Fundado en 1910

Carlos de Haya

Grandes gestas de la Historia

La gesta de Carlos de Haya, el genio alado del Santuario de la Virgen de la Cabeza (II)

Lea y escuche la segunda parte del nuevo episodio de los grandes acontecimientos de nuestra historia que publica El Debate cada fin de semana

En el artículo anterior dejábamos declarados en rebeldía a 1200 refugiados entre guardias civiles, paisanos armados y más de ocho centenas de mujeres, ancianos, religiosos y niños en el Santuario de la Virgen de la Cabeza. Era el 14 de septiembre de 1936.

Muy poco después, se les acabaron las provisiones y la única posibilidad de avituallamiento era literalmente «que les proveyera cielo» porque era imposible acercarse por tierra. Estaban sitiados por un contingente armado que en su apogeo llegaría a convocar a dieciséis mil efectivos. El socorro tenía que hacerse forzosamente con aviones. La prensa de Madrid había anunciado su rendición, por lo que en principio nadie les auxiliaría. El emisario que envió el capitán Cortés para comunicar su resistencia a los rebeldes había sido capturado y ejecutado y la noticia nunca llegó a su destino.

Sin embargo, el 8 de octubre cuando llevaban tres semanas asediados, el Aeroclub de Sevilla, enviaba un vuelo de reconocimiento que avistaba el campamento.

Parecía desierto. No se veía nadie, ni humo, ni indicios de estar habitado. Y de repente la vieron: una larga y bicolor bandera nacional. Y sobre el suelo, escrito con sábanas, las palabras «auxilio» y «alimentos» con un gran grupo de personas que al comprobar que no eran enemigos parecían gritar ¡Son de los nuestros!

Emocionados, los del Aeroclub se asombraban: ¿Cómo es posible que haya ahí tanta gente? «En aquel islote, en medio del océano rojo, náufragos españoles sin apoyo moral ni material, mantenían enhiesto en aquellos riscos el pabellón español», narró Pedro Rojas Solís, uno de los tripulantes.

Carlos de Haya

Al día siguiente, el plusmarquista Carlos de Haya, sobrevolaba el área. La petición de auxilio le caló tan hondo que cual lazo indisoluble uniría su vida y su muerte a ese lugar y a esa misión. Estaba sufriendo una situación familiar muy crítica. Unos días antes habían capturado a su esposa Josefina Gálvez y en terribles circunstancias la habían separado de sus dos gemelos recién nacidos de proféticos nombres griegos: Héctor y Aquiles.

Desde el aire, sintió la desesperanza de más de mil personas y sobre todo, se conmovió por el hambre de los niños que allí se resguardaban… Ayudarles se convertiría más que en un compromiso personal, una obsesión. Volando de noche, sacando horas de sueño, jugándose la vida contra pilotos enemigos, durante el tiempo que duró el asedio lo compatibilizó con exitosas misiones bélicas. Incluso con viajes del propio Franco ya, que dada su destreza, le había elegido como su piloto personal. Pero por socorrerlos acabaría enfrentado a su propio bando y llegó a ser relegado y castigado por ello. Carlos de Haya se consagraría junto al capitán Cortés, el teniente Ruano, el capitán Reparaz y el estudiante de Medicina Liébana en uno de los grandes héroes de este capítulo histórico.

La necesidad de avituallamiento

Desde que se constató la urgencia de abastecer el Santuario, De Haya se ofrecía voluntario. Veintisiete pilotos participarían a lo largo del asedio como el ruso blanco Marchenko Sevolot fusilado en Belchite, Bermúdez de Castro también caído y miembro de la famosa Patrulla Azul, el alemán Van Moreu y miembros del Aeroclub de Sevilla entre otros… Pero De Haya fue el que mayor número de viajes pilotó. De 167 misiones de aprovisionamiento, realizó 86. Y al menos 70 en sus horas libres después de arduos servicios oficiales en todos los frentes de operaciones.

Una personalidad sobresaliente

Carlos de Haya González de Ubieta era un aviador de esa pionera generación de pilotos inolvidables en los que valentía y arrojo iban aparejados de una arrebatada pasión por el aire. Pero cual humanista del Renacimiento abarcó facetas muy dispares.

Nacido en Bilbao en 1902, a los 19 años era ya Alférez de Intendencia y pronto iría destinado a Marruecos donde libró combates como el de la reconquista de Afrau.

Formado como aviador militar, participó en operaciones como la columna Capaz en Ifni. Allí fue herido en la espalda y, a pesar de ello, continuó hasta completar su misión. Ganaría cinco condecoraciones, entre ellas la Medalla de Sufrimientos por la Patria.

Tres récords mundiales

En el periplo africano demostró una sobresaliente maestría y se integró en el selecto grupo de pilotos como Tauler, García Morato –«as» de los cazas rebeldes– Cipriano Rodríguez, Cucufate», que sería su inseparable compañero, Ruiz de Alda, Iglesias Brage, Ramón Franco o Hidalgo de Cisneros, futuro jefe de la aviación republicana.

Plusmarquista

Su vida aeronáutica fue espectacular. En1927 con gran riesgo daba la primera vuelta a España en vuelo nocturno. Utilizando la navegación a estima y un radiogoniómetro en experimentación que le daría un prestigio internacional y en 1929, la vuelta a Europa en avioneta. En 1930, junto al capitán Cipriano Rodríguez, batía tres récords de velocidad en circuito, sobre 5.000 y 2.000 km sin carga y 2.000 con 500 kilos

El capitán Haya en 1931 partiendo desde Tablada con destino a Bata

En la II República, sobre poblaciones hostiles y posibles tormentas de arena, ceñían desierto del Sahara, las cumbres del Atlas, y las casi desconocidas selvas de Níger. Casi 5.000 kilómetros, desde Sevilla hasta Bata, en la Guinea Española. De Haya poseía una extraordinaria resistencia y por su elevada estatura debía volar a veces con las piernas encogidas, para poder acoplarse en las estrechas cabinas de los aparatos de entonces, lo que suponía un esfuerzo extra.

Sería además, el único español con dos trofeos Harmon, máxima distinción aérea en la época de los grandes vuelos cuya placa conserva el Smithsonian de Washington.

Los inventos

De Haya era un hombre ávido de saber. Se tituló en hidroaviones, radiotelegrafía, paracaidismo, observador de aeroplano, mecánico y como profesor de pilotaje formó y fue mentor de una magnífica generación de aviadores que se enfrentarían en los cielos españoles y hasta con los soviéticos en las Escuadrillas Azules.

Invento para la deriva de vuelos

Pero lo sorprendente es que también hablaba francés e inglés. Amante de las artes, pintaba, dibujaba y modelaba y llegó a dominar el laúd. Pero sería su faceta científica la que le consagraría en el mundo de la aviación por sus aportaciones como inventor de sistemas y aparatos destinados a mejorar la navegación aérea. Sobre todo el integral giroscópico, el «Integral Haya» cuya patente cedió al Arma de Aviación y Aeronáutica Naval. Marcaría un antes y un después en la aviación mundial ya que se convertiría en un instrumento indispensable en el panel de indicadores de las cabinas de los aviones modernos. Más conocido como «horizonte artificial» y permitirá volar durante la noche y con meteorología adversa. Además, patentó un derivómetro, el variómetro o regla de cálculo de distancias para la corrección del rumbo para los vuelos con poca visibilidad. Hoy los millones de pasajeros que vuelan de noche a uno y otro lado del planeta lo deben a sus inventos.

Carlos de Haya en 1932

La Guerra Civil

Al producirse la sublevación del 18 de julio, De Haya era jefe de escuadrilla en la base de Tablada de Sevilla, ciudad que le enamoró tanto que quiso que su hija fuera sevillana y así fue.

Era especialmente estrecha la amistad entre los aviadores, quizás por los riesgos mortales que asumían en frágiles aparatos en los que se jugaban literalmente la vida. Por ello, la sublevación fue especialmente crítica para íntimos amigos y compañeros de años y millas de vuelo convertidos de un día para otro en enemigos por sus opuestas creencias.

De Haya se situó del lado de los sublevados y brilló en numerosos servicios de guerra. Sin embargo, la prioridad absoluta que dio al abastecimiento del Santuario le ocasionó fricciones con los de su propio bando que cuestionaban su dedicación. Tanto que cuando Franco por su destreza lo eligió como su piloto personal quiso negarse. Los aviadores rebeldes consideraban que abastecer podía abastecer casi cualquiera… pero que su maestría al volar era más útil en el campo de batalla… Por su parte, él pensaba que ni Queipo de Llano en tierra ni Kindelán –jefe de la aviación– hacían lo suficiente para liberar al Santuario. De hecho, este último se opuso que los cazas acudieran a dar escolta a los aviones de suministros. De Haya llegó a protestar por escrito y se ordenó que fuera arrestado. Su disgusto le llevaría más tarde a incorporarse a una unidad italiana.

De Haya en el Santuario

Desde su primer vuelo, De Haya decidió que dividiría los suministros entre los dos asentamientos: el Santuario y Lugar Nuevo, alejados entre sí tres kilómetros. Y ya al día siguiente organizaba el primer transporte: 700 Kg de víveres: pan, harina, higos, leche condensada, conservas, confituras, algunas medicinas y gasas y las primeras y valiosas palomas mensajeras.

Los medios precarios

La misión se planteaba difícil por muchos motivos: hacer llegar con precisión y seguridad los suministros, la escasez de aviones que no se podían distraer de otras misiones de guerra, la insuficiencia de dispositivos de lanzamiento, lo agreste del terreno y que lo reducido del cerco les obligaba a descender en picado antes de lanzar a baja altura la carga. A ello sumaría algo más tarde la presencia de cañones antiaéreos enemigos y la cercanía de los veloces cazas republicanos. Duros obstáculos y problemas que iría corrigiendo con ingenio, aprendiendo sobre la marcha.

Lo cierto es que no había transcurrido tanto tiempo desde los intentos de ayuda a los cercados en monte Arruit, en los que casi todo lo enviado cayó fuera del fortín: medicinas, comida, barras de hielo y las municiones que quedaban deformadas e inservibles tras el impacto. De Haya no tenía experiencia en este tipo de misiones, y no valoró la diferencia entre dejar caer una bomba y paquetes de alimentos, por lo que la mayoría quedaban inútiles al estrellarse contra el suelo. La succión aerodinámica superaba el peso de los sacos y provocaba que se dispersasen sobre la superficie. También se percató que no iban adecuadamente protegidos. Con el tiempo usaría sacos de doble tela para evitar que su contenido se desparramase.

En el campamento

Desde el primer avituallamiento, el capitán Cortés, jefe de los sitiados, situó un vigía para alertar de la llegada de sus aviones. Impuso un toque de corneta especial y al oírlo, mujeres y niños debían acudían veloces a y contentos a recoger los suministros. Tenían que estar atentos para ver dónde caían porque si lo hacían fuera del refugio, deberían ir a buscarlos por la noche. El capitán, con cuidado estilo, así escribía en su diario: «Vino el simpático aparato que de tan magistral manera nos suministra; hasta los rojos deben admirar la maestría de sus vuelos en estos picachos».

Ingenio para solucionar conflictos

Otro de los problemas que se encontró fue la dimensión de su avión. Mandó desmontar las butacas en los aviones de pasajeros, los sistemas de lanzamiento en los bombarderos, eliminó las puertas y colocó rampas de aluminio con unas cuñas de madera para que los sacos se deslizaran con mayor facilidad a modo de tobogán. Después modificó los tubos lanzabombas, cilindros de metal, parecidos a los torpedos que en lugar de bombas irían llenos de sacos y utilizaría higos como elemento amortiguador entre ellos.

Un sencillo artilugio que ideó fue poner una cuerda recorriendo la cabina del avión que terminaba en un gran cencerro. Cuando tintineaba, se sabía que habían llegado a la vertical de lanzamiento, y debían tirar los paquetes por la escotilla. De Haya voló en Douglas DC-2, Junkers JU-52 Savoia Marchetti y en aviones de la Escuadrilla militarizada del Aero Club de Sevilla, Sus inventos fueron adoptados en casi todos los envíos los hiciera él o no.

Octubre un mes difícil

Con mal tiempo o por necesidades bélicas se paralizaba la ayuda y en octubre del 36 con el intenso asedio a Madrid así pasó. El santuario seguía recibiendo furibundos ataques y De Haya sufría e ignoraba a menudo las órdenes de paralización.

Aunque las mercancías siempre le parecían insuficientes, se seguía jugando la vida y conseguía seguir suministrando víveres y munición. Uno de sus gemelos había enfermado de gravedad y acabará muriendo por falta de leche materna al estar su madre en cautiverio, pero De Haya aún no lo sabía.

Solía volar a distintas horas y sobre todo en días nublados siempre llevó una tripulación mínima para poder transportar más carga y para que en caso de accidente o derribo conllevara el menor número de muertos.

El artilugio más sorprendente

El número de heridos iba aumentando, y las medicinas se estrellaban contra los riscos. Como intendente que era, ideó un curioso procedimiento. Utilizó pavos como paracaídas que llevarían en cestos atados a sus patas los paquetes médicos. Los soltaba a la mínima altura posible y en su desesperado aleteo descendente, los pavos, aunque muy torpes, conseguían amortiguar la velocidad de la caída, y lograban que las medicinas llegaran a tierra casi intactas. Las aves morían en el aterrizaje, pero era un plus acogido con alborozo porque este peculiar sistema de frenado de las caídas era comestible.

Emblema de la 1ª promoción de Intendencia

La 1ª Promoción de Intendencia del Aire, en su recuerdo, adoptaría un personalísimo emblema de promoción y el lema: «Haya lo halló».

Aparecen los cazas republicanos

Con el temporal de lluvias y los combates de los últimos días de enero, los víveres se habían agotado, Cortés tiene que matar las mulas que transportaban lo que se arrojaban desde el aire. Pero en febrero la aviación italiana, hacía un regalo personal a Haya; un Savoia 81 en exclusiva para abastecer a los sitiados del Santuario que pronto apodaron «el panadero».

Pero el envío fue aumentando su peligrosidad ya que los rapidísimos cazas republicanos hicieron aparición en la zona. Los aviones rebeldes partían de Sevilla y Córdoba teniendo que sobrevolar unos 70 km de territorio enemigo. Cuando sabían que llegaban, los republicanos despegaban sus veloces cazas desde Andújar y Baeza para derribarlos. Por ello, Haya solía hacerlo de noche ya que sus enemigos no estaban acostumbrados a los vuelos nocturnos. Era una táctica peliaguda ya que los que asediaban el Santuario encendían fogatas para despistarlo. Aún así, siempre conseguía sortear a sus enemigos y abatió varias veces a más de uno. Cuando regresaba al aeropuerto de Sevilla traía el fuselaje lleno de agujeros de bala. En una ocasión contaron 37, y otra vez llegó con un agujero de medio metro.

El panadero

Ese mismo mes de Febrero Málaga caía en manos sublevadas y De Haya acude esperanzado a reencontrarse con su familia. Pero no pudo ser. Josefina había sufrido prisión destrozada anímicamente por la separación de sus hijos recién nacidos. Pero el gobernador de Málaga, Luis Arráez la había trasladado a Almería como rehén y de ahí, a Valencia. Allí fue secuestrada por milicias de la FAI, y llevada al paredón con un grupo de personas. Al sentir su final, se desmayó y las descargas milagrosamente no la alcanzaron. La abandonaron allí, cubierta de cadáveres, creyéndola muerta. Al ser de nuevo apresada, el ministro de Gobernación Galarza vio su pierna deshecha a culatazos y la ingresaba en un hospital. En estos últimos meses de su detención tuvo un buen trato, pero nunca le permitieron ver a sus hijos, ni recibir noticias de Carlos. Y sobre todo no dejaban de presionarla para que convenciera a su marido que desertase. El Santuario se había convertido en una espina para los republicanos que no podían permitirse otro impacto mediático como había supuesto la liberación de El Alcázar de Toledo.

De Haya cuando llega a Málaga no sabe nada de esto, solo que no encuentra a su mujer y se entera de la muerte su hijo por falta de leche. Aliviará su dolor, reincorporándose ese mismo día y prestando tres servicios al Santuario. Ya no podía hacer nada por a su hijo, pero sí ayudar a las decenas de niños hambrientos que allí permanecían

En primavera organizaba la primera escuadrilla nocturna de Junkers desde extremos de la península, haciendo equilibrios para empalmar unas misiones con otras.

Curiosas peticiones

Aparte de comida y medicinas, atendió curiosas peticiones del capitán Cortés. Desde gasolina para poder escuchar la radio y combatir «la guerra de nervios que los rojos han iniciado con altavoces» a formas y vino para celebrar la Santa Misa, manuales para Liébana el estudiante de Medicina que se vio convertido en el médico del campamento a pintura y materiales para arreglar el Cementerio que Cortés atendía con especial esmero. Incluso llegó a pedir plantas de rosales de los colores de la Bandera Nacional, para cubrir a los héroes que día a día en un total de 150 fueron enterrados bajo el lema: «La Guardia Civil muere, pero no se rinde».

Los vuelos sobre el Santuario continuaron intermitentemente. De Haya a un ritmo agotador, un día llegó a realizar hasta once servicios. Pero la cruda realidad fue que, pese a sus esfuerzos, nunca pudo evitar el bombardeo continuo, la hambruna persistente, el frío, la falta de munición, el hacinamiento, las enfermedades, los muertos... Tras resistir nueve meses el durísimo cerco, el capitán Cortés caía gravemente herido y los sitiados, optaban finalmente por rendirse el 1 de mayo.

Muerte sobre el cielo de Teruel

Conmocionado por la caída del Santuario no podía encajar que Kindelán y Queipo de Llano los hubieran abandonado a su suerte. Desde febrero del 37 estaban a apenas 30 km del frente ¿Por qué antepusieron otras prioridades y conociendo su sufrimiento no los rescataron?

Al menos pudo ese mismo mes podía reencontrarse con su esposa canjeada por el periodista comunista húngaro Arthur Koëstler.

Y el 21 de febrero de 1938, Carlos De Haya asistía al entierro de su madre y horas después libraba una gran batalla con su escuadrilla de caza italiana sobre los cielos de Teruel. Y, ayudando a un compañero rodeado de cazas republicanos, chocó con el Polikarkov «Chato», pilotado por el sargento republicano Francisco Viñals. Los dos cayeron. Viñals logró saltar en paracaídas, pero no así Haya que se estrelló contra el suelo.

Viñals

El aviador entraba en la leyenda y la mitología de la aviación. Y se le impondría la Cruz Laureada de San Fernando y la Medalla de Oro italiana equivalente.

Dos vueltas de tuerca

Meses después del fin de la guerra se juzgaba a Viñals por haber matado a Carlos de Haya. Josefina y su cuñado Alfonso fueron llamados para testificar contra él. Sin embargo, pese a todo pronóstico, la mujer de Haya intercede por Viñals diciendo que su marido había sido abatido en combate legítimo y que, en esas circunstancias, podía haber muerto cualquiera de ellos. Lo mismo sostuvo el hermano del aviador.

De condenado a muerte pasó a 25 años de prisión, conmutados a ocho y en apenas dos años Viñals saldría en libertad.

Dos meses después sucedía algo excepcional: el socialista Luis Arráez –el que la había tomado como rehén y trasladado a Almería y Valencia– solicitaba desesperado la ayuda de Josefina para escapar de España. Ella le proporcionó documentación e incluso lo condujo hasta La Línea de la Concepción para que pasara a Gibraltar. ¿Síndrome de Estocolmo o gratitud al buen trato que le dispensó cuando estuvo presa? De todas formas, sería en vano porque, descubierto en la propia frontera, Arráez sería fusilado en 1940.

Josefina Gálvez

Muchas décadas transcurridas la Asociación de Aviadores de la República ADAR valoraba al Glorioso y admirado Capitán Haya por sus excepcionales cualidades humanas y aéreas.

La muerte del héroe, amigos, compañeros y nietos

Insigne inventor, pionero en abastecimientos nunca antes realizados en circunstancias tan difíciles y un piloto extraordinario, De Haya murió volando surcando los cielos como mueren los héroes de la aviación. Como lo haría su cuñado García Morato, su compañero Cipriano Rodríguez, el indómito Ramón Franco y decenas de compañeros y alumnos en la guerra civil y en los cielos de Rusia con las Escuadrillas Azules.

El destino haría que también así murieran dos de sus propios nietos, hijos de Héctor, el gemelo que sobrevivió al cautiverio de su madre. En acto de servicio, el alférez Héctor del Haya Beyrer, de la promoción de Felipe VI, se estrellaba en 1987 en San Javier (Murcia), y en 1995, el capitán Christian de Haya Beyrer pilotando un caza C-101.

Tras la Guerra Civil, el cuerpo de Carlos de Haya sería recuperado de una fosa común y desde entonces el genio alado de la gesta del Santuario de la Virgen de la Cabeza reposa junto al capitán Cortés en el paraje que tantas y tantas veces sobrevoló llevando la esperanza en sus alas.