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Historias de la HistoriaAntonio Pérez Henares

¿Y si no hubiera sido un oso quien mató a Favila?

En la leyenda y en la piedra, el oso fue quien causó la muerte al rey astur, aunque no deja de ser extraño que –en cualquier caso– la guardia y caballeros que sin duda acompañaban al rey Favila le dejaran solo ante las fauces del plantígrado

Representación de Favila y el oso

Hay cosas tan sabidas de la historia que conocen hasta muchos que no saben nada de ésta. Una de ellas es que a Favila lo mató un oso. No hay oso más famoso que este y por él también Favila, aunque ya los demás no sabrán quien era el tal. Pues era nada menos que el hijo de Pelayo, el de Covadonga, primer rey astur tras vencer y expulsar a los musulmanes. Aunque la batalla fuera todo lo pequeñita que se quiera, algo hubo y supuso que aquellas fragosidades montunas quedaron libres de ellos y que allí enraizara un reino cristiano que acabaría, con el tiempo, por ser poderoso y letal para los entonces incontenibles invasores.

La capital se puso muy cerca del lugar del combate, aunque algo más en llano y al lado de un buen río, el Sella, en Cangas de Onís. Allí se conservan los restos de una iglesia, construida sobre un dolmen neolítico y, está documentado, lugar de entierro para el pobre Favila, que había heredado muy joven el trono, apenas si llegaba a los 18 años y no llegó a cumplir los 20 en él.

Muy cerca de Cangas se estableció en aquel siglo VIII un cenobio y se construyó un templo levantado por el sucesor de Favila, su cuñado Alfonso I, yerno de Pelayo, casado con su hija Ermesinda e hijo a su vez, él, de Pedro, duque de Cantabria. Con la boda y su subida al trono el territorio del reino aumentó considerablemente en extensión y poder.

Con los siglos, los monjes benedictinos que ocuparon el lugar durante más de un milenio, levantaron en el siglo XII una maravillosa iglesia románica de la que se conservan en su portada y en algunas columnas de su capilla interior toda una serie de capiteles tallados donde con enorme realismo y al tiempo gran simbolismo se nos narra el fin de Favila, un verdadero 'cómic' tallado en piedra.

Escena que muestra a Favila a caballo, con un halcón en la mano, despidiéndose de su esposa Froiluba con un beso (izquierda), antes de salir a cazar y de morir en un enfrentamiento con un oso

En la secuencia principal de la portada aparece primero el rey Favila partiendo a cazar montado en su caballo y con un halcón en el puño. Su esposa Froiluba lo despide con un beso. Le sigue un segundo cuadro en que el beso de la pareja, en su palacio, es aún más apasionado, tanto que hay hasta quien supone que fue a más, pues la parte inferior del capitel y de las dos figuras abrazadas fue destruido después a golpe de cincel en épocas menos permisivas.

En la otra cara de la columna aparece a continuación retratado el mortal combate del rey y el oso. Pero curiosamente el rey ya no lleva puesta indumentaria de caza, sino de guerra; con yelmo sobre su cabeza. Le sigue después una nueva imagen de la reina en palacio, ya viuda y sola y se remata la serie con una nueva imagen de Favila en brazos de ángeles alados que combaten por su alma con demonios con forma de dragón.

Favila y el oso representados en el monasterio de San Pedro de VillanuevaAntonio Pérez Henares

A partir de ahí es ya otro el protagonista, su sucesor en el trono y unificador de los dos enclaves cristianos: el cántabro y el astur. La muerte del joven monarca resultó providencial para la consolidación y expansión del reino. El linaje de Pelayo se preservaba al ser Emersinda hija del fundador de la dinastía y de su esposa Gaudiosa. En realidad lo que no estaba nada bien visto entre los godos ni entre los astures tampoco, y muchas pruebas históricas hay, era la sucesión automática por cuestión por sangre sino que el rey o el caudillo debían ser alzados por un cónclave y por votación. Para ejercer el liderazgo en aquellos momentos el experimentado Alfonso, que desde el inicio de la rebelión se había unido a Pelayo, podía parecer mucho más idóneo y, desde luego lo fue, que el inexperto y algo atolondrado Favila. Vamos, que el oso vino bien.

Pero ahora dicen aún más del asunto quienes gustan de intentar escudriñar y desentrañar los misterios y mensajes que se ocultan en los capiteles. Señalan que en la propia piedra puede haber un mensaje en este sentido. El rey sale vestido para cazar, pero en la pugna con el oso ya está con los arreos de guerra y batalla. ¿No pudiera eso significar que el oso –como es el león en otros lugares– en estos montes cantábricos, representa otro soberano que le disputa en combate la corona real? Otra imagen de un Alfonso I que aparece en los capiteles pensativo y flanqueado por ciertos símbolos, que parecen indicar duda o contrición, son usados por quienes los buscan para reforzar esa posibilidad de que a lo mejor lo del oso fue la mejor manera de presentar un suceso un tanto complicado de aceptar.

Pero lo cierto es que el oso, en la leyenda y en la piedra, allí está, aunque no deja de ser extraño que, en cualquier caso, la guardia y caballeros que sin duda acompañaban al rey Favila le dejaran solo ante las fauces del plantígrado.

Alfonso I fue un gran rey. Aprovechó las conmociones en el campo musulmán, las rebeliones contra Córdoba de los bereberes, y se apoderó de toda la cornisa cantábrica al norte de la cordillera, «las murallas de Dios», señoreando Galicia y añadiéndola a sus posesiones. Llegó a atacar y tomar ciudades como Oporto y Braga y el norte del Duero fue despoblándose por la emigración, a veces forzada incluso, de sus habitantes hacia el norte y el retroceso de los musulmanes al lado sur. Pero eso ya es cuento para otro día.

Hoy nos quedamos en San Pedro de Villanueva, que así se llama el templo hoy y donde en la actualidad se abre un maravilloso –y cargado de historia– Parador Nacional. Allí encontrarán ustedes el pétreo relato tallado en las milenarias piedras, justo al lado del enorme tejo, símbolo astur por excelencia, que preside el lugar. Era a su sombra donde se reunía el concejo, algo tienen que ver su nombre con ello, con cuya esencia venenosa se suicidaban los guerreros cántabros antes de dejarse esclavizar por Roma y cuya rama era colocada en la puerta de la doncella a la que se quería cortejar, que de tejo viene también, pues si ella consentía y la colocaba en la ventana era bajo el árbol donde el galanteo podía continuar.