Los constructores de las ciudades clave para la expansión española en el Sáhara
Los españoles venían explorando esta gran porción de desierto con salida al mar desde la segunda mitad del siglo XIX y cuyos límites definitivos quedaron marcados en el Tratado de París de 1900
La ocupación de Ifni en 1934, demorada desde que en 1860 el sultán reconociera la soberanía española en un lugar de la costa atlántica frente a Canarias, revivió la vieja cuestión del Sáhara español. Esa gran porción de desierto con salida al mar que los españoles venían explorando desde la segunda mitad del siglo XIX y cuyos límites definitivos quedaron marcados en el Tratado de Paris de 1900.
España tenía reconocida su parte de África, pero no la había ocupado. En la inmensidad de arena, solo eran españoles las fronteras pactadas con Francia. En esa época, las tribus seguían señoras del desierto, nomadeaban por las arenas buscando pastos y ejerciendo el tráfico mercantil mientras los españoles permanecían constreñidos en el fuerte de Villa Cisneros y alguna pequeña posición costera más. En esos años había llegado el momento de realizar la expansión, que comenzaba por el conocimiento del territorio para luego dominarlo.
La creación de la Agrupación de Tropas Nómadas fue esencial para esta misión. Los integrantes eran indígenas encuadrados con mandos europeos, lo que facilitaba el contacto con las tribus y el acuerdo posterior que permitió expandirse pacíficamente por la región. Para ello se contó con el concurso de algunos militares excepcionales, vocacionales, satisfechos de su trabajo sahariano y adaptados al terreno.
Entre el 24 y el 30 de abril de 1934 una mía (compañía) a camello dirigida por el capitán Galo Bullón asistido por los tenientes De la Gándara y Cascajo, veterinario, salió de la posición española de Cabo Juby (Tarfaya) para dirigirse al oasis de Daora, situado muy al norte del Sáhara español. Había allí una vieja fortaleza abandonada y, al tener agua, parecía idóneo para un asentamiento.
El 1 de mayo se ocupó el lugar, al día siguiente llegó en avión desde Cabo Juby el gobernador González Deleito y se dio por fundado el primer puesto español que no era costero, el cuarto del territorio. Los puestos militares necesitaban de asistencia civil y enseguida llegaban comerciantes, trabajadores y familias produciéndose el asentamiento definitivo. Además contaban con los atisbos de colonización: comunicaciones, escuela, dispensario y servicios administrativos, algunos tan necesarios como desconocidos en la zona como es el caso de los registros civiles.
Bullón no se paró allí. El 10 de julio emprende un largo camino con su mía a la que se unen los descendientes de Ma el Ainin, el antiguo señor del territorio norte, lo que supone una aquiescencia con la labor española. Llegaron a Smara el 15 de ese mes. La vieja ciudad sagrada, única del Sáhara, fundada por el Ainin en 1888 en un valle oculto pero con agua y pastos.
En aquel año, el líder del desierto se llevaba bien con el sultán de Marruecos, que lo ayudó enviando trabajadores y materiales que desembarcaban en Cabo Juby y trasportaban a lomo de camello. El mítico saharaui levantó edificios y plantó palmeras. Fue casi destruida por los franceses en 1913, pero todavía quedaban restos de la gran mezquita, nunca acabada, de las casas de las mujeres y servidores del morabito, algo de la biblioteca y almacenes y otras dependencias arruinadas.
Bullón escribía: «Casa aún en buen estado, otras caídas, un palmeral en trance desaparecer. Los descendientes del chej Ma el Ainin cultivan allí escasa parcelas entre los palmerales, y uno de ellos reside allí con carácter permanente como conservador y guardián de edificaciones» (Notas sobre geografía humana de los territorios de Ifni y del Sáhara. Madrid 1944).
Hasta ese momento solo un europeo había estado antes, el francés Michel de Vieuchange, que murió casi en el momento de verla y dejó un libro de título significativo: Ver Smara y morir (Paris 1932, con una excelente edición española de Pablo Ignacio de Dalmases de 2015). De nuevo, el gobernador González Deleito quiere apoyar personalmente el proyecto y aterriza, en una escuadrilla de cuatro aviones, al día siguiente para aprobar la fundación de un nuevo puesto-ciudad.
Uno de los aviones lo pilotaba un militar llamado José Antonio López Garro, que dejó plasmadas sus impresiones en el libro Ifni y Samara (Madrid 1935), describió los restos de Smara vistos desde el avión y la impresión que le produjo: «Todas esas edificaciones están hechas de piedra negruzca, y en su mayoría sin repellar, de arte análogo a otras construcciones saharianas, muy en consonancia con la severidad del paisaje». La desolación que transmiten las ruinas de lo que fue un importante centro religioso y comercial.
Poco después, en 1938 otro veterano de Marruecos y participante en la ocupación de Ifni, el comandante Antonio de Oro Pulido se fijó en la orilla de la Saquia el Hamra, que es una ancha avenida seca la mayor parte del año y llena de agua con las lluvias. Había un lugar donde los pozos permitían vida estable. Allí, un tanto alejada del mar, y acompañado por Galo Bullón, decidió fundar la ciudad de El Aaiún.
Ya habían visitado el lugar en 1934 porque había un puesto de vigilancia de los izarguien, una de las tribus de la zona. Decidieron levantar otro de los puestos militares fijos y los edificios auxiliares necesarios para constituir el embrión de una ciudad que, en 1940, fue declarada capital del territorio.
Galo Bullón murió en Granada en 1954, después de una vida de servicio en Marruecos y el Sáhara y su participación en la Guerra Civil. El teniente De la Gándara murió en la Guerra Civil, años después se le concedió la laureada. López Garro, que combatió en el bando republicano, murió en el exilio en México en 1979. Antonio de Oro Pulido murió de septicemia en 1940, siendo gobernador del África Occidental Española.