La malograda dinastía púnico-íbera: Imilce, princesa de Cástulo, mujer de Aníbal
En el cerco, Imilce acompañó a su esposo. Cuenta la leyenda que hubo gran amor entre ambos y no un mero acuerdo político
Cada día se acerca más el momento en que el mundo íbero emergerá ante nuestros ojos con todo su esplendor. Los descubrimientos se suceden y no dejan de ofrecer pruebas de un pasado de inaudita cultura y amplitud que ha quedado larguísimo tiempo en el olvido, soterrado y oculto, pero que está dejando sorprendidos a los arqueólogos y nos dejará atónitos a todos.
Aunque conocemos pocos nombres de sus protagonistas, hay uno de ellos que brilla entre todos. Pues ella —fue una mujer— pudo ser el origen de una gran dinastía, púnico-íbero, que Roma y Escipión, tras muy trabada guerra, truncó. Porque Imilce —que así se llamó—, princesa de Cástulo, capital de la Oretana, fue la esposa de Aníbal, el gran general cartaginés, cabeza de los barca, que tuvo a Roma vencida, pero que acabó sucumbiendo al final. Y el hijo de ambos, Aspar, siendo solo un niño, también pereció.
Cástulo fue el impactante escenario donde se fraguó tal unión. La ciudad se encontraba situada a unos cinco kilómetros del actual Linares, en las estribaciones de la Sierra Morena, emplazada en las terrazas de la derecha del río Guadalimar. Era el paso entre la cuenca del alto Guadalquivir y la meseta y la capital de las tribus oretanas dueñas de aquel territorio. Era rica, abundante en cobre, plomo y plata, acuñaba su propia moneda y a ella llegaban los mercaderes de allende del mar. Y tras haber llegado los fenicios llegaron sus primos, los poderosos cartagineses.
Tras haber sido derrotados en la I Guerra Púnica por los romanos, y perder Sicilia, Córcega y Cerdeña, buscaron en Hispania su área de expansión y de revancha. Amílcar Barca inició la conquista (237 a de C.): conjugando presión militar con alianzas consiguieron avanzar por todo el territorio íbero hasta llegar al Ebro. Pero la resistencia no cejó y muerto Amílcar, a quien Barcelona, la «ciudad del Barca» debe su nombre, en combate con los oretanos, fue su hijo mayor, Aníbal, que ya se había ganado merecida fama en la batalla y sus hombres de dureza extrema, fue quien tomó el mando de todas las tropas púnicas. Aun así, Aníbal también demostró dotes diplomáticas y ofreció un pacto. Cástulo fue la piedra de restablecimiento de los acuerdos y su extensión a todas las tribus íberas. La princesa Imilce, la hija del rey Mucro, fue la elegida y el símbolo de la alianza.
De ella se conserva leyenda de gran belleza y de la entrega de su virginidad al poderoso cartaginés hizo alarde ella misma. Según el relato legendario, Aníbal la vio en una fiesta en el santuario de Auringis, en el actual Jaén, donde ella se encontraba más o menos recluida o al servicio de la diosa, y se prendó de ella. En la primavera del año 221 a C. se desplazó, escoltada por los suyos y rodeada de hermosas doncellas, hasta el templo de la diosa Tanit, a Kart-Hadast, donde se celebraron los esponsales.
Aníbal preparaba ya la guerra con Roma y su primer acto belicoso fue atacar su colonia de Sagunto, dando comienzo a las hostilidades (219 a de C.) En el cerco Imilce acompañó a su esposo. Cuenta la leyenda de que hubo gran amor entre ambos y no un mero acuerdo político. Y dice también que el hijo de ambos fue concebido en Saiti (Játiva) en el castillo que aún hoy conserva un balcón al que se llama el Mirador de Imilce, durante el asedio de Sagunto.
Aposentada en la actual Cartagena, alumbró allí a su hijo y pugnó por acompañar a su marido en su expedición cuando decidió atacar a Roma en su propio territorio. Pero Aníbal se negó rotundamente.
El poeta Silio Itálico en su Púnica (Libro III), que había recreado su boda, lo hace también del momento en que Imilce acepta resignada su decisión, no sin antes reprochársela:
«¿A mí me impides acompañarte, olvidando que mi vida depende de la tuya? ¿En tan poco estimas el matrimonio y la cesión de mi virginidad como para impedirme cruzar contigo las montañas? ¡Confía en la hombría femenina! No hay fuerza que supere al amor conyugal. Pero si solo soy juzgada por mi sexo y has resuelto despedirme, me avengo y no interpongo demora al destino. Que la divinidad te asista, hago votos. Marcha con buen pie, marcha con el favor de los dioses y conforme a tus deseos. Y en la batalla, en el sangriento combate, acuérdate de mantener vivo el recuerdo de tu esposa y tu hijo».
No volverían a verse. Imilce y su hijo fueron enviados, para su seguridad, a Cartago. Aníbal fue con ella y su hijo hasta el templo de Melkart en Gádir para pedir su favor en la guerra a la que se lanzaba. Tras ello, madre e hijo embarcaron desde allí hacia Cartago mientras su padre volvía a Cartagena y desde allí se ponía en marcha contra Roma.
La buena intención de Aníbal no hizo, sino ponerla a ella y a su vástago en el peor de los peligros, pues allí se encontraron con las asechanzas de los enemigos de Aníbal, que eran muy poderosos. No solo le negaron siempre los refuerzos, sino que hasta intentaron acabar con la vida de su hijo. Según Itálico, la maniobra partió de Hannón, su despiadado enemigo, quien propuso al Senado que nada mejor para implorar el favor de los dioses en aquella guerra contra los romanos, que ofrecerle en sacrificio al más poderoso, Baal Hammon, al hijo de Aníbal.
Imilce imploró a los sufetes que no lo aprobaran y envió un raudo mensajero a su marido contándole en que peligro se encontraba su retoño. Aníbal consiguió detener la conspiración ofreciendo a cambio al Senado la inmolación al dios Baal de 1.000 prisioneros.
En cualquier caso, ambos relatos terminan tristemente. Los dos, el de su estancia en Cartagena y el de Cartago, concluyen en que madre e hijo murieron a consecuencia de una peste que se declaró en la ciudad, cualquiera que esta fuera. En el año 212 a.C. madre e hijo, fallecieron. Todo se había truncado y la suerte de Aníbal también. Acabaría por tener que abandonar Italia para enfrentar a Escipión, que atacaba Cartago y ser derrotado en Zama.
En Cástulo se erigió una estatua en honor de Imilce, que se mantendría ya con la dominación romana y que supuestamente ha llegado a nuestros días. Sería la que ahora, tras su traslado de las ruinas de la ciudad oretana en el siglo XVI, preside la fuente de los Leones de la Plaza del Pópulo de la ciudad de Baeza.