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San Hermenegildo, visto por diferentes artistas

Grandes gestas españolas

La gesta del rey mártir Hermenegildo y la olvidada rebelión de Sevilla que legó el catolicismo a España

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Es irrebatible que España como nación cultural es una creación de Roma que la unifica, dota de lengua, corpus jurídico, religión y costumbres. Pero fueron los visigodos, los artífices de la primera unidad política independiente en la Península Ibérica y, por lo tanto, de un concepto hoy en muy discordia: un primigenio Estado español.

Con 630.000 km² y 5 millones y medio de habitantes, llegó a ser un reino poderoso y rico. Y Sánchez-Saus afirma que ningún estado europeo de raíz romano-germánica del occidente pudo competir en esplendor cultural al reino visigodo.

Suele considerarse el 415 —época de Ataulfo— la fecha de implantación del reino, pero realmente es Leovigildo con quien España nace como ente nacional y soberano. Gregorio de Tours, contemporáneo franco, lo llama directamente rey de los hispanos, no de los godos. Leovigildo es un estadista y todo un «señor de la guerra» que fundirá las dos élites hispanorromana y goda con un solo objetivo: el poder de Spania. Y esta fusión no la hubiera podido concluir sin la olvidada gesta de su hijo Hermenegildo.

San Hermenegildo

El trono visigótico y la elección

Leovigildo subió al trono en el 573 d.C. Consolidó su poder y aseguró y ensanchó sus fronteras con una continua actividad bélica con sus vecinos, suevos, francos y bizantinos. También afrontó rebeliones internas, en las que no le temblaría el pulso para castigarlas con dureza.

El sistema sucesorio de los visigodos, de raigambre germánica, era la monarquía electiva. Algo que si bien, puede parecer más justo y «democrático», lo cierto es que la monarquía hereditaria contribuye a evitar conspiraciones, conflictos sucesorios, y sobre todo guerras civiles, lo que proporciona mayor estabilidad a las dinastías y estados por lo que se considera un sistema más avanzado.

Leovigildo asoció al gobierno del reino a sus dos hijos, Hermenegildo y Recaredo, destinados a que alguno le sucediera en el trono. Con esta vinculación pretendía crear una dinastía estable que se impusiera por encima de las facciones aristocráticas que, durante siglos, habían gobernado el Regnum Gothorum.

Retrato imaginario del rey Leovigildo

Algunos investigadores afirman que forzar la elección del sucesor, y asegurar la monarquía en la propia familia, constituyó un tiránico abuso del poder. Pero otros analistas lo consideran, como hemos, dicho un rasgo de modernidad y estabilidad. De hecho, sería precisamente la monarquía electiva la principal responsable de la caída de los visigodos y del inicio de la invasión islámica.

Los visigodos profesaban la religión de Arrio, hereje de Alejandría, condenado por la Iglesia Católica en el año 325 que negaba la divinidad de Jesucristo y la naturaleza de la Trinidad. Pero no trataron de imponer el arrianismo, respetaron el cristianismo católico, que profesaban también parte de los suyos, e interfirieron poco en las actividades de su Iglesia, auténtico poder hispanorromano.

Una rocambolesca historia sentimental

La historiografía antigua atribuye como desencadenante de los hechos a las relaciones personales del entorno real. Lo cierto es que dado el tiempo transcurrido es difícil encontrar nuevos rastros documentales, y junto a la poca verosimilitud de algunas fuentes, hay que sumar las leyendas, y sobre todo nuevas interpretaciones presentistas que tergiversan un episodio que debería tener la importancia que merece ya que –sea por la razón que fuera– sería fundamental para la identidad hispánica.

Leovigildo había contraído matrimonio en segundas nupcias, con la viuda del rey Atanagildo, Godsuinta, de quien algún cronista nos dice que era «tuerta de cuerpo y alma». Una de las hijas del primer matrimonio de Godsuinta, Gelesuinta había sido asesinada por su marido, el rey franco Luilperico de Rouen que era católico.

Aunque tenía otra hija, Brunegilda, felizmente casada con otro rey católico, el franco Sigiberto de Reims, el odio al catolicismo se convirtió en el leit motiv de Godsuinta.

San Hermenegildo, por Herrera el Mozo

Matrimonio de Hermenegildo y la católica Ingundis

El año 579 la propia Godsuinta propiciaba el enlace de su nieta la princesa Ingundis con el primogénito Hermenegildo. El enlace, como todos los de la realeza tenía un fin político y territorial: estabilizar las convulsas relaciones del reino visigodo con sus vecinos del norte y a la vez estrechar los vínculos entre los herederos de clanes.

Pero Ingundis era católica y la familia y la corte real eran arrianos. Godsuinta intentó primero suavemente y después con amenazas que su nieta renunciase al catolicismo y recibiera el bautismo arriano. Pero ella, permaneció inamovible en sus convicciones, lo que desencadenó la furia de la abuela que llegó a torturar a la joven. Las crónicas dicen que «le sacudió por el cabello y la derribó a tierra, le dio patadas hasta hacerle sangre y después ordenó que fuera desnudada y sumergida en un estanque lleno de peces».

Esto generó grandes tensiones en Toledo, capital de los visigodos entre padre-hijo-esposa y madrastra y pronto trascendieron al pueblo integrado en su mayoría por hispanorromanos católicos, lo que hizo que la joven católica ganase su simpatía.

Leovigildo había dejado claro la predilección por su segundo hijo, Recaredo, a quien incluso había dedicado una ciudad: Recópolis. Y dadas las circunstancias planteó la conveniencia de que el matrimonio se trasladase a la Bética como representante real. Era un puesto de responsabilidad, al ser una región frontera con los bizantinos de la península, protagonistas durante reinados anteriores de diversas rebeliones.

Brutal persecución a los católicos

Leovigildo, de gran inteligencia, era consciente de que el mayor obstáculo para la fusión total de godos e hispanorromanos era el profesar distinta religión y proyectó imponer el arrianismo a todos sus súbditos. Y, coincidiendo con el alejamiento de Hermenegildo e Ingundis, convoca un concilio de obispos arrianos. En él se decide facilitar la conversión de los católicos al arrianismo. ¿Cómo? No teniendo que bautizarse de nuevo, simplemente acogiéndose a una fórmula trinitaria. Se produjeron conversiones… pero ¿eran motivadas por la política, producto del miedo, de auténtico convencimiento o simplemente atraídas por el dinero y los favores reales? Aunque llegaría a convertirse hasta el obispo de Zaragoza, consideraron que no era suficiente y había que ir más allá.

Marfil románico en el que se representa al rey Leovigildo sometiendo a los cántabros y tomando una ciudad

Leovigildo, espoleado por la reina, procedió a la persecución a los católicos, destierros, expropiaciones, torturas y encarcelamientos. Cesó el culto en iglesias católicas que se destinaron al culto arriano. Algunos prelados, como Masona de Mérida, no se intimidaron ante las amenazas y fue depuesto. También abandonaron sus diócesis prelados muy destacados como Leandro de Sevilla o Fulgencio de Écija.

San Hermenegildo en Sevilla

Instalado Hermenegildo en Sevilla como gobernador de la Bética, cuentan las fuentes que durante unos años encontró la paz doméstica y espiritual e Ingundis daría a luz su único heredero de nombre Atanagildo.

Su presencia en la Bética coincidiría con la llegada al obispado de san Leandro, toda una autoridad intelectual y primogénito de cuatro santos hermanos (san Leandro, san Fulgencio, santa Florentina y san Isidoro) que fueron prohombres de la época.

El trato continuado de Hermenegildo con el obispo y la labor de Ingundis, hicieron que el príncipe acabara abrazando la doctrina cristiana, abjurase del arrianismo y se bautizase con el nombre de Juan.

En relación con la influencia de Ingundis hay que destacar que las reinas católicas medievales hicieron un eficaz proselitismo La borgoñona Clotilde influyó en la conversión del rey franco Clodoveo, Teodolinda entre los lombardos, la merovingia Berta, casada con Etelberto de Kent, abrió el catolicismo en el sur de Inglaterra, y en el norte Etelberta, esposa de Edwin, introdujo al monje Paulino de York, que desencadenó conversiones masivas.

Leovigildo y la unificación religiosa

La conversión de Hermenegildo provocó la ira de Leovigildo, y la cólera anticatólica de Godsuinta y su círculo de arrianos. Con el deseo de atajar las posibles consecuencias procatólicas de la noticia se recrudeció la persecución. La idea de una sola religión como factor de cohesión político era acertada, pero Leovigildo se equivocó eligiendo el arrianismo. En el siglo del dominio visigodo los altos cargos de la administración y del ejército lo ocupaban solo ellos y los hispanorromanos todavía no los consideraban compatriotas. Esta persecución no solo no fomentó la unión nacional, sino que desencadenó el efecto contrario y hubo focos de sublevaciones en las regiones béticas donde gobernaba Hermenegildo.

La conversión de Hermenegildo

En la Bética, la conversión de Hermenegildo actuó como catalizador de una resistencia que se agrupó en torno a su príncipe y le tocó afrontar una situación muy crítica. Por un lado, debía fidelidad al monarca, su padre, y por otro le pesaba en su conciencia católica que su nuevo pueblo, integrado en su mayoría por católicos, estaba siendo perseguido por su fe .

Resistencia y Reinado de Hermenegildo

San Leandro pronto se trasladaba a Bizancio para convencer al emperador Mauricio de que ayudase a Hermenegildo y regresó consiguiéndolo. Se fueron sumando al partido bético otras ciudades de la Lusitania, llegaron las promesas de apoyo de los suevos de Galicia, y esperanzas por parte de los francos.

El príncipe amparado por su fuerza moral y sus nuevas fuerzas militares se proclamaba rey en Sevilla en el invierno de 579. Fue aclamado por el clero católico con el grito Regi Deo vita («que Dios conceda vida al rey»), frase que quiso acuñar en inscripciones y monedas, siendo la primera vez en que un monarca utilizaba una leyenda de tipo religioso.

Apoteosis de san Hermenegildo, por Herrera el Viejo

Leovigildo actúa

Leovigildo, en principio apostó por la negociación hasta que decidió actuar con contundencia ante la rebelión de su hijo y poner fin a la insumisión. Mérida y Cáceres ciudades partidarias de Hermenegildo, fueron tomadas por la fuerza, y sobornó al general bizantino, que iba a ayudar a Hermenegildo. El nuevo rey católico se quedaba solo y aislado, sin más contingentes militares que los de su provincia, que cada día iba perdiendo territorios. Dados los acontecimientos, puso a salvo a su esposa e hijo enviándolos a Bizancio, aunque Ingundis, fallecería por el camino y su pequeño hijo sería tomado como rehén.

Hermenegildo se fue amparando en las fortalezas y castillos con sus tropas, pero uno tras otro fueron conquistados. Tras la toma de Itálica, Leovigildo acometía el ataque definitivo a Sevilla, la capital de su hijo. Desde el otro lado del Guadalquivir, estrechó su cerco y llegó a bloquear la navegación por el río e incluso desviar su curso para que no llegasen suministros.

El asedio conllevó la hambruna y, aunque la muy católica ciudad de Sevilla resistió dos años, caería en manos de Leovigildo. Osset (san Juan de Aznalfarache) sería el último reducto de resistencia donde un grupo de 300 valerosos suevos enviados por el rey gallego Miro combatieron con Hermenegildo.

Encarcelamiento y martirio

Ya tomada Sevilla, huyó a Córdoba. Allí se presentó su hermano Recaredo diciéndole que, si se postraba ante su padre, le perdonaría la vida. Pero era una trampa, porque así lo hizo y fue hecho prisionero. Lo trasladaron a Sevilla con grilletes y encerrado en la torre donde hoy una iglesia lleva su nombre. Ante el temor a tumultos, se le trasladó a Toledo y luego a Valencia, y de ahí a Tarragona, lejos de sus adeptos que podrían liberarle.

En la prisión fue torturado para que abjurase del catolicismo pero esto no hizo que flaqueara su profunda fe. Y al negarse a recibir la comunión de manos de un obispo arriano, en el 585 sería asesinado en el propio calabozo en el que el visigodo Sisberto cortaría su cabeza con un hacha. No se ha comprobado si lo hizo motu proprio o por órdenes de Leovigildo. La noche de su ejecución se manifestaba un aparato celestial. Gregorio de Tours recuerda el canto de salmodia que se oyó junto al cuerpo del mártir y unas lámparas que se encendían y apagaban de forma misteriosa.

San Hermenegildo en prisión, por Goya

Conversiones de Leovigildo y Recaredo

El sacrificio de Hermenegildo tuvo en seguida un triunfo inesperado. Y es que el supuesto parricida, Leovigildo, torturado mentalmente por lo ocurrido, tras siete días de penitencia se arrepentía, acometía su conversión in extremis, y reconocía como verdadera la fe católica. Fallecía en el año 585 e instigó a Recaredo a que se convirtiera al catolicismo y dejó a san Leandro como guía espiritual del futuro monarca para que guiase sus pasos.

Recaredo abrazó inmediatamente el catolicismo, y en 589, cuando tan sólo habían pasado cuatro años desde el martirio de Hermenegildo, el pueblo visigodo abjuraba del arrianismo, y la religión católica se convertía en oficial. La decisiva actuación de Hermenegildo había sido crucial para ello. Su sangre no había sido derramada en vano.

Conversión de Recaredo, por Antonio Muñoz Degrain

Conspiración del silencio o 'damnatio memoriae'

Lo curioso es que, a excepción de san Gregorio Magno, las fuentes contemporáneas silenciaron este hecho. El mártir Hermenegildo no fue considerado el defensor del catolicismo contra la opresión arriana, sino un súbdito que se rebelaba contra su rey y un hijo que se enfrentaba a su padre, llegando incluso a calificarlo de tyrannus (tirano).

Y es que tras la conversión de Recaredo, y el establecimiento de un estado católico, no convenía asociar catolicismo con rebelión, ni sacar a la luz la oscura actuación de Recaredo con su hermano.

Este silencio contemporáneo sobre la gesta de Hermenegildo, da cancha al presentismo histórico, que llega a negar su conversión y se centran en que Hermenegildo lo que pretendía era crear un reino simultáneo al de su padre o derrocarlo, obviando y negando sus razones religiosas. Lógico, hoy resulta incomprensible la realidad de un rey que lo daría todo por la fe católica de su pueblo y que, con su rebelión y la resistencia contra su padre, manifestó una actitud noble y de moralidad plena muy poco habitual en políticos y dirigentes.

Como príncipe de un pueblo católico al que se le prohibió la justa práctica de su fe, antepuso la fidelidad a la religión en la que creían él y su pueblo, a la fidelidad a su padre el rey. Arriesgó su vida, tanto, que la daría por ello. Dio gloria a su profético nombre de origen germánico que significa «aquel dispuesto para la batalla».

Cuando se acometió años después el traslado del cuerpo de Hermenegildo a Sevilla sucedieron por el camino varios milagros que motivaron la construcción de capillas que llevan su nombre y Sevilla levantó también un hospital, un convento y una capilla en la Catedral que lo recuerda.

Al cumplirse el milenario del martirio, el Papa Sixto V, a petición de Felipe II, canonizaba a San Hermenegildo, el 14 de abril de 1585 y su cabeza quedaba depositada en el Monasterio de El Escorial. El doble milagro post mortem –el encendido espontáneo de lámparas y la audición de cantos salmódicos– había plasmado la presencia de Dios en el lecho del difunto y representaría el símbolo visible de la incorporación de un nuevo santo a la corte celestial.

El legado de Hermenegildo a la civilización occidental y las Fuerzas Armadas

Los visigodos, latiniparlos y muy romanizados, con un potente corpus jurídico, superarían el enfrentamiento étnico y religioso entre visigodos e hispanorromanos, católicos y arrianos, gracias a la conversión de Hermenegildo y luego de Recaredo.

El catolicismo se convertirá en una condición indisoluble a la nación española secula seculorum. Y aunque el devenir de los tiempos traería a la península una invasión de «infieles», el recuerdo del reino visigodo fue uno de los bastiones que alentó a los ejércitos para restablecer la fe cristiana y a la postre, nuestra permanencia en la cultura occidental.

Hoy san Hermenegildo, pese a su importancia, apenas tiene devoción popular, tal vez porque no ha gozado de una iconografía destacada. Pero sin embargo, sí lo recuerdan las Fuerzas Armadas españolas. Como un ejemplarizante prínceps christianus es el patrón de la Corona Española y de los Veteranos de las Fuerzas Armadas y de la Guardia Civil.

El Rey, durante la celebración del Capítulo de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo en el Monasterio de San Lorezo de El EscorialEFE

En 1814 se fundaba la Orden de San Hermenegildo que condecora a militares que demuestran constancia en el servicio e intachable conducta. Hermoso homenaje a la gesta del rey olvidado que dio gloria a su profético nombre que significa «aquel dispuesto para la batalla». En este caso, a la batalla de Dios para España.