¿Quién fue el mejor rey de España?
El estándar de lo que se espera de un buen rey ha cambiado enormemente y es muy distinto lo que se exigía de un monarca medieval de lo que pedimos actualmente a los muy limitados reyes parlamentarios
Los reyes siempre han tenido que responder ante el juicio de la historia, aunque no todos se hayan tomado igual de seriamente esta responsabilidad. Por supuesto, el juicio no es tampoco unánime ni inapelable y muchos monarcas que gozaron de buena fama han caído luego en la ignominia mientras la memoria de otros ha sido rescatada por el paso del tiempo.
En el caso de España, adjudicar el título de mejor rey es un tema abierto a mil polémicas historiográficas. El juicio dependería también del criterio que se emplease: el estándar de lo que se espera de un buen rey ha cambiado enormemente y es muy distinto lo que se exigía de un monarca medieval de lo que pedimos actualmente a los muy limitados reyes parlamentarios.
Sin embargo, la tradición en general ha coincidido en señalar siempre unos pocos nombres que se repiten. Probablemente, podríamos señalar una tríada que entran en todas las quinielas. Si dejamos fuera a los reyes medievales y nos ceñimos a los que heredaron la corona unificada ya por los Reyes Católicos, por el título de mejor rey tradicionalmente han pugnado Carlos I, Felipe II y Carlos III.
Ejemplo de monarca renacentista
Los dos primeros, padre e hijo, son los Austrias Mayores, que rigieron durante el siglo XVI llevando a España a su mayor poderío como potencia mundial. Carlos I de España y V de Alemania fue ya en su época considerado uno de los reyes más poderosos de la historia por la inmensa herencia que reunió al juntar la Corona de los Reyes Católicos con las posesiones imperiales de los Habsburgo y el Sacro Imperio Romano, a los que se sumó América con las conquistas de Cortés y Pizarro.
En 1555 el hombre más poderoso del mundo abdicó, incapaz de hacer frente a la Reforma protestante
El César Carlos ha pasado a la historia además como un ejemplo de monarca renacentista que aunaba los ideales de caballero cristiano y promotor de las artes y el intelecto. Sin embargo, la herencia que le dio la fama fue también su castigo al demostrarse ingobernable. En 1555 el hombre más poderoso del mundo abdicó, incapaz de hacer frente a la Reforma protestante, la rivalidad con Francia y la amenaza turca, y se retiró a un monasterio para vivir en paz el fin de sus días.
Un imperio donde no se ponía el Sol
Su hijo Felipe II heredó solo la parte española y Flandes, pero a ello uniría luego la corona de Portugal con todo su imperio y amplió las conquistas de América y Filipinas. Bajo su imperio, como se decía «no se ponía el Sol». Si Carlos V fue un soberano europeo, Felipe II es ya un monarca propiamente español, que fijó la capital en Madrid y construyó el prodigio de El Escorial como sede de su poder. Aunque en muchos aspectos fue más exitoso que su padre, su personalidad más seria y desconfiada hacen que sea visto a veces como una figura menos amable. Sin embargo, pocos reyes fueron más trabajadores y asumieron con una vocación verdaderamente religiosa su deber.
Modernizar el país y fomentar las ciencias
El gran aspirante Borbón al título es sin duda Carlos III, el ejemplo perfecto de monarca ilustrado del siglo XVIII. Trabajador incansable, como Felipe II, consiguió bajo su dominio que el Imperio español en América alcanzase su máxima extensión territorial llegando hasta Alaska, aunque para entonces se habían perdido las posesiones europeas y España no era ya una potencia a la altura de Francia o Inglaterra. Como buen ilustrado, dedicó mucho tiempo a modernizar el país y fomentar las ciencias. Sin embargo, pecó de los vicios propios de la Ilustración al anteponer los cálculos de interés racionales a la tradición y el sentir populares, con medidas muy negativas como la expulsión de los jesuitas.