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El general Franco en Burgos en agosto de 1936. A su izquierda el general Mola y a su derecha el general José Cavalcanti / En vídeo: vea la conferencia 'El camino al 18 de julio' de Stanley G. PayneWikimedia Commons

Los generales del 18 de julio de 1936 contra la II República, el golpe de Estado que inició la Guerra Civil

Unos era monárquicos, otros republicanos, muchos católicos, pero otros masones, casi todos de derecha, pero alguno de izquierdas

Hace 88 años que comenzó la Guerra Civil española. Ninguno de sus grandes y pequeños protagonistas vive, pero sigue siendo tema de actualidad y objeto de estudio, lectura, discusión e incluso gresca entre los españoles. Los que ganaron la guerra y disfrutaron de la victoria y la paz, contra todo pronóstico, se han convertido en los perdedores casi un siglo después de su rebelión y de su victoria.

El 17 de julio se inicia de forma inesperada la rebelión del Ejército de África en Melilla. Su actuación terminará arrastrando a la práctica totalidad del Ejército español del Protectorado a la rebelión y tras ellos a una parte del Ejército español en la Península.

Todo comienza como un golpe militar clásico, al estilo de los del siglo XIX, con el objetivo de quitar al Gobierno y dar un golpe de timón a una república que había caído, tras un pucherazo electoral, en manos de un radical, violento y revolucionario Frente Popular. Pero el golpe fracasa y, contra todo pronóstico, degeneró en una terrible guerra civil, una más, que iba a durar tres interminables años.

¿Quiénes estaban al frente del pronunciamiento militar? Los manda el general Sanjurjo, líder indiscutible de lo militares africanistas, exilado en Portugal tras el fracaso de su golpe de estado, de agosto de 1932, que desde el destierro mueve los hilo de la rebelión.

Fue tema clave en las conversaciones la amenaza que sufría la unidad de España a manos de los independentistas vascos y catalanes

Su mano derecha, su jefe de Estado mayor en la organización del golpe, era el general Mola. A las órdenes de Sanjurjo estaba lo más bragado del Ejército español. En marzo de 1936 se habían reunido en Madrid los generales Mola, Franco, Villegas, Saliquet, González Carrasco, Fanjul, Orgaz, Ponte, Rodríguez del Barrio, García de la Herrán y Varela. En la reunión hablaron de la ilegitimidad del gobierno del Frente Popular, de su incapacidad para ejercer sus funciones y de la inseguridad, violencia y ambiente prerrevolucionario que se vivía en España.

Fue tema clave en las conversaciones la amenaza que sufría la unidad de España a manos de los independentistas vascos y catalanes, y la obligación del Ejército de garantizar el orden, la ley y la unidad de España, conforme marcaba la constitución de 1931 y que era permanentemente conculcada por el Frente Popular.

El general Mola y el general Franco junto con otros generales sublevados

Los generales allí reunidos, contra lo que habitualmente se piensa, se mostraron prudentes. Todos estaban dispuestos a defender la legalidad republicana, a pesar de que muchos de ellos no se sentían estrictamente republicanos. Eran plenamente conscientes de que una acción armada impremeditada por su parte podría acarrear tremendas consecuencias para España y para ellos mismos.

Hablaron de sublevarse únicamente en el caso de que el presidente de la república entregase el poder a Largo Caballero –promotor de la revolución de Asturias de 1934– o si los socialistas y partidos y sindicatos de extrema izquierda intentaban anular violentamente las instituciones aprobadas por la constitución republicana, haciendo una revolución desde arriba, desde el mismo poder. Se sublevarían si se procedía a la disolución de la Guardia Civil y/o del Ejército, de los cuadros de oficiales y clases, o en el caso de que una guarnición se alzase, pues no querían dejar abandonados a ninguno de sus compañeros de armas.

La desconfianza de muchos militares contra los partidos revolucionarios de izquierdas, no era algo exclusivo de los soldados españoles. Desde la Revolución Soviética de 1917 la mayor parte de los ejércitos de Europa miraban con temor y antipatía a los socialistas y comunistas de sus respectivos países: los militares franceses, con Pétain a la cabeza, se vincularon masivamente a los grupos de extrema derecha para impedir la revolución y la llegada de gobiernos de izquierdas; en Alemania el Ejército reprimió con dureza la revuelta espartaquista; en Finlandia el mariscal Mannerheim, con apoyo de tropas alemanas, venció a las fuerzas rojas del Consejo Popular apoyadas por la URSS; estonios, letones y lituanos lucharon contra la URSS para conservar su recién ganada independencia, mientras que en Austria las fuerzas armadas apoyaron a los partidos de derechas y nacionalistas en sus enfrentamientos armados con los socialistas, especialmente en el verano de 1927. En Italia las Fuerzas Armadas se mostraron favorables a la llegada de Mussolini al poder como freno del internacionalismo revolucionario de los socialistas italianos.

Los conspiradores militares españoles no eran un grupo de locos ni de fanáticos. Eran todos hombres maduros, que estaban en el culmen de su profesión, que arriesgaban todo (su vida, las de sus familias, su patrimonio) para dar un golpe de éxito incierto. En 1936 Rodríguez del Barrio tenía 60 años; Fanjul, 56; Orgaz, 55; Saliquet, 59; Ponte, 61; González Carrasco, 58; Villegas, 61; Queipo de Llano, 61; Kindelán, 57; García de la Herrán, 56; y el joven Varela, 45. Entre los conspiradores más importantes estaba Franco, que tenía 44 años; Mola 49 y Goded 54. Los más viejos eran Cabanellas y Sanjurjo ambos con 64 años. No eran jóvenes tenientes y capitanes ansiosos de gloria. Unos era monárquicos, otros republicanos, muchos católicos, pero otros masones, casi todos de derecha, pero alguno de izquierdas.

No sólo algunos militares y los partidos de extrema izquierda conspiraban contra la legalidad republicana

El nombramiento del general Masquelet como ministro de la Guerra por el Frente Popular, con el objetivo de reforzar el control de Gobierno sobre el Ejército, al tiempo que se retiraba de los puestos de mando más importantes a aquellos generales que se sabía eran menos afines al Frente Popular. Eran unas medidas preventivas contra el ruido de sables que con fuerza se oía en las salas de banderas.

Franco fue destinado el 22 de febrero a Canarias, Goded a Baleares, y Mola, el 1 de marzo, –gravísimo error– fue trasladado desde África a la jefatura de la 12ª Brigada de Infantería de Pamplona; Orgaz quedó disponibles, siendo fijada su residencia en Canarias, al tiempo que Varela era enviado a Cádiz en febrero bajo vigilancia policial, para luego ser confinado en una prisión militar el 17 de julio. A estos «destierros» se sumaron poco después los de los generales Fanjul, Villegas, Rodríguez del Barrio, Saliquet y González Carrasco.

No sólo algunos militares y los partidos de extrema izquierda conspiraban contra la legalidad republicana. Los monárquicos alfonsinos, pocos, pero con gran poder económico, y los monárquicos tradicionalistas, los carlistas, se preparaban para una confrontación armada que parecía inevitable.

La persecución religiosa había hecho crecer enormemente al carlismo, que no había parado de organizar y preparar a sus milicias, los requetés, para una cuarta guerra carlista. Por su parte el joven partido fascista español, FE de las JONS, desde 1935 trazaba planes insurreccionales al ver el camino que tomaba la situación, pero sus escasos medios materiales y número de afiliados no le permitía más que responder con la misma moneda a los atentados y asesinatos que las milicias de izquierdas causaban en sus filas.

Falange había sido declarada ilegal el 13 de marzo y la mayor parte de sus líderes encarcelados. Su jefe, José Antonio Primo de Rivera, desde la cárcel Modelo de Madrid y luego de Alicante, donde sería fusilado, ordenó a sus seguidores sumarse al alzamiento que se preparaba. Estos tres grupos, ya fuesen juntos o por separado, eran incapaces de emprender una actuación armada capaz de cambiar el futuro de España.

Mientras todo esto ocurría la población de derechas esperaba acontecimientos, sin negar su simpatía por un golpe de Estado que cambiase las cosas, aunque sin hacer nada, a pesar de estar muy preocupada por el cariz que estaban tomando los acontecimientos. Sólo algunos de sus líderes mantenían contacto con sectores del Ejército partidarios de la sublevación. En junio Gil Robles jugaba la baza del alzamiento aportando medio millón de pesetas para la organización del mismo.

La trama de la conspiración militar se extendía por toda España y Marruecos. El 5 de junio preparó Mola un documento por el que el futuro directorio militar se comprometía a mantener el régimen republicano si triunfaban en sus propósitos, aunque suspenderían la Constitución de 1931, para convocar elecciones a Cortes Constituyentes, elegidas por medio de un sistema de sufragio censitario, del que serían excluidos los analfabetos y los delincuentes, y mantendría la separación entre la Iglesia y el Estado.

Franco, junto a otros muchos militares, veía en la sublevación la solución última, extrema y poco deseable, a los problemas que sufría España bajo el gobierno del Frente Popular

En las semanas previas Mola contaba únicamente, de las 8 divisiones orgánicas, con la 5ª mandada por el general Cabanellas, a la que se sumaban los comandantes generales de Canarias y Baleares –Franco y Goded–, y el muy republicano inspector general de Carabineros (policías de fronteras) Queipo de Llano y el general José Sánchez Ocaña, jefe de Estado Mayor Central. Franco, junto a otros muchos militares, veía en la sublevación la solución última, extrema y poco deseable, a los problemas que sufría España bajo el gobierno del Frente Popular.

El Ejército estaba desunido y dividido por razones ideológicas, no profesionales, por lo que fueron relativamente pocos los que inicialmente se unieron a la sublevación. Una buena parte terminó, por mentalidad, extracción social y creencias, y por motivos geográfico, por alinearse con los alzados, aunque una amplia minoría permaneció fiel al Gobierno frentepopulista por ideología o por disciplina, aumentando el porcentaje cuando mayor graduación tenían.

La rebelión fue un fracaso. A pesar de tener todo inicialmente en contra, los sublevados decidieron afrontar los riesgo de una guerra. Sanjurjo murió en un accidente de avión cuando viajaba de Portugal a España para ponerse al frente de la sublevación. Franco fue elegido generalísimo de los ejércitos rebeldes por su compañeros de armas en Salamanca a finales de 1936.

Franco gobernó España entre 1939 y 1975 con mano de hierro y guante de seda, acompañado por una generación de españoles que habían combatido a sus órdenes en la guerra. Si el golpe militar hubiese triunfado Franco solo habría sido uno más de los generales del 18 de julio.