Picotazos de historia
El gran sacrificio que tuvo que hacer el mayor historiador de China para poder completar su obra
Registros Históricos de Sima Qian abarcan 2.500 años de la historia de la China antigua y es considerada como la fuente más importante para conocer el periplo de este Imperio asiático
Los llamados Registros Históricos son una obra histórico-biográfica completada por el erudito Sima Qian (145 – 86 a.C.). Este señor fue un historiador y escritor de la dinastía Han y su obra abarca un periodo de 2.500 años de la historia de China. Sima Qian inicia su obra con el mítico emperador amarillo «Huangdi» (2.717 – 2.600 a.C.) hasta el emperador Wu de la dinastía Han Occidental (141 – 87 a.C.).
La mastodóntica obra de Sima está considerada la más importante fuente de la historia de la China antigua. Y no es para menos, ya que los Registros Históricos se componen de 130 volúmenes que contienen más de medio millón de palabras y que se dividen en: 12 volúmenes de crónicas y anales históricos, 30 acerca de las familias de la nobleza Han y de los distintos reinos y periodos, 70 volúmenes de biografías, 10 de listados varios y 8 sobre diversas materias. Tanto la información que nos transmite el texto como el método biográfico utilizado por Sima Qian serán adoptados por las siguientes administraciones encargadas de redactar las crónicas oficiales. Pero Sima Qian estuvo a punto de no poder terminar su gran obra. Para ganar tiempo estuvo dispuesto a un gran sacrificio. Les explico a ustedes.
En torno al año 100 a.C. el emperador Wu, a quien se le atribuye el apogeo del esplendor político y cultural de la dinastía Han Occidental, estaba descontento con el historiador Sima Qian. Wu había estado leyendo los undécimo y duodécimo anales y consideró que la manera de escribir del maestro Sima era demasiado irrespetuosa para con su sagrada persona. Wu no estaba complacido pero reconoce la valía del trabajo. Pero ni olvida ni perdona.
En el año 99 a.C. el nieto de un famoso general y amigo personal de Sima Qian se encontraba al frente de las tropas que tratan de sofocar una revuelta de los pueblos nómadas de las estepas orientales (actual Mongolia). Estos pueblos levantiscos son conocidos como los Xiongnu. El general chino, de nombre Li Ling, fue superado por la táctica y el número de los Xiongnu, quienes aniquilaron a sus tropas y lo capturaron.
En la corte del emperador Wu la noticia de la derrota cayó como un jarro de agua fría. Los cortesanos, con idea de quitarse responsabilidades de encima, buscaron una cabeza de turco y la mejor opción era la del general derrotado y prisionero. No tardaron, llevados por su celo y entusiasmo, en declarar que el general era un traidor y que su familia debía de ser exterminada.
Sima Qian fue la única voz discordante en medio de ese coro de acusadores. Sostuvo que Li Ling no contó con suficientes medios (suministros, soldados, dinero, etc) ni con el apoyo de otros ejércitos que intervenían en la campaña y, a pesar de su notoria inferioridad, había prestado un gran servicio con su derrota. Sima argumentó que las tropas de Li Ling habían peleado con gran valor y la victoria de los Xiongnu había sido pírrica por el gran número de bajas que habían tenido y que les había impedido continuar con la ofensiva.
El emperador Wu, que les recuerdo a ustedes que rumiaba agravios con la obra de Sima, no se tomó nada bien la defensa que el historiador hizo del general derrotado. De la argumentación del erudito sacó que el historiador atacaba la actuación del comandante en jefe de la campaña, que da la casualidad que era el hermano de la concubina favorita del emperador y al que habían dado tal puesto por empeño de la señorita. La consecuencia lógica era que la culpa final recaía en aquel que había nombrado al comandante en jefe.
Sima Qian fue condenado a muerte por tratar de engañar al emperador. Tal fue el delito del que fue acusado. Podía rebajar la pena un grado si pagaba una multa de medio millón de yuanes, pero Sima no tenía semejante cantidad ni medios para conseguirla. En cambio, sí sabía de leyes y reivindicó que se le aplicase otra pena en base a una antigua ley, esperando con ello salvar la vida para poder continuar con su obra, su máximo anhelo. Argumentó con convicción y el emperador accedió.
Sima Qian salvó su vida y pudo continuar con la que consideraba que era la gran labor de su vida, pero no salió intacto. Y es que eligió la pena de castración.