La caída de Robespierre ante la Reacción Termidoriana
El Tribunal Revolucionario llevó a la guillotina al hombre que había sembrado el terror durante la propia Revolución
El final del Reinado del Terror, encabezado por Maximilien Robespierre , tuvo su fin el 27 de julio de 1794, cuando a este lo declararon criminal. Durante este periodo presuntos sospechosos contrarrevolucionarios fueron detenidos. De ellos 16.594 los ejecutaron en la guillotina y decenas de miles los asesinaron en masacres o en la prisión. El fin de aquel reinado dio paso a lo que se conoce como Reacción Termidoriana.
Robespierre se defendió de los ataques que sufría. Algunos consideran que, de haber dejado el poder, su final hubiera sido otro. El problema es que veía enemigos por todas partes. Estos impidió que se retirara a tiempo. Para defenderse dijo que poseía un listado con traidores a la república y que estos no tardarían en ser ajusticiados. Entre los supuestos traidores estaba el jefe de la Comisión de Finanzas Pierre Cambon. No reveló ningún otro nombre. Seguía considerando que la revolución «se ha fundado en la teoría de los derechos de la humanidad y de la justicia».
De la admiración a la reprobación
Aquella defensa Robespierre la llevó a cabo el 26 de julio de 1794 o el 8 de termidor. En un primer momento convenció a los suyos. Incluso se quiso imprimir el discurso para que todo el mundo lo pudiera leer. En estas que Cambon, acusado por Robespierre, decidido defenderse. «Es hora de decir toda la verdad: un hombre está paralizando la Convención Nacional; ese hombre es el que acaba de pronunciar un discurso. ¡Es Robespierre!».
Las palabras de Cambon levantaron los ánimos de los diputados. Puestos en pie le exigieron a Robespierre que diera el nombre de aquellos supuestos traidores que tenía en ese listado. Este se negó. Se pasó de la admiración a la reprobación. Es más, ya nadie quería que se publicara el discurso. Aquella noche, sin embargo, lo repitió en el club Jacobino. Lo finalizó premonitoriamente, diciendo que con gusto daría la vida por la patria.
¡Danton! ¿Es Danton lo que lamentáis? ¡Cobardes! ¿Por qué no le habéis defendido?
Al día siguiente, en la Convención Nacional pronunció un discurso Louis Antoine Saint-Just. Se empezaron a oír gritos contrarios y a favor del discurso. Los jacobinos se quedaron sin palabras. Saint Just no pudo replicar las críticas. En su defensa salió Robespierre. Acto seguido oyó gritos en su contra que lo acusaban de tirano. Uno de los diputados exclamó que «¡es la sangre de Danton la que lo ahoga!». Estas palabras surgieron cuando vieron que a «Robespierre se le hacía difícil poder hablar por encima de los gritos». Le replicó al diputado que «¡Danton! ¿Es Danton lo que lamentáis? ¡Cobardes! ¿Por qué no le habéis defendido?». En medio de aquellos chillidos y confusión Jean-Lambert Tallien alzó la voz para pedir que se detuviera a Robespierre, a Saint Just, a George Couthon, a Philippe- François- Louis Le Bas y a François Hauriot.
La Convención Nacional aprobó la petición de Tallien. Sin embargo, los jacobinos no estuvieron de acuerdo y defendieron a los suyos. Es más, se pidió que ninguna cárcel de París los aceptara como prisioneros. Aquella misma tarde, debido a la presión popular, todos estaban en libertad y escondidos en el Hôtel de Ville. Con ellos estaba el hermano pequeño de Robespierre, Augustin, que también pidió ser detenido. Hasta ese momento tenían a su favor la Comuna y el Club Jacobino.
Pasaron las horas y, ante la incapacidad de reacción de los jacobinos, la Convención Nacional declaró a Robespierre y a los suyos criminales. Con lo cual se les privaba de su derecho a juicio. El 28 de julio de 1794, a las 2 de la madrugada, los soldados de Paul Barras, vizconde de Barras, entraron en el Hôtel de Ville. Sorprendieron a Robespierre firmando un decreto por el cual llamaba a la Comuna a las armas. El caos se apoderó de la habitación. Augustin Robespierre intentó huir por una ventana y, como escribió Napoleón «se arrojó por una ventana por terminar sus días. No habiéndose quebrado más que una pierna, se le arrastró al otro día con los suyos al cadalso». Couthon, en silla de ruedas, cayó por las escalera abriéndose la cabeza. Le Bas se suicidó. Robespierre también quiso suicidarse. Fallo el disparo y se destrozó la mandíbula. Saint Just no hizo nada para huir, pues sabía que era inútil resistirse, pues su destino ya estaba marcado por sus contrarios.
15 minutos de aplausos
Robespierre, como consecuencia del disparo poco acertado que le destruyó la mandíbula, pasó las últimas horas de su vida con un inmenso dolor y sin que la herida le fuera curada. A las 9 horas del 28 de julio fue llevado, junto a Couthon y Saint Just delante del Tribunal Revolucionario. También llevaron el cadáver de Le Bas y al moribundo Augustin Robespierre. Asimismo aprovecharon para detener a otras 16 personas. El Tribunal los condeno a todos a morir en la guillotina. Robespierre subió las escaleras sin ayuda. Se sacó la chaqueta manchada de sangre. El verdugo le arrancó las vendas de la cara, para que la hoja de la guillotina pudiera avanzar sin obstáculos. Los gritos de Robespierre solo se acallaron cuando la guillotina cayó sobre su cuello. En aquel momento, los ciudadanos allí presentes, aplaudieron durante 15 minutos la muerte del hombre que había llevado el terror a la Revolución francesa.