Mitos y verdades de la Biblioteca de Alejandría: ni hubo un gran incendio ni se quemaron todos los libros
La existencia de este centro de conocimiento perduró más allá «de la época de César y se habla de ella a principios de la era cristiana»
El gran faro del conocimiento del mundo antiguo, la Biblioteca de Alejandría, desapareció tras un gran incendio provocado por Julio César en el 48 a.C. O esa es la afirmación que se ha popularizado a lo largo de la Historia.
Otra versión habla de que fueron los árabes musulmanes en el s. VII los culpables de este hecho. Sin embargo, la Biblioteca de Alejandría no se consumió por las llamas.
El profesor de Geografía e Historia, Daniel Hidalgo, aclara que no se trataba de «un edificio, como sucede con las bibliotecas que conocemos en la actualidad». En este caso, se encontraba dispersa entre varios puntos de Alejandría. Es cierto que la ciudad sufrió incendios y terremotos, habituales en la época, y que algunos papiros sucumbieron al fuego, incluido el citado del emperador romano.
Pero la existencia de este centro de conocimiento perduró más allá «de la época de César y se habla de ella a principios de la era cristiana», tal y como apunta la Enciclopedia de la Historia. Igualmente, Hidalgo añade que los libros no desaparecieron por completo, pues, en ese caso, «no habría llegado ninguno». No obstante, se desconoce el porcentaje de los que se perdieron.
Falta de patrocinios
La explicación que Hidalgo otorga a la desaparición de la Biblioteca de Alejandría fue la falta de patrocinio de los gobernantes. Para ello, nos sitúa bajo la dinastía ptolemaica de Egipto. Fueron ellos quienes convirtieron la ciudad en puntera a nivel cultural en su época por la acumulación de escritos de geografía, astronomía o ciencia.
La leyenda otorga a Alejandro Magno ser el ideario de recopilarlo todo en un mismo complejo. Sin embargo, fue propuesta por Ptolomeo I, fundador de la dinastía que lleva su nombre. Los primeros libros de la colección fueron adquiridos por él. Ptolomeo III la aumentó en número por los que eran confiscados y copiados en las embarcaciones que llegaban a Alejandría.
Las diferentes familias y empresas apoyaron la iniciativa, hasta que llegaron los romanos. Ellos se desentendieron del mantenimiento de los edificios, actuación más dañina que cualquier otro desastre.
En la Baja Edad Media, monasterios y universidades tomaron el relevo en la copia de libros, como la Escuela de Traductores de Toledo. Así, se descentralizaba la actividad, evitando que una catástrofe aniquilara por completo todo el saber recogido a lo largo de los siglos.