El español que documentó las maravillas de la primera tumba hallada intacta del Antiguo Egipto
El natural de Reus acompañó a los grandes egiptólogos de finales del siglo XIX en sus viajes al país de los faraones
La proeza de encontrar una tumba intacta en Egipto en el siglo XIX no era una cuestión baladí. Los tesoros que escondían en su interior eran atracción para los egiptólogos, pero también para los saqueadores. Por lo que cuando Eduardo Toda y Güell (Reus, 1855–Poblet, 1941), cónsul español en Egipto se enteró del hallazgo de un sepulcro con esa característica se apresuró para ser de los primeros en descubrir sus secretos.
Al terminar su carrera de Derecho en Madrid, Eduardo Toda obtuvo una plaza en el cuerpo diplomático, lo que le permitió conocer mundo. Estuvo en Macao, Hong Kong y Shangai entre los 21 y los 27 años, y tras una breve estancia en Cataluña, retomó su aventura diplomática; esta vez en el país de los faraones como cónsul general de España en El Cairo, donde descubriría su gran pasión.
Considerado el primer egiptólogo español
Entablaría amistad con el arqueólogo francés Gaston Maspero, quien le contagiaría el interés por la egiptología. Su relación fue tan estrecha que el francés consideraba al español como un sobrino, alguien con quien se llevaba muy bien y al que tenía mucho aprecio, según afirmó el egiptólogo de la Universidad de La Laguna Miguel Ángel Molinero Polo en el Abc. Por ello, Maspero invitaría a Toda a viajar con él y otros egiptólogos de renombre a Egipto en una expedición para inspeccionar el estado de los monumentos y las obras de excavación y de conservación.
Con él viajaría al Nilo a bordo del barco Bulak del Servicio de Antigüedades y con destino Luxor para las diversas misiones. Más tarde, el natural de Reus patrocinaría sus propias expediciones como la que realizó en Menfis con 12 hombres armados a caballo y cuatro camellos para transportar el equipaje. Aunque con muy poca experiencia, Toda participaría en algunos de los hitos más célebres de esta disciplina. Lo que haría ser considerado con el tiempo como el primer egiptólogo español.
El 1 de febrero de 1886, Maspero recibió un chivatazo: Salam Abu Duhi, un habitante de El-Qurn, acababa de descubrir un sepulcro intacto en Deir-el-Medina, el pueblo de los artesanos de Tebas. Toda dejaría por escrito lo siguiente: «A las cinco de la tarde del día 1.º de Febrero, en el momento de volver de una excursión a las vecinas ruinas de Karnac, se nos presentó un beduino de aspecto miserable, enrojecido por el sol y mal cubierto el cuerpo por la rota camisa de sucio percal blanco. Venía a participarnos el descubrimiento que pocas horas antes había hecho, en la necrópolis tebana, de un sepulcro intacto y cerrado aún por la misma puerta de madera que en el dintel de la cámara pusieron los antiguos egipcios, al dejar en su recinto el último cadáver».
Las 'cosas maravillosas' de la primera tumba intacta encontrada
No sólo se adentró en la tumba, sino que Maspero le confío ayudar con la documentación de esta. «No sin emoción hallamos en el fondo de este último corredor la entrada de la cámara funeraria, en cuyo marco de piedra permanecía intacta la puerta de madera cerrada por el sacerdote que depositara en aquel recinto el último cadáver», relata el propio Toda. Al llegar al lugar, todos quedaron maravillados por los tesoros que escondía: desde las pinturas a la calidad de los ataúdes y el resto del ajuar que había en su interior. El sepulcro pertenecía a Sennedjem, un artesano que trabajó para Seti I y su hijo Ramsés II, el Grande, hacia el 1300 a.C.
El inventario fue bastante exhaustivo. Toda documentó, vació y clasificó el contenido de la tumba. El suelo estaba cubierto de momias: unas once esparcidas de cualquier manera y otras nueve en sarcófagos de madera. En total 20. Entre los cuerpos se encontraron un bello ataúd policromado que pertenecía al famoso artesano.
«De los veinte cadáveres que había en el sepulcro, los nueve encerrados en sus cajas de madera estaban perfectamente conservados y pudieron ser conducidos al vapor sin dificultad. No así los once restantes, que tirados sin cuidado alguno por el suelo [...] se deshicieron entre las manos de los árabes que intentaban levantarlos», dejó escrito el egiptólogo español, que conservó los cráneos para un posterior estudio etnográfico.
Trasladó las momias a Boulaq para más tarde su depósito en el Museo de El Cairo. Pero lo que verdaderamente fascinó al español fueron los frescos de la cámara funeraria. Las paredes estaban revestidas con imágenes de gran precisión técnica entre los que podemos encontrar textos y escenas del Libro de los muertos, representaciones de la momia de Sennedjem tendida sobre el lecho fúnebre dentro de un bello santuario, imágenes de sacerdotes realizando ofrendas, así como divinidades funerarias como Anubis, el difunto y su esposa orando y cosechando en los campos del más allá.
El vaciado de la que se conoce como tumba tebana I duró tres días. Toda contó con la ayuda de siete obreros y, a excepción de los objetos funerarios que Toda se llevó a España cuando regresó y que forman parte del fondo del Museo Arqueológico Nacional y del Museo Víctor Balaguer; las diferentes piezas encontradas, además de las momias, como figuras ushebtis, vasijas o muebles funerarios se encuentran en el Museo Egipcio de El Cairo.
Poco después del descubrimiento, Eduardo Toda publicó su trabajo con fotografías de la tumba incluidas. Aunque su «carrera» como egiptólogo fue breve pues tenía que continuar con sus deberes como diplomático, su participación fue un hecho muy importante para la egiptología. No solo por ser la primera excavación de un español en este campo, sino porque también fue la primera tumba que se encontró intacta en Egipto.