De Alfonso XII a Felipe VI: dos reyes ante la tragedia de su pueblo
Fueron educados en el patriotismo, la capacidad de sufrimiento, la entrega, la disciplina y el amor por cumplir con su deber que se aprende en las Academias Militares
Las imágenes que hemos visto de los Reyes de España en Valencia, mientras el presidente de Gobierno huía de los españoles por miedo a las consecuencias de sus actos en la tragedia que ahora asola el Levante español, nos lleva a recordar el papel de su bisabuelo Alfonso XII ante una tragedia nacional semejante a la que ahora viven los españoles.
Alfonso XII y Felipe VI han sido educados en el patriotismo, la capacidad de sufrimiento, la entrega, la disciplina y el amor por cumplir con su deber que se aprende en las Academias Militares. Hemos visto al Rey y a la Reina mezclarse con su pueblo en la tragedia, como es su obligación, en una situación como la que actualmente se vive en España.
En 1885 llegó a España una de las tres grandes oleadas epidémicas de cólera que causó 120.000 muertos. Entonces el gobierno de Cánovas, igual que ahora, no se movilizó para luchar contra la epidemia, desautorizando el uso de la vacuna del bacteriólogo Jaime Ferrán.
El 2 de julio de 1885 Alfonso XII viajó a Aranjuez, donde la epidemia era especialmente virulenta. Con 7.000 habitantes, los infectados se elevaban al 12 % y con una tasa de mortalidad del 45 %, porcentaje superior al de Valencia, Murcia, Nápoles o Tolón. A primera hora de la mañana salió Alfonso XII del Palacio Real en una berlina camino de la estación de Atocha, acompañado de un médico de palacio y de un ayudante. En Atocha el Rey ordenó a su ayudante comprara tres billetes de primera para
Aranjuez en el tren de Andalucía que salía a las 7.15 horas. El Rey subió al tren como un ciudadano más, sin que nadie le reconociera. Pero antes de la salida, le identificó el jefe de estación, quien dio aviso a sus superiores.
Alfonso XII había decidido visitar uno de los lugares con más contagios sin pedir autorización al Gobierno. Cánovas había prohibido al Rey, unos días antes, viajar a Murcia, donde el cólera hacía enormes estragos. En Aranjuez, el día anterior a la visita regia, se habían producido 152 infectados y 78 defunciones. Alfonso XII viajó sin esperar la autorización del Gobierno, que había vetado poco tiempo antes su proyectado viaje a Murcia para conocer los estragos del cólera en aquella ciudad.
Durante cuatro horas el Rey recorrió las calles de Aranjuez devastadas por la epidemia. Visitó el Hospital del Real Patrimonio, donde estuvo con los enfermos más graves. Habló con las monjas del convento de San Pascual, donde habían fallecido seis religiosas y visitó el Regimiento de Húsares de la Princesa y el Regimiento de Infantería de San Fernando, entre cuyas filas ya se habían producido una docena de defunciones.
El Rey regresó a Madrid en tren a las cuatro de la tarde.
En las Cortes se acordó suspender la sesión para que los diputados pudieran recibirle en Atocha. En el Parlamento, el jefe de la oposición, Sagasta, dijo: «El Rey en Aranjuez, solo, sin preparativos, sin aparato alguno. Ha ido a luchar con la muerte y ante rasgo tan heroico solo se me ocurre gritar: ¡Viva el Rey!». La ovación fue unánime. El valor y el compromiso de Alfonso XII con su pueblo era evidente. Su coraje demostrado al exponerse al cólera cuando se sabía enfermo de tisis, enfermedad de la que moriría en noviembre, tres días antes de cumplir los 28 años.
La reina María Cristina acudió a la estación de Atocha a recibirlo. Allí se produjo una insólita escena: al agarrarse del brazo del Rey en el andén, tuvo que ser fumigada junto a él con vapor desinfectante de timol y ácido fénico. En el recorrido hasta el Palacio los Reyes fueron aclamados por su solidaridad con las víctimas de la epidemia.
La prensa, rendida
La prensa de la época equiparó aquel homenaje del pueblo de Madrid con el que se le tributó a su vuelta de París para asumir el trono diez años atrás. «Ha tenido hoy el bizarro Rey D. Alfonso la ovación más espontánea, más general y más merecida que haya recibido nunca Monarca alguno», describiría el diario La Época.
La Revista de España se hizo eco de la visita del Rey a la doliente Aranjuez: «Si ésta quiere vivir en estos tiempos y ser una institución fuerte y poderosa, tiene que asociarse a la vida del país, encarnando en los sentimientos y en las necesidades de los pueblos, participando de sus placeres y de sus angustias y, sobre todo, atendiendo el Rey, por sí mismo, a las palpitaciones de la opinión pública».
La epidemia provocó ácidos debates en las Cortes. Una de las intervenciones más duras fue la del diputado Cristino Martos, del Partido Radical, que en la sesión del 2 de julio dijo: «Me encuentro sin Gobierno que combatir, porque ese Gobierno está muerto, no porque tenga que marcharse, que ya sé yo que no se marchará, ni debe hacerlo, ni puede hacerlo; pero muerto está precisamente por la imperiosa, por la inexcusable, necesidad de quedarse». La historia se repite. Sin comentarios.