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El Pozo de Nieve de Salamanca es un lugar ideal para pasar un tórrido verano como el actual, pero también es uno de los restos arqueológicos más originales y desconocidos de la capital salmantina: una 'nevera' excavada en roca y de siete metros de profundidad que, sin electricidad, funcionó desde el siglo XVIII a base de nieve transportada con burros desde la sierra de Béjar.

Después de conservar alimentos, enfriar bebidas y servir de antiinflamatorio durante décadas, la llegada de la electricidad a finales del siglo XIX relegó a este espacio, reconvertido después en almacén de tejidos, pero también en 'cubo de basura', como recuerda el arqueólogo Francisco José Vicente, quien estos días muestra también sus dotes interpretativas en las visitas teatralizadas por las que han pasado cientos de personas en lo que va de verano.

Para alguien que vive en la comodidad actual de abrir la nevera de su casa y encontrar allí todo tipo de alimentos frescos, estremece pensar en los trayectos nocturnos de unos 90 kilómetros que completaban en carro los trabajadores de esta 'nevera', para portar nieve serrana en sacas y tinajas de barro.