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19 de septiembre de 2024

PONTEVEDRA
LA GUARDIA
RESTOS CASTRO CELTA EN EL MONTE DE SANTA TECLA
VIVIENDAS CIRCULARES DELA CITANIA

El castro del monte Santa Tecla©KORPA

Santa Tecla, el castro que salió a la luz gracias al turismo

En tiempos en que debatimos si el necesario turismo puede llegar a ser una gran molestia, si es sostenible o no, si contamina o destruye, no está mal recordar como el ánimo de fomentar las visitas de forasteros impulsó la arqueología

Desde hace muchos años, el segundo lugar más visitado de Galicia, después de Santiago de Compostela, es el monte Santa Trega o Santa Tecla, situado en el término municipal de La Guardia, en Pontevedra. En tiempos en que debatimos si el necesario turismo puede llegar a ser una gran molestia, si es sostenible o no, si contamina o destruye, no está mal recordar como el ánimo de fomentar las visitas de forasteros impulsó la arqueología.

En 1912 se había refaccionado una vieja ermita en la cima de este monte que custodia la desembocadura del Miño. Algunos miembros de la élite guardesa entendieron que se presentaba una buena ocasión para mejorar lo que era una elevación pelada y sin fácil acceso. Decidieron fundar una sociedad privada para la promoción del lugar. Entre sus fines estaba la conservación del santuario existente, crear nuevos edificios y una zona explanada con escaleras, procurar la forestación y construir un camino que llevara cómodamente, incluso en vehículos, a la cumbre.

Esta carretera, que sigue existiendo en manos del Concello de La Guarda que cobra un peaje, era el fácil acceso a un mirador privilegiado que facilitaría la llegada de viajeros, fomentando así el incipiente turismo en la zona. La sociedad se proveía de cuotas, ayudas públicas y generosas aportaciones de los socios indianos, la mayoría residentes en Puerto Rico.

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RESTOS CASTRO CELTA EN EL MONTE DE SANTA TECLA

Castro celta en el monte de Santa Tecla©KORPA

La carretera se inició en 1913 y se concluyó en 1916. Todos los guardeses sabían que el monte estaba lleno de restos de civilizaciones antiguas, aunque no estaban ciertos en cuales. Los jesuitas del colegio de Camposancos habían excavado de manera poco profesional en sus excursiones campestres. Pero, al querer darle valor al lugar, los miembros de la sociedad Pro Monte decidieron que lo mejor era que un arqueólogo profesional llegara al sitio e iniciara una actividad científica. Manuel Lomba, presidente de la asociación, llevó restos de cerámica y objetos encontrados al Museo Arqueológico Nacional y allí contactó con el académico y sacerdote Ignacio Calvo, que se encargó durante nueve años de los trabajos.

Fue el primero que se dio cuenta de que los restos podían ser de una antigua citania, un caserío no muy grande. Que pertenecían a una población que tenía dispersas otros asentamientos en la zona, en el resto de Galicia y el norte de Portugal. Publicó sus conclusiones en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Las excavaciones continuaron a lo largo de la historia con Cayetano Mergelina, Manuel Fernández, De los Santos y las más recientes de Peña y Rafael Rodríguez.

El paso del tiempo favoreció la utilización de técnicas modernas en las excavaciones. Los hallazgos fueron llevados a los museos correspondientes y en el mismo monte se ubicó uno más modesto pero de indudable interés. Se fueron desenterrando los restos de viviendas que resistieron a la voracidad de los canteros y aparecieron las murallas defensivas y las puertas. Incluso se reconstruyó una de las viviendas y no faltó la polémica acerca de si era fiel al pasado o no.

Durante algún tiempo se dijo que era un poblado celta, sin que esto aparezca en los trabajos de ninguno de los arqueólogos. Se escuchaba, sin más. Quizás por esa corriente romántica que iniciaron algunos historiadores como Manuel Murguía, el marido de Rosalía de Castro, de situar celtas en Galicia como si la cultura castreña autóctona careciera de suficiente valor. Teoría que recogió Julián López García en su libro La citanía de Santa Tecla (1927), que tiene, por otra parte, el valor de ser el primero en relatar la historia conocida de los restos, su descubrimiento a partir del siglo XIX y su relación con poblados similares.

Al margen de erudiciones, y volviendo al polémico asunto del turismo masivo, hay que señalar que la historia del monte Santa Trega es un ejemplo de como se aliaron los intereses puramente económicos de atraer al visitante con el avance científico en el conocimiento de la antigüedad. Ambas actividades son totalmente compatibles y la existencia de referencias del pasado hace que el viajero tenga más posibilidades de sentirse atraído por el lugar. Incluso en el caso de un sitio de geografía privilegiada, en la desembocadura del Miño, mirador del Galicia y Portugal. Hay más cosas que ver y más enseñanzas que aprender cuando se nos muestran restos y hallazgos.

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