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18 de septiembre de 2024

Últimos momentos de Felipe II por Francisco Jover y Casanova

Últimos momentos de Felipe II por Francisco Jover y CasanovaMuseo del Prado

El invento español que ayudó a Felipe II en sus últimos años de vida y que aún se sigue utilizando

De estos últimos días, fray José de Sigüenza escribiría que el monarca se sintió «asado y consumido del fuego maligno que le tenía ya en los huesos»

La salud de Felipe II fue delicada durante la mayor parte de su vida y con el paso de los años se fue deteriorando. Sentiría los primeros efectos de gota a mediados de 1568, cuando el agudo dolor en su mano derecha se hizo insoportable y constante. El calvario que acompañaría el resto de sus días al que era el hombre que reinaba un Imperio donde no se ponía el Sol, acababa de empezar.

Años más tarde, sobre todo a partir de 1580, el cuerpo del Rey Prudente fue aquejado por el asma y la artritis. En 1590 —tenía 63 años— ya necesitaba la ayuda de un bastón para poder caminar. Tres años más tarde, las consecuencias de esta enfermedad, que le atormentó durante 30 años, se agravaron: en dos ocasiones tuvieron que punzar al prudente rey en la mano para expulsar el pus que se había acumulado. Y en 1595 le sobrevino un ataque de fiebre que duró treinta días seguidos: «Su salud seguía un declinar imparable», subraya Enrique Martínez Ruiz en su biografía sobre Felipe II.

Fue entonces cuando diseñaron para él una silla con ruedas con la que pudiese desplazarse. El investigador francés R. Dolhem describiría la silla de ruedas del monarca en un extenso ensayo: «En el año 1595, el servicio médico de la corte del Alcázar de Madrid adquiere un mueble extraño y poco corriente para la época: una silla para gotosos diseñada según las reglas de la mecánica, que funciona perfectamente y que pocas veces exige revisión».

Silla de manos de Felipe II, llamada "de las gotas", destinada para paliar los dolores de gota del monarca. Dibujo de Jehan Lhermite

Silla de manos de Felipe II, llamada «de las gotas», destinada para paliar los dolores de gota del monarca. Dibujo de Jehan Lhermite.

El estudioso francés describiría el invento como «una verdadera tumbona con cojines sobre el asiento, el respaldo y los brazos… Dos láminas metálicas dobladas en forma de semicírculo y con dientes permiten subir y bajar a voluntad el respaldo y el reposapiés. El enfermo puede desplazarse en ella y cuando se ve en la obligación de utilizarla, puede acostarse como una cama apoyándose confortablemente contra el respaldo o bien sentarse con el busto derecho».

Así, esta silla revestida con una lujosa tapicería, contaba con antebrazos para que pudiese apoyarse. Además, era empujada por un sirviente y permitía al prudente rey incorporarse para resolver diferentes asuntos o reclinarse por completo para dormir. Cabe mencionar que, a su padre, Carlos I, que padeció similares dolores a lo largo de su vida por culpa de la gota —cuyos efectos empezó a sufrir en torno a 1530, destrozándole las articulaciones—, también le fabricaron una silla para transportarlo cuando se retiró al monasterio de Yuste. La única diferencia fue que en vez de con ruedas, era movida con palos, según indica el inventario de los bienes muebles que quedaron en el monasterio jerónimo a su muerte.

Carlos V en el monasterio de Yuste, sentado en la silla en la que lo transportaban. Obra de Joseph-Nicolas Robert-Fleury

Carlos V en el monasterio de Yuste, sentado en la silla en la que lo transportaban. Obra de Joseph-Nicolas Robert-FleuryThe Wallace Collec

Si bien es cierto que los orígenes de la silla de ruedas son un poco difusos, hay ejemplos primitivos representados en un jarrón griego del siglo VI a.C., que pudo ser una especie de cama infantil. También hay datos que recogen el uso de un tipo de vehículo en China para transportar a personas con problemas de movilidad u objetos pesados. No obstante, la del monarca español, conocida como «silla de las gotas», está considerada como el primer y mejor ejemplo documentado de este invento que hoy sigue siendo fundamental en la vida de muchas personas.

El 30 de junio de 1598 partió de Madrid con su séquito con destino al monasterio de El Escorial. Felipe II viajó postrado en la silla de ruedas diseñada especialmente para él. De estos últimos días, fray José de Sigüenza escribiría que el monarca se sintió «asado y consumido del fuego maligno que le tenía ya en los huesos».

El Rey Prudente, que tras la noticia de la muerte de su querida hija Catalina Micaela tenía el ánimo muy bajo, aguantaría 53 días de agonía postrado en la cama por culpa de las calenturas, la hidropesía y con un cuerpo lleno de úlceras y llagas purulentas, cuyo olor lo mortificaban tanto o incluso más que los espantosos dolores que sufría. Finalmente, el 13 de septiembre de 1598, Felipe II fallecía.

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