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Tito inspecciona la 1ª Brigada Proletaria

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Yugoslavia, la historia de un sueño eslavo que empezó como reino y acabó en dictadura comunista

En 1934, el monarca fue asesinado por un terrorista de origen macedonio que estaba vinculado a movimientos separatistas croatas

Los estudiantes de EGB y BUP estudiaron que en la región de los Balcanes existía una dictadura comunista conocida como Yugoslavia. Aunque esto no siempre fue así, a principios del siglo XX esa nación balcánica no existía, su origen hay que buscarlo en la caída del Imperio otomano, que dio lugar a la aparición de nuevas identidades políticas y nacionales, impulsadas por serbios, croatas y eslavos, que acabaron uniéndose en 1918, tras la Primera Guerra Mundial, formando un nuevo estado que incluía territorios de Serbia, Montenegro, Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina y parte de Macedonia. Así nació el Reino de Yugoslavia.

La mayoría de estos pueblos eslavos compartían similitudes lingüísticas y culturales, pero tenían diferencias religiosas y políticas insalvables, que más adelante provocaron su caída y desaparición. En ese contexto, Serbia, que había obtenido su independencia del Imperio otomano en 1878, se posicionó como el principal promotor de esta unión. A pesar de ser un país pequeño, tenía ambiciones expansionistas, percibiendo en la unificación una oportunidad para convertirse en el centro de un nuevo poder en los Balcanes.

Pero Yugoslavia nunca fue la nación unificada que sus ideólogos imaginaron, desde 1918 el reino estuvo plagado de tensiones étnicas, religiosas y políticas. Los serbios, mayoritarios en el ejército y las instituciones gubernamentales, ejercían un control casi absoluto sobre el país, lo que provocó un fuerte resentimiento de croatas y eslovenos, que pedían una mayor autonomía y participación. Además, la diversidad religiosa —serbios ortodoxos, croatas y eslovenos católicos, y bosnios musulmanes— añadía una capa más de complejidad a las ya tensas relaciones entre las diferentes poblaciones.

La Segunda Guerra Mundial y el ascenso de Tito

Estas tensiones no tardaron en explotar. Las medidas autoritarias de Alejandro I, que utilizó para contener el caos, terminaron avivando las divisiones, y la violencia política se intensificó. En 1934, el monarca fue asesinado por un terrorista de origen macedonio que estaba vinculado a movimientos separatistas croatas. Desde entonces los problemas internos y externos se acumularon en una espiral de destrucción sin precedentes.

En marzo de 1941 el gobierno yugoslavo firmó el Pacto Tripartito con los nazis, una decisión muy impopular que acabó derivando en un golpe de estado militar el 27 de marzo de 1941. El rey Pedro II fue derrocado y el gobierno disuelto. Ese mismo año Yugoslavia fue invadida por tropas alemanas e italianas. La Segunda Guerra Mundial había llegado a la región. La incursión fue rápida y en pocas semanas Hitler y sus aliados desmembraron el territorio y se lo repartieron.

Como sucedería después en otros países europeos, surgieron varios grupos de resistencia, entre ellos los Partisanos comunistas liderados por Josip Broz Tito, y los Chetniks, nacionalistas serbios que jugaron a dos bandas durante la contienda, atacando y apoyando a las fuerzas de Eje según sus propios intereses. No fueron los únicos, el régimen fascista de Ante Pavelić, colaboró con los nazis y fundó el Estado Independiente de Croacia.

Al finalizar la guerra, Tito emergió como el líder indiscutible del país y en 1945 proclamó la República Federal Socialista de Yugoslavia, un estado comunista que remplazó al reino caído. Bajo su mando, Yugoslavia se mantuvo unida gracias a un implacable puño de hierro autoritario, y Tito logró suprimir con la fuerza las tensiones étnicas que habían dividido al país por décadas, pero ese frágil equilibrio no sobrevivió mucho más allá de su muerte.

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