La batalla de Toro, una victoria decisiva de los Reyes Católicos
Esta contienda mermó la moral de la nobleza lusa y, aunque la guerra de sucesión todavía duró hasta 1479, se pudo ver quién sería claramente el vencedor: la causa de Isabel I
A la muerte del rey Enrique IV de Castilla, el 11 de diciembre de 1474, se agravó la sucesión cuando los nobles partidarios de su hija Juana ofrecieron la corona a Alfonso V de Portugal, previo matrimonio con la princesa. Al aceptar el monarca luso la propuesta se desencadenó una guerra de sucesión contra la princesa Isabel y su esposo Fernando de Aragón.
En mayo de 1475 entró en Castilla un ejército portugués de, aproximadamente, 15.000 soldados de infantería y 5.000 de caballería, que se sumaron a las tropas fieles a Juana. Dos meses más tarde, Fernando de Aragón había reunido 19.000 hombres de a pie y 6.000 jinetes para enfrentarse al invasor. Comenzaron las primeras acciones bélicas como los frustrados asedios de la ciudad de Toro y de Burgos por las tropas isabelinas. Sin embargo, Alfonso de Monroy, fiel a Isabel de Castilla, logró tomar Alegrete en la frontera extremeña.
Pero la balanza cambió cuando Fernando de Aragón logró caer sobre Burgos, Zamora y Toro, lo cual motivó que Alfonso V solicitara a su hijo, el príncipe Juan de Portugal, que le ayudara con nuevas fuerzas, que llegaron en febrero de 1476. Formadas por 15.000 soldados, penetraron por San Felices de los Gallegos hacia Zamora. Allí los portugueses ofrecieron el reino de Galicia y algunas ciudades a los jóvenes reyes a cambio de abandonar la empresa castellana.
Ante su negativa y al conocer que el ejército de reserva isabelino les había cortado la línea de suministros, las fuerzas lusas decidieron retirarse hacia Toro. A pesar de las cartas de auxilio militar enviadas por Alfonso V a los grandes nobles partidarios de Juana, que habían solicitado su intervención en Castilla, ninguno se mostró disponible a auxiliarle en esos momentos, salvo el arzobispo de Toledo.
Grandes gestas de la Historia
La Batalla de Toro: tres horas de guerra que cambiaron el devenir de la Península Ibérica
Fernando de Aragón les siguió con su ejército y encontró a los portugueses en formación de combate en el punto en que el valle del Duero se estrechaba para dar paso a la vega de Toro el 1 de marzo de 1476. Los portugueses no podían romper su formación para llegar hasta la ciudad debido a la cercanía de los isabelinos, pero estos dudaron en atacar debido a las malas condiciones climatológicas y el hecho de que no había llegado todavía las tropas más retrasadas.
Según el cronista Fernando del Pulgar y otros documentos oficiales, finalmente la iniciativa bélica partió de las filas castellanas al mando de Álvaro de Mendoza que, por la izquierda, cargaron contra sus enemigos, unas tropas de élite al mando del príncipe Juan. Al repeler este ataque, los portugueses, el cardenal Mendoza —al mando del centro y la derecha isabelina— ordenó atacar frontalmente a los portugueses. Y, como narraron las crónicas, «quebradas las lanzas, vinieron las espadas», mientras llegaba la noche y empeoraba el tiempo. No obstante, la izquierda portuguesa se desmoronó provocando la fuga de sus soldados, mientras su centro también se debilitaba ante las fuerzas de Fernando de Aragón. En este punto de la batalla, los contingentes de la derecha isabelina, al mando del duque de Alba, cargaron de flanco contra el centro portugués, provocando su retirada hacia Toro.
Mientras tanto, el príncipe Juan logró resistir con sus fuerzas en su posición durante toda la batalla. Lo cual provocó que Fernando de Aragón exclamara «Si no viniera el pollo (Juan de Portugal), preso fuera el gallo (su padre Alfonso V)».
Efectivamente, el alférez luso, Duarte de Almeida, fue herido gravemente y el rey Alfonso V fue obligado por sus nobles a escapar, ante el temor de que fuera hecho prisionero. Al intentar cruzar el río Duero, para evitar un peligroso embotellamiento en el repliegue, muchos soldados portugueses murieron.
Ante los deseos de venganza de algunos castellanos con prisioneros del campo de batalla, el cardenal Mendoza replicó «Jamás quiera Dios se pueda decir tal cosa, o tal ejemplo de nosotros quedar en la memoria de los vivos. Esforcémonos en conquistar y no pensemos en la venganza, porque la conquista es de hombres fuertes». Fernando de Aragón apoyó al prelado y ordenó a sus capitanes que no se persiguiera a los soldados portugueses que estaban por los campos huyendo hacia su tierra.
Como consecuencia de la batalla, el 22 de marzo se rindió el castillo de Zamora, el príncipe Juan y la princesa Juana se trasladaron a Portugal mientras Alfonso V intentaba resistir todavía en Castilla. Pero la batalla de Toro mermó la moral de la nobleza lusa y, aunque la guerra de sucesión todavía duró hasta 1479, se pudo ver quién sería claramente el vencedor: la causa de Isabel I.
La reina ordenó grandes celebraciones en Toledo, realizando un acto de desagravio ante la tumba de su predecesor Juan I, derrotado en Aljubarrota, colocando ante ella el estandarte real de Portugal capturado en Toro. Además, ordenó la construcción de una iglesia en conmemoración y recuerdo de la victoria, bajo la advocación de san Juan Evangelista, a quien ella había orado en aquellos momentos tan difíciles para sus partidarios. Ese templo, llamado de San Juan de los Reyes, constituye hasta nuestros días una de las manifestaciones más bellas del gótico isabelino. En la capilla de los Reyes de la catedral de Toledo se depositó el arnés del alférez portugués, Duarte de Almeida, como trofeo de guerra.