosas, consistió en comprobar el cumplimiento de las leyes en los espacios laborales femeninos. Según afirmaría años más tarde, cuando enviaba un informe negativo a sus superiores se sentía escuchada como un varón, de tal manera que no sintió discriminación alguna al denunciar la indigna situación de numerosas obreras, las cuales ganaban un tercio de los sueldos masculinos y no tenían oportunidad de ascenso ni de promoción alguna.
Formó parte del Patronato de Previsión Social de Vizcaya y del Nacional de Recuperación de Inválidos para el Trabajo. Hacia 1929, la ACM contaba con 118.000 socias activas y 235.000 adheridas, más o menos, y ascendía a 654 el número de juntas locales y delegaciones. Rosa, al ser joven, maestra y activista, reunió las características para formar parte, junto a otras muchas como ella, del grupo de militantes más preciadas para intentar restaurar la hegemonía cultural del catolicismo, objetivo que también se plantearon las organizaciones femeninas de Acción Católica.