Fundado en 1910

Pintura contemporánea de Ahmad Shah Durrani, fundador del Estado moderno de Afganistán en 1747 y gobernante del Imperio durrani

Picotazos de historia

La creación del primer reino afgano o la mezcla de soborno y amenaza para construir un imperio

Por medio de una sabia y dosificada mezcla de coacción, soborno, carisma personal y asesinato unirá en torno a sí a los diferentes clanes del este de Afganistán

Durante la mayor parte de su vida fue conocido como Ahmad Abdalí o Ahmad Khan (1722 – 1772). Fue el fundador del primer reino afgano, conocido como imperio Durrani y que duraría hasta el año 1823.

Nadir Sha fue un gran emperador y conquistador persa, fundador de la dinastía Afsárida. Fue él quien derrotó a los emperadores mogoles de la India y saqueó su capital, así como la hermosa ciudad de Agra, llevándose como parte del botín el legendario trono del Pavo Real, incrustado de gemas y piedras preciosas de valor, tamaño e historia sin igual. Entre ellas estaban el famoso Koh I Noor, el rubí Timur, el Darya I Noor, etc.

«Besa la mano que no puedes romper» reza el dicho árabe y así lo hizo Ahmad. Se puso al servicio de Nadir Sha y lo hizo acompañado por unos cientos de individuos de su clan. En poco tiempo se encontró al mando de toda la caballería pastún del ejército persa. Las campañas militares de Nadir Sha expandieron las fronteras del imperio persa –qué duda cabe– y llenaron la capital con los ricos despojos de sus victorias pero llevaron al estado a la quiebra, al no poder hacer frente a la cada vez mayor presión fiscal y a los terribles castigos que se abatían sobre las regiones que no podían cumplir con las cuotas que se les exigía.

Nadir Shah entró en paranoia y, temiendo ser traicionado por alguno de sus allegados, fue ordenando el asesinato de sus principales generales, sus más distinguidos nobles y varios hijos que mostraron demasiada iniciativa. En junio de 1747 Nadir Shah fue asesinado por miembros de su propia guardia, quienes vivían en constante terror. Ahmad no pudo hacer nada. Él era un pastún del clan Sadozai, o lo que es lo mismo: un tosco miembro de una violenta y bárbara comunidad de la zona este de Afganistán. Jamás hubiera sido aceptado por los persas. Por otro lado la situación política y económica en que se encontraba el imperio persa no era nada envidiable.

Coronación de Ahmad Shah Durr-i-Durrān por los jefes abdalíes en Kandahar en 1747

Ahmad reunió a sus tropas, recogió algunas cosas por motivos sentimentales: el tesoro de Nadir, las joyas del trono del Pavo Real y alguna que otra menudencia, y se retiró hacia las tierras que controlaba su clan, en la zona de Kandahar. Será desde este lugar donde –por medio de una sabia y dosificada mezcla de coacción, soborno, carisma personal y asesinato– unirá en torno a sí a los diferentes clanes del este de Afganistán.

Desde la base inicial de Kandahar, una vez que había establecido alianzas y apoyos fiables ( dentro de los baremos afganos), se lanzó a la conquista de los territorios al norte de Kabul, sometiendo a Uzbekos, Tajikios y Turcomanos. Tras controlar los territorios del norte y las fronteras este y norte, la capital y los territorios limítrofes con el imperio persa cayeron solos. Con la India, todavía desarticulada tras las campañas militares de Nadir Sha, una sutil mezcla de soborno y amenaza fue suficiente para conseguir los territorios fronterizos del este: la actual Pakistán (Sind) y Cachemira.

Durante el sitio de Harimandir Sahib ( el templo dorado de Amritsar) Ahmad fue herido en la nariz por el impacto de un ladrillo. La herida no era grave, pero por algún motivo, nunca se curó. La herida está descrita como que degeneró en algún tipo de gangrena ulcerosa que avanzo hasta devorarle el cerebro.

Sus enemigos, sobre todo los ingleses que observaban con preocupación su expansión, le reconocieron como un estadista de primer orden. El gobernador de Bombay, sir Mountstuart Elphinstone, escribió: «Tanto sus propios súbditos como las naciones con las que se vio involucrado...hablan con admiración de su valor y actividad militar. No hay príncipe oriental que tenga menos memoria manchada por actos de crueldad o injusticia».