Fundado en 1910
Cronista de IndiasAntonio Pérez Henares

Un aventurero llamado Balboa

Me ha tocado estos días irles contando a los expedicionarios quién y cómo fue el personaje y ha llegado también la hora de hacerlo para ustedes

Vasco Núñez de Balboa por Ferrer Dalmau

La aventura de los jóvenes expedicionarios de «España Rumbo Al Sur» ha cumplido ya un primer tramo de su periplo. Vasco Núñez de Balboa ha sido su protagonista y hemos rememorando la gesta que le hizo parte de la historia de la Humanidad. Hemos seguido sus pasos desde el Darién hasta el lugar donde divisó el Pacífico desde lo alto del monte conocido como Pechito Parado. Esta ha sido, hasta el momento, la más exigente caminata pues fueron muchos los kilómetros de marcha y muy sufrida la subida. Vasco bajaría después y tras buscar camino a tomar posesión de él en nombre de los reyes de España. Me ha tocado estos días irles contando a los expedicionarios quién y cómo fue el personaje y ha llegado también la hora de hacerlo para ustedes.

La vista del Pacífico

Núñez de Balboa nació en Jerez de los Caballeros (Badajoz) alrededor de 1475, vástago de una familia de ascendencia galaico-leonesa de viejos hidalgos pero muy reducida hacienda y muchos hijos. Vasco entró muy joven al servicio del señor de Moguer (Huelva) el cabeza de la poderosa familia de los Portocarrero y allí aprendió, además de hacerse muy diestro en el manejo de las armas, a leer y escribir.

A sus 25 años era todo un real mozo. «Bien alto y dispuesto de cuerpo, y buenos miembros y fuerzas, y gentil gesto de hombre muy entendido, y para sufrir mucho trabajo» según la descripción de Fray Bartolomé de las Casas que tuvo ocasión de conocerlo cuando llegó a La Española, a la actual ciudad de Santo Domingo.

Viviendo en Moguer, de donde habían partido tantos con los Niño y los Pinzón en el primer viaje de Colón, no fue nada extraño que el sueño de las Indias anidara en él. Embarcó hacia allí en el año 1501, cuando andaba por los 25 años, como escudero en la expedición del trianero Rodrigo de Bastidas, rico y afortunado, con quien viajaba el renombrado cartógrafo Juan de la Cosa, patrón de la «Santa María» en el Descubrimiento y hombre de confianza de la Reina Isabel. El viaje fue productivo y aunque las naves, carcomidas por la broma, se fueron a pique al llegar a La Española, lograron salvar lo más valioso que habían conseguido, perlas y oro.

En la ruina

Algo le tocó a Vasco, que se había ganado fama de arriesgado y buen espadachín. Decidió quedarse en Santo Domingo, y allí consiguió tierras en el reparto del Gobernador Ovando, al mando tras haber el regidor Bobadilla enviado engrilletados a España a los Colón, con quien Balboa había servido para completar la conquista de la isla.

Hasta ahí le fue bien y luego ya de mal en peor. Como colofón a varios fracasos se le ocurrió montar un negocio de cría de cerdos que lo llevó a la ruina, endeudarse hasta las cejas y ser acosado por sus acreedores. Tanto que no le dejaban salir de la isla mientras no pagara. Ello le impidió embarcarse con la doble expedición de Ojeda con de la Cosa y Nicuesa por otro lado que en 1509 que iban a ocupar y repoblar respectivamente sus Gobernaciones, de Nueva Andalucía, al sur del Darièn y de Veragua, al norte del río.

No cejó en su empeño y escapó como polizón cuando más de un año después partió el barco del bachiller Enciso que acudía tras larga demora a socorrer a Ojeda, cercado en el Urabá por los indios, que ya habían acabado con sus flechas herboladas (untadas con veneno) con más de la mitad de sus tropas y matado a Juan de la Cosa en la bahía del Calamar (actual Cartagena de Indias)

Balboa se coló la noche anterior a la partida en la nao y se ocultó envuelto metido en un barril con su perro «Leoncico», que era hijo del más mentado can de las Américas, «Becerrillo». Descubiertos en alta mar, Enciso ordenó abandonarlo en el primer islote desierto que avistaran y quedarse al perro. Pero Balboa y Leoncico eran muy conocidos y por muchos admirados. Le dijeron al bachiller Enciso, que amén de fuerte y hábil con la espada, Balboa conocía la zona a la que se dirigían por haberla navegado antes y que sería muy útil. Así que le perdonó la vida y a partir de ahí Balboa entraría en el sendero de la gran historia de América y del mundo.

Becerrillo y Leoncico

Ojeda había fundado San Sebastián de Urabá y había sufrido continuo ataque de los indios y sus flechas letales (él mismo fue alcanzado por una y hubo de aplicarse hierros al rojo vivo en la herida para conseguir sobrevivir) y como Enciso no aparecía, decidió embarcarse y buscar ayuda. Dejó al mando del lugar a un tal Francisco Pizarro, ya conocido de Balboa, con la orden de esperarlo 50 días y luego intentar regresar a la Española. No lo había hecho, el barco en que se embarcó lo había robado un ladrón y pirata y lo hizo preso, y en ello estaba Pizarro, que ya había abandonado San Sebastián de Urabá y dado al fuego sus treinta casas.

Toparon con Enciso que asomaba al fin pero de mala manera. Al bachiller le embarrancó la nao y reunidos en la playa los que volvían y los que llegaban ante su orden de que había que regresar a la villa arrasada se le rebeló el personal. Y, encima, en las zozobras del embarranque había perdido las credenciales de su cargo.

Fue cuando emergió Balboa. El conocía aquella zona y propuso trasladarse al otro lado del Golfo de Uraba, al Darién, de mejor tierra y donde los indígenas no envenenaban sus dardos. : «Yo me acuerdo, que los años pasados, viniendo por esta costa con Rodrigo de Bastidas a descubrir, entramos en este Golfo, y a la parte de occidente, a mano derecha, según me parece, salimos en tierra y vimos un pueblo de la otra banda de un gran río (el Darién), que tenía muy fresca y abundante tierra de comida, y la gente de ella no ponía hierba (veneno) en sus flechas», les dijo.

Santa María de la Antigua del Darién

Aquello convenció a la gran mayoría y hasta Enciso hubo de aceptar. Comandados de facto ya por Vasco se dirigieron hacia aquel destino, aunque caía ya por encima de la raya divisoria con la gobernación de Nicuesa y desembarcaron allí.

El cacique de la zona, Témaco, no estaba dispuesto a consentirlo y atacó con mas de medio millar de guerreros indios. Temerosos los españoles de su gran superioridad numérica se encomendaron a una virgen muy venerada en Sevilla, la de la Antigua, e hicieron voto de bautizar la ciudad con su nombre si salían victoriosos. El combate fue duro pero Témaco, derrotado, se retiró al interior de la selva dejando su poblado en manos de los hombres de Balboa. En el saqueo de sus chozas encontraron un botín importante de adornos en oro.

Santa María de la Antigua del Darién fue fundada en diciembre de 1510 convirtiéndose en la primera ciudad española en tierra firme del continente. Y Vasco Núñez de Balboa, su líder de hecho, no tardó en ser nombrado por votación su primer alcalde.

La gente de Nicuesa no tardó en aparecer por Antigua. Una flotilla que buscaba a su gobernador perdido y en serios apuros divisó Antigua y tras parlamentar su jefe, Colmenares, con Balboa se acordó que se someterían a la autoridad de Nicuesa para lo cual dos fueron enviados como representantes a su encuentro. Lo hallaron, malherido, en Nombre de Dios.

Oro en abundancia

Al ser informado Nicuesa de la intromisión en su jurisdicción, a pesar de la propuesta de aceptar su autoridad se tomó muy a mal la cosa y se aprestó para llegar hasta allí y castigar a su cabecilla. Algunos de sus propios hombres, descontentos con ello, avisaron a los enviados de Santa María de sus intenciones y estos consiguieron hacérselo saber a Balboa. Así que cuando Nicuesa llegó ante Santa María de la Antigua del Darién no salieron precisamente a recibirle con los brazos abiertos, sino que le impidieron desembarcar y no consintieron en ello, ni siquiera cuando renunció a hacerlo como gobernador. No se fiaban. Y aún peor, muchos de los que con él venían lo abandonaron hartos de sus desastres y fracasos y se pasaron a Balboa.

A la postre, Nicuesa se quedó sin barcos y sin gente y hubo de subir a una nao desvencijada con tan solo 17 tripulantes que se dieron a la mar el 1 de marzo de 1511 y nunca más se supo de ellos. En un bohío de Cuba, donde parece que naufragó y fue aprisionado por los indios, se dice haberse encontrado después escrito: «Aquí feneció el desdichado Diego de Nicuesa».

Santa María de la Antigua del Darién no dejaba de crecer, las gentes de Nicuesa se venían a ella e iba ganando en población. La tierra era buena y los cultivos prosperaban, el maíz daba muy buenas cosechas y, la otra, la del oro, empezaba a afluir en abundancia. Balboa envió al virrey Diego Colón todas aquellas buenas nuevas y 15.000 pesos de oro y la víspera del día de nochebuena de 1511 la Corona nombró a Balboa «gobernador y capitán» de «la provincia del Darién». Las protestas de Enciso no encontraron en Santo Domingo oídos que le escucharan, pero el Bachiller era muy perseverante.

Anahiansi, mujer legítima

Desde Santa María de la Antigua, el audaz aventurero comenzó su expansión y sus conquistas. Utilizó tanto las armas como los acuerdos y reafirmó sus alianzas con el matrimonio y ahí entró en escena la bella Anahiansi, enamorada de él. Era hija de uno de los caciques más poderosos que se le enfrentó, Chima de Careta, al que primero venció en batalla y luego hizo aliado y amigo. La alianza se selló tomando Balboa a la jovencísima Anahiansi «como si mujer fuera legítima».

Expandió su dominio trabando alianzas o sometiendo por la fuerza a quienes se le enfrentaban y fue en el territorio de uno de estos últimos caciques, Comagre, cuando en compañía de Anahiansi escuchó hablar por vez primera no solo del gran mar que estaba cercano sino que en bajando por aquella costa se había un lugar cargado de riquezas y dominado por grandes señores que llevaban cubierto su cuerpo de adornos de oro y que comían y bebían en vasos y cuencos de ese metal en vez de hacerlo en los de madera. Fue el hijo de Comagre, Panquiaco, quien alterado por el ansia de los españoles por aquel metal le dijo: «Si tan ansiosos estáis de oro que abandonáis vuestra tierra para venir a inquietar la ajena, yo os mostraré una provincia donde podéis a manos llenas satisfacer ese deseo». Nombró el lugar como el Birú que acabaría en el Perú castellano y estaba hablando de imperio del Inca.

Estas noticias encendieron de tal manera los ánimos de Balboa y de sus gentes, que tras regresar a Santa María, en 1513, este decidió emprender el viaje. Ante él estaban la gloria y la fortuna, nadie iba a detenerlo y y se lanzó a por ellas. Aunque no le faltaron trabas. Hubo antes de sofocar una conspiración indígena de varios caciques derrotados para destruir Antigua. Su sola entrada en escena, su prestigio era enorme entre los indios, la desarticuló. Cincuenta guerreros disfrazados de campesinos le prepararon una emboscada para matarle y su sola presencia les asustó tanto que salió ileso de ella. Peor fueron las conspiraciones de los propios españoles, nuestro mal endémico por excelencia, que no cejaban en intentos de socavar su autoridad presentando denuncia tanto ante el virrey Diego Colón, ya llegado a la Española, como ante la propia Corte Real en España. Por el momento no se les dio crédito, pero dejaron semilla.

200 españoles, Leoncico y un bergantín

Balboa entendió que no podía demorar su partida y que el descubrimiento de aquel gran mar podía ser la mejor de sus bazas. Dejó en Santa María de la Antigua del Darién unos 200 españoles y salió con 190, su jauría de perros comandada por Leoncico y un pequeño bergantín escoltado por nueve canoas indígenas con las que navegó hacia las tierras de su amigo el cacique Careta. Desembarcó allí cinco días después para reunirse con los contingentes indios que marcharían con él. Lo hizo en la que luego sería la ciudad de Acla con más de mil hombres provenientes tanto de esa tribu como de la Comagre, estos al mando del aguerrido e inteligente Panquiaco. Llegaron a las tierras del cacique Ponca, al que había derrotado anteriormente y que se le volvió a enfrentar, pero, vencido, y al comprobar la enorme superioridad, se sometió y le proporcionó también guerreros y guías para proseguir por las mejores veredas y trochas de las selvas.

La meta estaba cerca y decidió dejar el grueso de sus fuerzas atrás en un poblado que también se le sometió y avanzar rápidamente acompañado de Francisco Pizarro y tan solo 67 hombres. Los guías indios le aseguraban desde una cordillera (las montañas Urrucallala) que tenían ya a la vista se divisaba el gran mar. Y Balboa se dispuso dispuso a llegar aquel mismo día. Así que a las seis de la mañana del 25 de septiembre salió del poblado. A las 10, los guías le indicaron el lugar desde el cual se divisaba el océano. Balboa ordenó a todos detenerse y subió solo, pues deseaba ser el primero en ver el Mar del Sur. El escribano de la expedición, Andrés de Valderrábano, dio así fe de ello: «En veinticinco de aquel año de mil e quinientos y trece, a las diez horas del día, yendo el capitán Vasco Núñez en la delantera de todos los que llevaba por un monte raso, vido desde encima de la cumbre de la Mar del Sur antes que ninguno de los cristianos compañeros que allí iban».

Núñez de Balboa descubre el Pacífico

Subieron los demás y juntos contemplaron emocionados aquel impresionante escenario con el gran mar al fondo ocupando la totalidad del horizonte. Tomó posesión del lugar, cortaron ramas, hicieron montículos de piedras, grabaron con sus puñales en los troncos de los árboles los nombres del Rey Fernando y de la Reina Juana, así como la fecha y los suyos propios y el clérigo Andrés Vera entonó el Te deum Laudamos, coreado con emoción por todos ante la estupefacta mirada de los indígenas.

Entonces, Balboa ordenó al escribano que tomara los nombres de los 67 españoles presentes, comenzando por el suyo, seguido por el del clérigo Andrés de Vera y siendo el tercero el del teniente, Francisco Pizarro.

Tras ello, comenzaron la bajada hasta aquella todavía lejana orilla para así tomar posesión de aquel mar, bajando hasta su orilla Balboa con 25 hombres seleccionados. Todos lucían sus mejores galas de combate; corazas, cascos, plumas y llevaban en vanguardia un estandarte con la imagen de la Virgen y las armas de Castilla. Pero llegados a la playa, esta era un fangal por la marea baja, así que esperaron a que subiera para no deslucir la ceremonia. Balboa entonces se puso la coraza y el yelmo y con el estandarte en una mano y en la otra la espada, se adentró en el mar hasta que el agua le llegó a las rodillas y proclamó: «Vivan los muy altos e poderosos señores reyes don Fernando e doña Juana, Reyes de Castilla e de León, e de Aragón en cuyo nombre e por la corona real de Castilla tomo e aprehendo la posesión real e corporal e actualmente destas mares e tierras, e costas, e puertos, e islas australes».

El Mar del Sur

Después, y tras preguntar si alguien se oponía a la posesión, a lo que solo replicó el silencio y el rumor de las olas, y si estaban dispuestos a defender con sus vidas tal posesión, a lo que respondió un sonoro sí, dio unos sablazos al agua y salió para, a continuación, ordenar al escribano anotar los nombres de los 26 presentes encabezados por Balboa y por Pizarro. Los testigos hubieron también que probar el agua y asegurar que como la del otro mar, era salada. Bautizó como Mar del Sur y a aquel golfo como el de San Miguel, por ser aquel día el de aquel Arcángel, el 29 de septiembre de 1513.

En el viaje de vuelta aprovechó para hacer todo el acopio que pudo de oro, que no fue poco pero mayor fue el de perlas, de hecho el archipiélago por el pasó, quedó desde entonces hasta hoy con el nombre del de las Perlas por la muchas y de gran calidad que allí se daban. En diciembre ya estuvo de nuevo en tierras del Caribe atlántico, en el golfo y archipiélago de San Blas y desde allí ya puso rumbo por tierras de Ponca y Careta, a Santa María de la Antigua del Darién, a la que entró el 19 de enero de 1514. Traía, amén del gran descubrimiento, un gran botín de más de 100.000 castellanos de oro, una gran cantidad de perlas y muchos y muy hermosos tejidos en algodón. Vasco Núñez de Balboa había alcanzado su sueño y se disponía a vivirlo. Pero el destino tenía otros planes.