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Antonio Pérez Henares
Historias de la historiaAntonio Pérez Henares

Bartolomé de las Casas: de conquistador y encomendero a fraile y redentor

Es uno de los más controvertidos personajes de la historia de España. Lo es por sus escritos pero también por su trayectoria vital en muchas ocasiones en íntima contradicción

Actualizada 04:30

Bartolomé de las Casas

Bartolomé de las CasasReal Academia de la Historia

El libro Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de las Casas es el más terrible y exagerado alegato contra la conquista española que ha servido de base durante siglos para la elaboración de la propaganda de las naciones enemigas y competidoras del entonces hegemónico Imperio español: la Leyenda Negra. Lo fue y lo sigue siendo hoy. En él hay una enconada defensa de los indígenas y una denuncia de los abusos contra ellos, pero en este la exageración da paso incluso a la invención y recoger como hechos ciertos desmesuras atroces sin base ni veracidad para apuntalar su proclama.

Ello se añade a una parte de su biografía durante la cual él mismo practicó lo que luego con tanta virulencia condenó y a una propensión suya, que esa sí recorrió toda su larga vida, de arrimo al poder y de cercanía halagadora a quienes lo detentaban.

La exageración da paso incluso a la invención y recoger como hechos ciertos desmesuras atroces sin base ni veracidad para apuntalar su proclama

Sin embargo, es de justicia reconocer que sus obras –y en particular la que por encima de todas supone su gran aportación al conocimiento de aquel momento en que el mundo cambió y de los personajes que los transformaron, Historia General de la Indias– son el relato de un testigo directo que vivió aquellos extraordinarios acontecimientos del Descubrimiento y del principio de la Conquista de América en primera persona o le fueron relatados por sus protagonistas a quienes conoció y trató, desde los Colón a Ojeda, Cortés, Pizarro o Balboa. Ellos y muchos otros más que hoy son historia universal con quienes tuvo relación, trato, amistad o roces y desafección.

Esa contemporaneidad hacen de esa obra su legado más valioso de ese acontecimiento que transformó, como ninguno ha hecho, la percepción y vida del mundo y de las gentes que lo habitaban y que abarca desde la llegada a las Indias hasta el momento que murió, ya en el año 1562.

Fray Bartolomé de las Casas, elaborado por Félix Parra en 1875 para la Exposición Internacional de Santiago de Chile

Fray Bartolomé de las Casas, elaborado por Félix Parra en 1875 para la Exposición Internacional de Santiago de Chile

Porque desde el principio la familia De las Casas rondó por allí. Un tío suyo fue uno de los participantes en el primer viaje de Colón. Siendo él un niño, nació en 1484, lo vio desembarcar en Sevilla con el almirante y asombrado vio pasar su comitiva hasta la catedral con sus asombrados ojos fijos en aquellos indios y aquellos grandes pájaros multicolores.

Al segundo viaje colombino ya acudieron su padre, Pedro de las Casas y otros dos tíos más, que arribados de nuevo a La Española, participaron en la batalla de la Vega Real que acabó con la principal resistencia indígena y recibieron tierras e indios en encomienda, o sea que debían trabajar para él con la supuesta contraparte de que cuidarlos y mantenerlos. Aquella encomienda estuvo cerca del fuerte de Santo Tomás, fundado y defendido por Ojeda, en cuyo río y arroyos cercanos los indios extraían oro para su progenitor y que luego el heredó.

Al regresar su padre a Sevilla en el año 1498, le trajo además un regalo: un jovencito indio como esclavo y sirviente personal para él, lo que despertó su curiosidad por cómo era su vida y sus costumbres. Sin embargo, la reina Isabel, la primera en verdad gran defensora de los indios y que había prohibido el esclavizarlos, enfadada con Colón por haberlo hecho, los hizo liberar.

El primer viaje del joven De las Casas, acompañando a su padre que volvía a sus posesiones, se produjo en 1502 con la gran flota que llevaba a Santo Domingo, la nueva capital de la isla, al Gobernador, Nicolás de Ovando, que llegaba a sustituir a Cristóbal Colón, que había vuelto a España encadenado por pesquisidor real Francisco de Bobadilla.

Bartolomé que tenía estudios y escribía correctamente el latín, llegaba a las Indias, según propia confesión, «a desechar la pobreza» y empleó su tiempo además de en sus tareas como encomendero, como doctrinero evangelizador. Participó en las escaramuzas finales contra la última resistencia indígena en la región de Higuay. Lo hizo a las órdenes del hombre de confianza de Ovando, Diego Velázquez de Cuéllar, conocido de su padre, que había llegado con él en el segundo viaje colombino y había permanecido en ella y como fruto obtuvo algunas tierras y encomiendas.

En 1506 regresó a España y sintiéndose cada vez más atraído por la carrera religiosa viajó a Roma y volvió a las Indias ya con la dignidad de presbítero, pero ello no le impidió seguir ocupándose de su hacienda y sus encomiendas. Allí buscó el arrimo del nuevo virrey, el hijo del almirante, Diego Colón y de la virreina, nada menos que la sobrina del duque de Alba, María Álvarez de Toledo, que mucho tuvo que ver en el nombramiento. La cercanía con ellos —los De las Casas siempre la tuvieron con los Colón— quedó patente en la presencia de ambos en el acto de su ordenación sacerdotal en 1510, que no impidió que siguiera ocupándose de sus encomiendas.

Porque no fue él, para nada, quien primero protestó por los abusos de estos a los indígenas sino el más joven de los cuatro dominicos llegados a La Española, Antonio Montesinos, quien pronunció ante los atónitos virreyes que asistían a la misa, el famoso y encendido discurso de condena contra el maltrato a los indios y los abusos de los encomenderos señalándoles como los peores pecadores. Fue mucho el escándalo, la queja y las amenazas contra el fraile y la Orden, pero a la semana siguiente Montesinos no solo no templó sus palabras, sino que las endureció. El conflicto se encrespó y acabó llegando a la Corte española. Bartolomé de las Casas se mantuvo de perfil y más bien del lado de los virreyes y los encomenderos.

Desde La Española partió después con Velázquez y su sobrino Pánfilo de Narváez a la conquista de Cuba, como clérigo ya, y allí fue testigo de algunos actos atroces cometidos por la compañía de Narváez, que él mismo relata y asegura haberle recriminado. Un pellizquito de monja. Pero lo cierto es que siguió con ellos y vio mejorada, en muy buena medida y a merced del Gobernador, su situación con dos buenas encomiendas y no poca cantidad de indios para que se las trabajaran.

Pero De las Casas no iba a tardar en dar la gran sorpresa. Un domingo en su sermón, y presente Velázquez y las autoridades más importantes, fue él quien lanzó el duro anatema contra los agravios, dolor y malos tratos que se infligían a los indios señalando a las encomiendas y los encomenderos como responsables mayores.

Disputa o controversia con Ginés de Sepúlveda contendiendo sobre la licitud de las conquistas de las Indias

Disputa o controversia con Ginés de Sepúlveda contendiendo sobre la licitud de las conquistas de las Indias

El escándalo fue mayúsculo, pero en esta ocasión con una tacha añadida que le echaron de inmediato en cara: él mismo era un encomendero también. Pero al siguiente domingo llegó su respuesta: renunció a sus encomiendas y pidió y obtuvo aunque hubo de esperar bastantes años el ingreso en la Orden Dominica.

El De las Casas anterior iba a dar paso al que ahora conocemos y que tuvo desde entonces como máxima dedicación la defensa de los derechos de los indios. Eso sí, en sus primeros escritos, patrocinaba que sus cometidos fueran ocupados por esclavos negros. Se retractó después pero hay que entender que la esclavitud era algo perfectamente normalizado en los parámetros de aquel tiempo.

En el año 1515 viajó, ya con Montesinos, a la Corte para denunciar el generalizado abuso y reclamar el cumplimento de las Leyes de Burgos de 1512, donde se establecía una protección para los indígenas, pero que al otro lado del mar no se cumplía en absoluto. Se entrevistó con el regente, el cardenal Cisneros, a quien le expuso su propuesta de un nuevo modelo de evangelización y de supresión radical de las encomiendas. Fue muy del agrado del cardenal y lo sería aún más después del hombre de confianza del nuevo rey, Carlos, el también cardenal y después Papa, Adriano de Utrech, a quien dirigió su Memorial de remedios, donde exponía sus propósitos bastante utópicos, pero que lograron su aprobación.

Fue ya el nuevo rey Carlos, fallecido Cisneros, quien le otorgó grandes poderes y le dio el título de Defensor de los Indios. Con ellos regresó a América para poner en práctica su plan de reforma estableciendo comunidades indígenas libres, otras intervenidas por funcionarios reales, y el estricto cumplimiento de la Leyes de Burgos. Sin embargo, el rey confirió la autoridad efectiva en La Española y las gobernaciones que dependían de ella a la Orden de los Jerónimos que no tenían una postura tan radical como la suya y con quienes no tardó en chocar.

Tras nuevo viaje a España logró que el ya Emperador le firmara unas nuevas capitulaciones para que repoblara la costa de Paria, en la actual Venezuela, siguiendo sus propias doctrinas. La expedición fue un fracaso y la utopía chocó sangrientamente con la realidad. Hubo muertos, deserciones, traiciones y rebeliones y culminó en tragedia.

Su gran éxito habría de esperar hasta 1542 con la aprobación de las Leyes Nuevas que reforzaban el papel protector de las de Burgos. Fue nombrado obispo de Chiapas poco después, pero apenas si ejerció el cargo viéndose obligado a regresar a España debido a la oposición frontal de las autoridades coloniales. Ya no regresó nunca a América, pasando el resto de su vida en la Corte donde gozó de gran influencia.

Fue uno de los dos protagonistas de la famosísima «Controversia de Valladolid»(1550) con Fray Ginés de Sepúlveda donde, con una antelación de más de tres siglos se discutió el Derecho de Conquista y se puso sobre la mesa la igualdad de derechos de todos los seres humanos algo que provenía de las extraordinarias aportaciones humanísticas y cristianas de la Escuela de Salamanca y el jesuita Juan de Mariana, que iban a ser nada menos que el prólogo, base esencial y sostén de la muy posterior Declaración Universal de los Derechos Humanos. Es de justicia y orgullo para España también el reconocer que Fray Bartolomé de las Casas que a pesar de sus contradicciones fue entonces también precursor esa concepción universal de la dignidad humana.

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