Picotazos de historia
Los castrati: una práctica cruel que duró más de un milenio
Durante siglos, se castró a niños entre los siete y los doce años por amor al arte, o por amor a la música con el fin de preservar el tono y la pureza de la voz previa a la pubertad
El castrato –castrati es la forma del plural en italiano– es como se denomina al cantante masculino al cual se le ha intervenido quirúrgicamente con el fin de preservar el tono y la pureza de la voz previa a la pubertad. El individuo, si sobrevivía a la operación, mantendría las cuerdas vocales cerca de las cavidades de resonancia, lo que le daría una brillantez a la voz que no podría alcanzar como adulto «entero». El desarrollo de la caja torácica, en el paso a adulto, aportaría potencia a la voz ya destacada. Literalmente, durante siglos, se castró a niños entre los siete y los doce años por amor al arte, o por amor a la música.
El origen de tan cruel práctica está por primera vez documentado en la persona del maestro de cantores, el eunuco Briso. Este individuo estuvo al servicio de la emperatriz Elia Eudoxia, esposa del emperador Arcadio (395-408 d. C.), instruyendo en el arte del canto a los coros bizantinos. En la basílica de Santa Sofía se documentan la existencia de castrati desde el siglo IX hasta el último trágico fin de la existencia del imperio, cuando fue tomada la ciudad de Constantinopla por el sultán turco Mehmed II «el Conquistador».
Siendo el de eunuco el nombre genérico para toda aquel que había sufrido esa dolorosa intervención, los castrati eran un subgrupo intervenido para el desempeño de una función concreta. En el territorio musulmán la figura del eunuco era muy común. Un individuo que no podía procrear no tendría la tentación de robar o traicionar para beneficiar a una familia que no tenía. Por este motivo eran muy apreciados y podían alcanzar los más altos cargos dentro de la estructura del gobierno. Lo mismo sucedía en el imperio bizantino y en el imperio chino pero no en los reinos de Europa.
Se cree que el motivo del surgimiento de los castrati hay que buscarlo en la primera carta de san Pablo a los Corintios (I Corintios, XIV, 34): « las mujeres callen cuando estén en la iglesia». El texto se interpretó como una prohibición a que las mujeres participaran en las lecturas durante la celebración de la misa y, lógicamente, en los cánticos del coro. De alguna perversa forma se desvió en la mutilación para la preservación de la pureza de la voz de los varones.
Los eunucos cantores o castrati tuvieron predicamento, fuera de los coros eclesiásticos, a partir del siglo XVI; siendo cada vez más populares en las distintas cortes a medida que se introducía un tipo de música más profana. La demanda llegó a ser tal que, durante el siglo XVII, se calcula que se emasculaban a un mínimo de 4.000 niños al año. Esto en la península italiana, que era el principal, y más tarde único, proveedor de tan singular producto para Europa.
Los cambios de gustos musicales y operísticos, así como un cambio de costumbres, marcaron el inicio del fin del tiempo de los castrati. Esto se inició a finales del siglo XVIII. Es en el siglo XIX que tenemos a los últimos castrati famosos: Pacchiariotti y Crescentini que despertarían la admiración del gran Napoleón Bonaparte ( un público difícil en lo que a música se refiere) o el gran Giovanni Battista Velluti ( 1781 – 1861) en cuyo honor se escribirían óperas para que fueran interpretadas por él. Cada vez con más frecuencia en los escenarios los castrati estaban siendo sustituidos por mujeres travestidas de hombres.
En 1878 el Papa León XIII prohibió la contratación de nuevos castrati para los coros eclesiásticos y pontificios, no obstante permitió que aquellos que ya tuvieran plaza en los coros continuaran con el desempeño de su trabajo, para no privarles de su medio de vida y que pudieran alcanzar alguna pensión. En 1902, León XIII, y en 1903 Pio X, ratificaron la prohibición, certificando el fin de esta cruel practica. El último castrato fue Alessandro Moreschi ( 1858 – 1922), castrato del coro de la capilla Sixtina del Vaticano y único del que se tiene registro de su voz. Y es que en 1902 Moreschi llevó a cabo unas grabaciones fonográficas sobre cilindros de cera, de una calidad muy pobre, que son el único testimonio sonoro de esta milenaria y controvertida institución.