Alfonso Jordán, conde de Toulouse, nacido en Tierra Santa y príncipe de juglares
La corte de Alfonso Jordán, un lugar luminoso y encantador, de extraordinarias y libres formas y actitudes
No tuvo el rey Alfonso VII rey de León y Castilla, mejor valedor, ni más fiel amigo que su primo Alfonso Jordán, Anfos en su lengua occitana, conde de Toulouse, duque de Narbona y marqués de la Provenza oriental, príncipe de juglares, avezado y valiente guerrero y devoto del Apóstol Santiago a cuya tumba peregrinó.
Eran ambos, el rey hispano, llamado «El Emperador», y él, nietos, aunque con abuelas diferentes, del gran rey Alfonso VI. Nació en Tierra Santa y fue bautizado, de ahí su apellido, en las aguas del río Jordán. Su padre, Raimundo IV pudo ser rey de Jerusalén, pero rehusó la corona por considerar blasfemia el llevarla cuando el Salvador fue crucificado con una de espinas y que por andar en cruzadas perdió la suya tolosana, que su hijo hubo de recuperar venciendo traiciones y enemigos poderosos.
El abuelo de ambos Alfonsos, así llamados también en su honor, el conquistador de Toledo, amén de cinco esposas, tuvo unas cuantas amantes y una de ellas, la primera y principal de todas, fue la berciana Jimena Muñoz. A sus hijas las consideró Infantas y en honor a tal rango a una Teresa la casó con Enrique de Borgoña y le entregó el condado de Portugal. Su hijo Alfonso Henríquez fue quien se proclamó ya rey, consumó su independencia de la corona leonesa. A la segunda, Elvira, la casó con el poderoso duque Raimundo IV de Tolosa y marqués de Provenza, que siempre había apoyado a Alfonso VI en sus campañas. Fue la boda allá por el año 1094 y la joven leonesa que acababa de cumplir los 15 años marchó a vivir a la exquisita corte provenzal pero poco iba a durarle aquella vida.
Raimundo partió a nada, acompañado de su joven esposa, con la primera cruzada que acabaría por conquistar Jerusalén cuatro años después, el 15 de julio de 1099, tras un duro asedio donde la sabiduría militar del duque Raimundo fue decisiva y tras rechazar la corona partió con Elvira hacia Trípoli donde el duque hizo construir el fortísimo castillo de monte Peregrino, para amparar a quienes viajaban a los Santos Lugares y en el fue a nacer en 1103 su primer hijo, nuestro Anfos.
Dos años después, la desgracia se cebó con Raimundo, que murió en un incendio en su propio castillo y madre e hijo hubieron de abandonar Trípoli rumbo a Francia, para buscar allí amparo, pues sus derechos habían sido usurpados por un ambicioso cruzado de Cerdaña. El ahora conde de Toulouse, medio hermano de Raimundo, fruto de un anterior matrimonio de su predecesor el duque Bertrand, les dio cobijo y marchó con sus tropas a restablecer el dominio de su casa en Tripolí, que logró de inmediato, pero al fallecer tres años después (1112) quedó allí como su heredero su hijo Ponce, mientras que en los señoríos de Tolosa y Provenza la herencia recayó en el jovencísimo Alfonso Jordán con tan solo 11 años de edad.
Aprovechando su corta edad, el duque Guillermo de Aquitania, que en teoría era su regente y tutor invadió su territorio. Pero eso no iba a acobardar al joven Alfonso Jordán, quien esperó a tener una mayoría de edad y ya a los 15 años logró recuperar parte de la herencia y al cumplir los 20 ya lo había conseguido en su totalidad, aunque aquello le costará hasta una excomunión por parte del Papa Calixto II por haber expulsado de Jordán a los traidores monjes de Saint-Gilles que se pasaron al bando de Guillermo.
Pero no solo hubo de enfrentarse Alfonso Jordán al de Aquitania para recuperar el ducado de Tolosa, sino que también hubo que hacerlo con el conde de Barcelona, Ramón Berenguer III que le disputaba el de la Provenza. Y lo hizo con valentía y arrojo, derrotándolo en buena lid y expulsándolo de sus tierras, pasando entonces a controlar un extenso territorio que comprendía desde los Pirineos por el oeste, los Alpes al Oriente, Auvernia al Norte y el Mediterráneo al sur.
Dueño de sus señoríos, respetado en el campo de batalla y querido por sus súbditos, su corte se convirtió en un lugar alegre y concurrido por todo tipo de viajeros y de artistas, sobresaliendo los trovadores provenzales que llenaban de música y poesía sus días y sus noches dulces y alegres. Era la corte de Alfonso Jordán un lugar luminoso y encantador, de extraordinarias y libres formas y actitudes, aunque no faltara quien clamara contra ella, acusándolo de ser centro de pecado, de lujuria y de vida licenciosa. Pero sus gentes lo querían, sus cortesanos lo alababan y sus guerreros lo seguían con entusiasmo al combate. De él se decía que era el primero en la batalla y en guerra y que aún era mejor en la cortesía y el amor.
Fue siempre el más querido primo de Alfonso VII y en 1126 no dudo en venir hasta Toledo para estar junto a él en su primera coronación como rey y hacer saber a todos que podía contar con su ejército y su brazo. Entre los rebeldes y haciendo cabeza se encontraba el amante de su madre Urraca, el conde Pedro González de Lara, siempre opuesto a él y que no había dejado de envenenar las relaciones entre madre e hijo hasta entrar en abierta rebelión.
Lo derrotaron y acabó en prisión, pero contra los consejos del occitano, el rey hispano, atendiendo al poder de la poderosa familia Lara con la que quería estar a bien, optó a poco por liberarlo. Pero a nada ya estaba don Pedro perpetrando nuevas traiciones y en la definitiva acabó por huir hasta la corte del rey de Aragón y ponerse al servicio del gran rival del rey leonés, Alfonso el Batallador, en un tiempo su padrastro.
No contaba con que por ello iba a encontrarse de nuevo con su particular némesis, Alfonso Jordán. Acaeció que el aragonés sitió Bayona y allí acudió el del Jordán, de vuelta ya en Toulouse, pues era una de las ciudades bajo su protección y el Lara —que estaba en el asedio— tuvo la osadía de desafiarlo a duelo, que acabó fatalmente para él. Tras derribar al Jordán del caballo y desmontar él también para proseguir el combate a pie, venció su guardia, le privó del escudo y su espada cayó sobre el hombro del Lara, hiriendo la carne y rompiendo el hueso, causando además un gran destrozo en su costado. Se detuvo el combate y hubo clemencia para el vencido. Pero no la tuvo la muerte, pues, a causa de sus graves heridas, no tardó el amante de Urraca en perecer.
El Jordán viajó en varias ocasiones a España y no faltó a la coronación como emperador de su real primo llegando acompañado de la más lúcida corte que la ciudad de León contemplara jamás. Todos se hicieron cruces de los ropajes, de la hermosura de las damas, del ingenio y la gracia de los trovadores y juglares y de la destreza de los músicos. Alfonso Jordán se declaró su vasallo, como reconocieron también muchos de los señores occitanos, el conde de Barcelona, el rey de Navarra, el musulmán Zafadola, último de los hudíes y el rey de Portugal, el tercero de los primos, aunque con la boca pequeña, pues acabaría a nada revolviéndose contra él.
Alfonso Jordán retornó aún un par de veces más a España y una de ellas como peregrino a Santiago de Compostela a lo que dedicó su último viaje por nuestra tierra en la que amen de cumplir con su promesa aún le dio tiempo para mediar y resolver en un conflicto que había estallado entre su primo el emperador García VI de Pamplona y que el con su energía y buenas dotes diplomáticas concluyó por resolver.
Fue a morir a la postre a la tierra donde había nacido, a Tierra Santa. Para levantar la segunda excomunión papal que le había caído al principio de la herejía cátara y no hacer demasiado por combatirla, sino por defender a sus súbditos, se enroló para que se la levantaran en la segunda cruzada y partió hacia los Santos Lugares en el verano de 1147. Logró llegar a Acre y avanzó hasta Cesarea, pero allí fue a morir en extrañas circunstancia. Voces surgieron acerca de que no lo había hecho de muerte natural, pues era todavía fuerte y vigoroso a sus 45 años, sino que había habido una mano envenenadora de por medio y que ella podía bien haber sido la mismísima esposa de del rey Luis VII de Francia, Leonor de Aquitania, y que luego lo iba a ser del rey Enrique II de Inglaterra, madre de Ricardo Corazón de León y de nuestra reina Leonor de Plantagenet y de Castilla. La aquitana era una vieja enemiga desde que el entonces muchacho recobrara sus feudos. Así murió el más galante caballero y el príncipe de los juglares, Alfonso Jordán, en la Tierra Santa donde nació para mayor lustre a su leyenda.