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El célebre grabado Flammarion que muestra a un hombre arrastrándose por debajo del borde del cielo, descrito como si fuese un hemisferio sólido

¿Pensaban de verdad en la Edad Media que la Tierra era plana ?

Los primeros en preguntarse sobre este argumento fueron los mismos filósofos griegos que estudiamos en el colegio y la cuestión se cerró definitivamente cuando Eratóstenes de Cirene (siglo III a.C.) demostró empíricamente su esfericidad

La de la Tierra plana en la Edad Media es una mentira tantas veces repetida que –como diría Joseph Goebbles– ya se ha convertido en una granítica verdad. Sin embargo, la forma de la Tierra ha sido, justo en los siglos medievales, un tema muy poco debatido.

Los primeros en preguntarse sobre este argumento fueron los mismos filósofos griegos que estudiamos en el colegio y la cuestión se cerró definitivamente cuando Eratóstenes de Cirene (siglo III a.C.) demostró empíricamente su esfericidad. Pocos siglos después, a la hora de sentar las bases de su sistema astronómico, Claudio Tolomeo propuso una jerarquía de los cielos que rodeaban la tierra, describiéndolos como esferas superpuestas y esta estructura –rigurosamente geocéntrica– ha sido pacíficamente aceptada durante la época posterior, hasta la llamada Revolución Científica del siglo XVII.

Justo al final de la tardoantigüedad algunos autores cristianos –empapados de cosmografía judía– propusieron la visión de una Tierra plana y de un cielo-carpa superpuesto al mundo, pero el mismo Agustín de Hipona, en su De Genesi ad litteram, les apostilló recordándoles que la naturaleza se conoce «por razón y experiencia» y que la Biblia se lee de manera alegórica y no literal. Cuando el cristianismo se mezcló irreversiblemente con la cultura clásica y Pablo se unió a Tolomeo, ya no quedó espacio para un debate estéril.

Ilustración de la tierra esférica en una copia del siglo XIV de L'Image du monde

Es opinión común que la gran sabiduría grecolatina no pudo encontrar su sitio en los cerrados y oscuros claustros de los monjes medievales. Sin embargo, como ya está más que demostrado, la Edad Media no fue un periodo de olvido e ignorancia, sino la mejor fase catalizadora del conocimiento de los clásicos. No es casual que, en los siglos considerados de mayor oscuridad cultural, y en el último rincón de la Europa medieval (la Britania del siglo VIII), un monje llamado Beda escribía desde el scriptorium de su monasterio northumbrio:

«En verdad, [la Tierra] es una esfera situada en el centro del universo; en su anchura es como un círculo, y no circular como un escudo, sino más bien como una bola, y se extiende desde su centro con perfecta redondez por todos los lados».

Claro que podríamos considerar a Beda como una deslumbrante excepción, una chispa de luz en medio de la oscuridad, pero el fuego de esta chispa se difundió y ardió largamente. La Britania altomedieval fue uno de los faros de la cultura latina durante siglos y el De temporum ratione –lo obra que acabamos de citar– tuvo una amplísima difusión, conquistando rápidamente un merecido puesto en las bibliotecas del continente. Y no fue un caso aislado.

El antiguo volumen de Beda se encontró pronto compartiendo estantería con otros, todos perfectamente alineados con la idea de los clásicos. Entre ellos un tratado de astronomía escrito por otro monje inglés, Juan de Sacrobosco, a principios del siglo XIII, que –a pesar de sonar desconocido a nuestros oídos –tuvo un éxito editorial estrepitoso y fue de los primeros tratados científicos en aprovecharse de la revolución de la imprenta, a finales del siglo XV, entrando así rápidamente de todas las bibliotecas de Europa. No cabe duda de que para Sacrobosco la tierra fuese redonda; no por nada el libro se titulaba De Sphera.

Los astrónomos observan la Tierra esférica. Iluminación medieval que adorna el De proprietatibus rerum

Podríamos seguir con muchos otros autores medievales que –sin entrar directamente en la cuestión– daban por obvia la forma del planeta en que vivían. Uno entre tantos fue santo Tomás de Aquino que, hablando sobre los diferentes métodos de trabajo de físicos y astrónomos, decidió utilizar justamente el ejemplo de la tierra: «El astrónomo y el físico pueden demostrar la misma tesis, que la Tierra, por ejemplo, es esférica: el astrónomo lo demuestra con la ayuda de las matemáticas, el físico lo demuestra a través de la naturaleza de la materia...».

Pero, como siempre, el hombre que mejor personifica esta época es Dante Alighieri. En su Comedia el Sumo Poeta refleja perfectamente el esquema cosmológico tolemaico y él mismo, en primera persona, experimenta los efectos de la esfericidad del globo. Descendido al último nivel del Infierno, Dante se encuentra con Lucifer, atrapado en un lago helado, en el núcleo mismo del planeta. Para superarle sigue bajando, sujetándose al vello del titán, cuando de repente, nota un cambio de peso y se da cuenta de que, en lugar de bajar, está subiendo.

Desconcertado se dirige a su guía, el poeta latino Virgilio, pidiéndole que le ilumine. Y éste contesta: «Todavía piensas que estás allí en el centro, en que agarré el pelo del gusano que perfora el mundo [Satanás]: allí estuviste en la bajada; cuando yo me di la vuelta, cruzaste el límite en que converge el peso de ambas partes». Los dos siguen la escalada, hasta alcanzar la superficie y encontrándose ahora en el otro lado del mundo, más allá de las columnas de Hércules, justo debajo del Jardín del Edén.

No hay entonces durante la Edad Media, quien se crea seriamente el problema de la no esfericidad de la tierra, pero si pensamos que fue en 1956 cuando se fundó la International Flat Earth Society y que, desde 2017, los movimientos terraplanistas de todo el mundo están viviendo un periodo de auténtico auge, se impone la pregunta: ¿quién está realmente viviendo en una época oscura?