Fernando el Católico, el gran olvidado de la aventura española en América
A fuerza de ensalzar –no sin buenas razones, desde luego– el papel irremplazable de la reina Isabel la Católica en el proceso de conquista, evangelización e hispanización de América, incurriendo andamos en el peligro cierto de olvidar el llevado a cabo por un personaje no menos irremplazable de la historia americana: su marido Fernando el Católico.
Fernando desempeña un rol fundamental en momentos importantísimos de la aventura americana. Y lo hace desde el primer momento. Para empezar, está presente en la entrevista inicial que con los Reyes Católicos tiene Colón en Alcalá de Henares el 20 de enero de 1486.
Colón tuvo que convencer a los sabios españoles de la viabilidad de su proyecto, lo que intentará entre 1486 y 1487 en Salamanca por ser en dicha ciudad que se hallan los Reyes, –los dos–, los cuales, aunque no asistieron a la Junta, sí fueron puntualmente informados de lo acontecido en ella. Después de la Junta de Salamanca, Colón recibió suculentos estipendios que no concedía la reina, sino los Reyes al unísono, los cuales superaban ampliamente los 20.000 maravedíes.
Cuando en 1491 Colón se presentó en la ciudad de Santa Fe, donde obtiene, por fin, la aprobación real a su proyecto, fue recibido, una vez más, no solo por Isabel, sino también por Fernando. Las llamadas Capitulaciones de Santa Fe del 17 de abril de 1492 que recogen los términos del acuerdo alcanzado por reyes y marinero, vienen igualmente firmadas por los dos monarcas.
Además, fue el banquero de Fernando el Católico, Luis de Santángel, «escribano de ración» –suerte de ministro de Hacienda– del rey Católico desde 1481, el que provee a Colón de una fabulosa cantidad, 1.140.000 maravedíes, para financiar la expedición descubridora y que representaba más del 55 % de los dos millones de maravedíes en que se calculó el coste total de la expedición.
Coloquio sobre Hispanoamérica
«España es la única potencia que realiza una revisión jurídica y política de lo que sucede en sus virreinatos»
El 26 de noviembre de 1504 se produjo el óbito de la reina Isabel, después de haber dictado el famoso codicilo que dedicó a sus súbditos del Nuevo Mundo en el que ordena que no se consienta «que los indios, vecinos y moradores de las Indias y Tierra Firme, ganadas y por ganar, reciban agravio alguno en sus personas ni bienes, antes al contrario que sean bien y justamente tratados, y si han recibido algún agravio que lo remedien y provean para que no se sobrepase en cosa alguna lo que en las cartas apostólicas de dicha concesión se mandaba y establecía».
A partir de ese momento, Fernando fue el regente de Castilla hasta su muerte, acaecida el 23 de enero de 1516, esto es, durante casi doce años, con dos breves interrupciones que suman quince meses: desde el 27 de junio de 1506 en que por virtud del Tratado de Villafáfila acordó con su yerno Felipe de Habsburgo cederle la corona de Castilla hasta que éste muere sólo tres meses después el 25 de septiembre; y durante la regencia que, justo a continuación, ejerce el cardenal Cisneros hasta que Fernando regresó de Nápoles, el 28 de agosto de 1507 y asumió de nuevo la regencia del reino de su esposa.
Pues bien, durante esa larga regencia de Fernando entre 1504 y 1516, las exploraciones españolas fueron alcanzando un ritmo frenético. En 1508, Díaz de Solís y Yáñez Pinzón recorren las costas de Guatemala, Honduras y Yucatán; en 1509, Juan de Esquibel conquista Jamaica; en 1513, Vasco Núñez de Balboa descubre el Pacífico y Ponce de León la Florida, en los actuales Estados Unidos.
Durante estos años se celebraron también las importantísimas juntas de navegantes de Toro en 1505 y de Burgos en 1508, ambas presididas por el mismísimo Fernando. En ellas, el Rey Católico, plenamente consciente de que «las Indias» no eran «la India» sino todo un Nuevo Mundo, debatió cómo acometer el importantísimo reto de superar el continente descubierto para continuar rumbo a las costas orientales de Asia, como era el objetivo inicial –nunca olvidado– de la aventura española.
Como fruto de dichas juntas salió la expedición de Díaz de Solís en 1515, en la que, a pesar de perder la vida y fracasar en su objetivo de descubrir el paso desde el Atlántico hacia el mar avistado por Vasco Núñez de Balboa, sirvió, al menos, para descubrir el río de la Plata.
Y por si todo esto fuera poco, a Fernando el Católico debemos las importantísimas Leyes de Burgos promulgadas el 27 de diciembre de 1512, verdadera plasmación legal y jurídica del codicilo ya mencionado de la Reina Católica. Un corpus iuris compuesto de nada menos que 35 leyes, con aportaciones de la máxima importancia en varios campos del derecho, así el derecho civil, el derecho penal o el derecho laboral.
Entre otros mandatos, se prohíbe que las mujeres embarazadas trabajen desde el cuarto mes de embarazo y hasta tres años después de alumbrar; que los menores de catorce años sean empleados; que los indios sean desplazados a la fuerza (compárese con las reservas para indios de los yanquis) y toda forma de maltrato y castigo.
Se establecen vacaciones de cuarenta días por cada cinco meses trabajados; el derecho de los indígenas a elegir su oficio; el respeto a sus tradiciones; la obligación de las iglesias no sólo de evangelizarlos, sino de instruirles en la lectura y la escritura; y la absoluta libertad de indios e indias para casarse no sólo entre sí, sino lo que es aún más significativo, con españoles también, al tiempo que se prohíben los matrimonios forzosos y la poligamia. Todo ello acompañado por la creación de un cuerpo de inspectores y visitadores que proveen por la seguridad y el bienestar del indio.
Una labor, como se ve, ubérrima, la del gran Fernando, cuyo papel en la gran aventura española en América no anduvo a la zaga del desplegado por su extraordinaria esposa, tan madre espiritual de América como también Fernando debería ser considerado padre.