Grandes gestas de la Historia
De la gesta de las Cortaduras a tres oros en las Olimpiadas de 1928: el salto de gloria de tres jóvenes jinetes
Lea y escuche el relato histórico
En 1928 se celebraban los Juegos Olímpicos de Ámsterdam. Pero no fueron unos juegos como tantos otros. Importantes novedades los distinguirían en la historia del olimpismo. En primer lugar, se impusieron dos protocolos hoy identitarios: el encendido del pebetero con la llama olímpica y que Grecia liderase el desfile inaugural.
También moralmente fueron muy importantes ya que, como demostración del espíritu de concordia del deporte, se levantaron las duras prohibiciones a Alemania impuestas tras la Primera Guerra Mundial y sería readmitida tras 16 años de veto.
Y no solo eso, las mujeres compitieron por primera vez en atletismo, pese a las objeciones de Papa Pío XI y Coubertin, alma mater de los juegos, que consideraban que no era una disciplina adecuada para el género femenino.
Junto a ello, asomó con brillantez el mundo del glamour con un personaje de la realeza (Olaf de Noruega) que ganaba el oro en la modalidad de vela y el conocido Tarzán hollywoodiense Johnny Weissmüller volvía al podio máximo en las pruebas de natación. Y En el mundo comercial, la marca Adidas introducía sus productos por primera vez en los Juegos Olímpicos.
Serían los primeros juegos con repercusión mediática. Millones de personas leían diarios en papel cuyas noticias se voceaban en las calles y en la radio escuchaban con avidez noticieros que exaltaban las marcas de los deportistas. Dejaban de ser individuos anónimos para convertirse en ídolos de masas.
Esta convocatoria en Ámsterdam era para España su tercera cita olímpica. Entre el 17 de mayo y el 12 de agosto competirían en 14 deportes y 109 especialidades más de tres mil atletas de 46 países de los que una décima parte eran mujeres. España participaba con 82 deportistas en ocho disciplinas: atletismo, natación, regatas, esgrima, boxeo, fútbol, hockey sobre hierba e hípica. Fueron dos duros meses de competiciones, en la que los españoles pusieron todo su empeño. Pero la verdad, con muy poca fortuna en el medallero, o mejor dicho, con ninguna.
La equitación militar española tenía entonces un gran nivel y en el ámbito deportivo había dado grandes frutos
La jornada de clausura de los Juegos suponía el broche de oro por lo que se celebraba la prueba más vistosa. Entrañaba velocidad, audacia, sincronía y la elegancia intrínseca a todo lo ecuestre: el Gran Premio Olímpico de Salto de Obstáculos que abarrotó el estadio con más de 70 mil espectadores. La reina de Holanda y la princesa Juliana presidían la jornada de forma excepcional ya que no habían comparecido en ninguna otra prueba al estar en contra de la celebración de los juegos en su país. Los embajadores en pleno las acompañaban junto a jefes de Estado, ministros, personalidades y cientos de periodistas.
Los protagonistas
Los miembros que representaban a España en la competición fueron tres jinetes militares, los tres capitanes profesores de la Escuela de Equitación Militar de Madrid: José Álvarez de las Asturias y Bohórquez, marqués de los Trujillos que montaba a «Zalamero» y al que se conocía como Trujillos, José Navarro Morenés, conde de Casa de Loja que montaba «Zapatazo» y Julio García con «Revistada». Los tres montaban desde la infancia siendo herederos de la tradición ecuestre de sus familias. Una afición común que decidieron continuar ingresando en la milicia en el Arma de Caballería. La equitación militar española tenía entonces un gran nivel y en el ámbito deportivo había dado grandes frutos. Galardonados en diferentes certámenes nacionales e internacionales técnicamente su formación era espléndida y su preparación física inmejorable.
Cortaduras de Zarzuela
Pero antes de narrar lo acontecido en ese ingente estadio hablaremos de algo que muy pocos ajenos al mundo hípico conocen.
Una hazaña protagonizada por uno de los miembros del equipo de Amberes que tendría lugar muy poco antes de la participación olímpica y cuya difusión como gesta ecuestre dio la vuelta al mundo. Apenas existe bibliografía al respecto más que el testimonio de Fernando Olmedo y sobre todo el de Pepe Álvarez de las Asturias, nieto de Trujillos que narró en diferentes medios lo acontecido.
El «Descenso de las Cortaduras» o lo que es lo mismo, el descenso de las «Cortaduras de Zarzuela» estuvo protagonizado por Trujillos profesor de exterior de la Escuela Militar Ecuestre y junto a su ayudante el teniente Álvarez Osorio, fueron los descubridores de las cortaduras de la Zarzuela en los terrenos de El Pardo. Era un conjunto de gigantescas dunas de arena arcillosa con barrancadas de hasta 15 metros de caída en tramos casi verticales, con un pequeño lecho arenoso al final.
Resultó ser un lugar especialmente idóneo para poner a prueba tanto la destreza de los jinetes, como su valentía al tener que lanzarse por barrancos de diferente inclinación.
Y al frente de los alumnos de 1927, Trujillos y Alvarez Osorio serían los primeros en bajarlos y dirigirían a monitores y alumnos por las imponentes cortaduras por las que deberían descender manteniéndose sobre sus monturas. Peligrosos ejercicios en los que también participó Navarro Morenés, otro miembro del equipo olímpico.
La espectacularidad de las bajadas corrió de boca en boca en el mundo ecuestre, tanto que un grupo de oficiales extranjeros, se desplazaron a Madrid para verlas in situ. Quedaron impactados de la pericia del profesor, la eficacia de los oficiales, el perfecto adiestramiento de los caballos y, sobre todo, el valor que exhibían especialmente en el último descenso, la brutal barranca hoy conocida como «Gran Trujillos», relata su nieto Pepe.
En 1928, Alfonso XIII manifestó su deseo de contemplar el paraje y presenciar las actuaciones de los jinetes para plasmarlas en fotografías y enseñarlas en Inglaterra y quedó conmocionado. Días después, el monarca enviaba un mensaje de felicitación: «Por la disciplina, entusiasmo y decisión demostrados en la bajada de las cortaduras» y Trujillos sería nombrado gentilhombre de Su Majestad en recuerdo de la hazaña.
El capitán Montergón publicó en la Revue de Cavalerie un artículo que así lo describía «Cuando vi la cúspide de la última bajada comprendí lo que intentaban hacer; Acometido del vértigo, me incliné sobre un corte de pico, de veinte metros, a cuyo término solo una pendiente arenosa se ofrecía para recibirles, y pensé: ¡Eso no es posible! ¡No bajarán!». «Fueron hombres y caballos, se dejaron caer como piedras en el abismo profundo, rebotando de salto en salto. Solamente tres completaron el asombroso trayecto sin caerse, pero todos bajaron. Honor a estos intrépidos caballeros, y a sus caballos igual de valientes que ellos;
Y es que la verdad es que bajaron todos. El primero Trujillos y luego los alumnos, caballos y jinetes caían al vacío volteándose en un maremágnum de soberbias bajadas y no menos soberbias caídas. Lejos de perfil actual del Pura Raza Española eran caballos de temperamento sanguíneo nervioso, a medias carnes, con la cabeza acarnerada, y en su mayoría con las crines y colas cortadas.
La hazaña visibilizada
La hazaña ecuestre fue conocida por todo el mundo hípico internacional gracias a un gran reportaje de dieciséis fotografías que realizó el conocido free lance jerezano Diego Rangel. Era un fotógrafo deportivo, especializado en caza, automovilismo e hípica y lo publicó en la famosa revista Blanco y Negro y en numerosas publicaciones extranjeras que tuvieron una enorme difusión. Rangel, gran testigo de su tiempo, llegó a retratar la despedida de Alfonso XIII a Primo de Rivera camino del exilio, o el robo del oro del Banco de España hacia Moscú.
Las fotos, y una pequeña película que se rodó en las cortaduras, dieron la vuelta al mundo, elevaron el prestigio de la Escuela y situaron a la equitación militar española en la cumbre hípica mundial.
La prueba de Saltos
A falta de una semana para la finalización de los Juegos llegaban a Holanda nuestros tres jinetes. Vivían una gran presión. Los atletas españoles no habían materializado su esfuerzo en ninguna medalla. Pero el panorama para ellos se presentaba complicado. Las naciones habían invertido considerables recursos y presentaban jinetes de alto nivel ya que se enfrentaban a un enemigo aparentemente imbatible: Suecia, invicta en todos los concursos de saltos olímpicos desde 1912.
El poco tiempo trascurrido desde su llegada a Amberes en tren y el día de su intervención les impidió familiarizarse y entrenar sobre el «campo de batalla». De hecho, no vieron el estadio hasta que tuvieron que competir. Quedaron desconcertados ante su magnificencia y las 70 mil personas que rugían en las gradas. Con las frases épicas con las que se recuerda a los héroes se cuenta que se les dijo: «Debéis batiros como leones. No os olvidéis que sois de Caballería» a lo que respondieron: «Aquí estamos y no nos iremos con las manos vacías».
Pero la verdad es que España no partía en absoluto como favorita. Suecia, Polonia, Francia, Estados Unidos y Alemania sonaban como medallistas. Sin embargo, la presencia de Trujillos generaba cierta expectación: todo el mundo hípico había visto las Cortaduras de Zarzuela, y el porte militar y la gallardía de sus jinetes no dejó indiferente al público.
Los 34 jinetes de los diferentes países procedían a ejecutar sus pruebas. El recorrido constaba de dieciséis difíciles obstáculos. Trujillos, Navarro y García permanecían sobre sus caballos impolutos, de buena hechura y en forma... Magníficamente entrenados y con la moral muy alta afrontaban una final de vértigo.
Se iniciaba la competición, y portugueses, franceses e italianos comienzan a acumular penalizaciones. Suecia se rezaga y Polonia despunta como ganadora. Pero los tres capitanes españoles, asombran con sus actuaciones que despiertan ovaciones clamorosas. Trujillos, con Zalamero, hace un perfecto recorrido con un solo derribo. El tiempo fue 1´33´´ que solo le resta dos puntos. En segundo lugar, sale Navarro Morenés, con Zapatazo, y completa un recorrido impecable. Ni un solo error. En García Fernández recaen las esperanzas, es último recorrido y solo comete una falta, dos puntos de penalización. El equipo español suma cuatro puntos y se coloca en primer lugar. ¿Habría oportunidad? ¿Posibilidad de medalla? Pero Polonia todavía debía puntuar y le quedaba la participación de su último jinete que ejecuta a la perfección la prueba. Pero en su último salto tira el obstáculo y es penalizado con seis puntos.
Acababa la prueba y el equipo español lograba la medalla de oro. De lejos, Polonia y la hasta ahora invicta Suecia, les acompañarían en el podio.
En el estadio olímpico retumba un clamor ensordecedor «¡España! España! El resto de los deportistas españoles se tiran literalmente al campo a compartir la victoria. Los capitanes se saltan el protocolo militar y se abrazan lanzando vivas a España y al Arma de Caballería. También acuden los cuidadores de los caballos y el resto de los jinetes españoles (Cavanillas, Jiménez Alfaro, Somalo, López de Letona) Desde las gradas, Inmaculada Peláez la flamante esposa de Navarro, tan flamante como que estaba de luna de miel, contemplaba orgullosa el triunfo.
La Reina de Holanda felicitó personalmente a nuestros heroicos oficiales y colgó la dorada medalla a los tres ganadores comenzando por al más antiguo, el capitán Trujillos aunque no sobre un podio, sino sobre sus monturas. La Marcha Real sonaba por vez primera en unos Juegos Olímpicos con el público puesto en pie. La bandera española se situaba en lo más alto del mástil olímpico. Y el deporte español, en la cima del olimpo mundial.
Recibidos por... nadie
Pero curiosamente, los medios de comunicación españoles no recogieron su proeza pese a ser toda una hazaña que no se repetiría hasta medio siglo después (en Sapporo ‘72, con Paquito Fdez Ochoa)
Los tres campeones. Volvieron tren con sus medallas y a su paso por la frontera, el único que fue a recibirles fue el padre de Trujillos, Mauricio Álvarez de las Asturias (duque de Gor), antiguo esgrimista olímpico en florete, espada y sable que les obsequió con cajas de puros y una botella de champán. Su llegada a Madrid fue aún más desoladora: nadie les esperaba. Dicen que porque el telegrama con la noticia de la victoria no llegó a tiempo al Ministerio de turno.
Pero días después en desagravio se celebraba un pequeño homenaje en el hotel Ritz al que asistió Alfonso XIII, el general Primo de Rivera, el Capitán General Weyler, autoridades civiles y militares y numerosos compañeros. Las palabras del rey fueron muy elogiosas hacia los jinetes, hacia el Ejército y hacia el arma de Caballería. Eso sí, al saberse que estaban allí los campeones cientos de madrileños acudieron a la puerta del hotel a vitorear a los que habían hecho posible esa primera medalla de oro del olimpismo español.
Los tres capitanes tras la Guerra Civil siguieron montando, compitiendo en concursos y acumulando victorias y los tres llegarían al generalato. Navarro Morenés, 20 años después lograría la plata en los Juegos de Londres en 1948. Sería fue el primer deportista español bimedallista.
La Medalla de Oro, robada
Pero el periplo de la Medalla de oro no concluyó tras su entrega por la reina Guillermina. En tiempos de la II República, en el conocido como el Terror Rojo, el domicilio madrileño de Trujillos fue asaltado y le incautaron el oro olímpico. Probablemente para fundirlo.
Trujillos fue asaltado y le incautaron el oro olímpico. Probablemente para fundirlo
Medio siglo después, en 1984, Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, enterado del asunto encargó una réplica exacta de la Medalla para reparar esa deuda con la historia y el olimpismo. Por pura justicia deportiva.
El acto de entrega de la medalla «recuperada» fue sencillo y emotivo. En la arena del picadero del Club de Campo de Madrid Juan Carlos I y un grupo de familiares y amigos acompañaban a un venerable caballero. Muy elegante, ataviado de «loden», sombrero y bastón. Era el nonagenario Trujillos que recobraba en ese acto su Medalla, emblema de su importante aportación a la historia de su patria y su ejército. Su nieto ha narrado como todos lloraban de la emoción de poder revivir el momento histórico de aquel 12 de agosto de 1928 en el Estadio Olímpico de Ámsterdam.
Aquella victoria, fundamental en la historia del deporte español que fue protagonizada por tres jóvenes capitanes que dejaron en lo más alto el prestigio del Arma de Caballería.