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Sacerdotisas en la Antigua Roma

Picotazos de historia

«¡Oh, vergüenza!»: el escándalo de las agapetas que ocasionó la condena de los primeros Concilios

Una cadena de escándalos dañaron profundamente la fama y apreciación de una institución que había nacido errada. De esta manera los primeros concilios desaprobaron y rechazaron la práctica de unirse a comunidades agapetas

«¿No tenemos derecho a comer y beber? ¿No tenemos derecho de traer con nosotros a una mujer creyente, como lo hacen los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefás?» (1 cor 9, 45) Este párrafo, sacado de la primera carta a los corintios de san Pablo, se considera el fundamento del que surgió y desarrolló el denominado «Sineisakismo». Esta era la práctica de un matrimonio «espiritual», en el que un hombre y una mujer, que han hecho voto de castidad, viven juntos en una relación casta y no legalizada, bien en pareja bien en comunidad.

En sus inicios, estoy hablando de finales del siglo I d. C., estas vírgenes consagradas a Dios y conocidas como agapetae (amadas en griego) hacían vida en común, conviviendo castamente con eclesiásticos o con otros laicos consagrados. En definitiva se trataba de una fraternidad de carácter edificante, fundamentada en la mutua ayuda dentro de una comunidad orientada hacia el amor espiritual. La teoría es fantástica y, como muchas veces sucede, se pegó de leches con la realidad.

Como pueden imaginarse la edificante y casta teoría empezó a chirriar en seguida y en algunos casos se produjeron sonoros descarrilamientos. Más que nada producto de la condición humana. Y es que los abusos y degeneraciones no tardaron en producirse causando gran escándalo entre la grey.

El más furibundo de los detractores de esta institución fue el Padre de la Iglesia ( junto con san Agustín, san Gregorio Magno, san Ambrosio de Milán, los pilares de la doctrina latina) san Jerónimo (347-420) que arremetió contra esta institución en su epístola a Eustoquio: «¡Oh vergüenza, oh infamia! ¡Cosa horrible pero cierta! ¿De dónde viene esta plaga de agapetas a la Iglesia?» Otro futuro Padre de la Iglesia, san Cipriano de Cartago, en su epístola a Pomponio nos dejó una sabrosa explicación de cómo las supuestas vírgenes eran solaz y alegría de sus compañeros de comunidad.

Esta continua cadena de escándalos dañaron profundamente la fama y apreciación de una institución que había nacido errada. De esta manera los primeros concilios (Constantinopla en el 381 y Éfeso en el 431 d. C.) desaprobaron y rechazaron la práctica de unirse a comunidades agapetas. Esta desaprobación moral se desarrollaría en una condena social y jurídica con las primeras legislaciones serias en contra de esta institución. Me refiero al Código Teodosiano, encargado por el emperador Teodosio II. Sin embargo esta no fue la primera prohibición, correspondiendo el galardón al Sínodo de Ancyra celebrado en el año 314 d. C., la necesidad de ratificar posteriormente la prohibición significaba que no se le hizo mucho caso.

De hecho la practica continuó de manera más o menos encubierta hasta su abolición definitiva decretada en el Segundo Concilio de Letrán, en el año 1139, celebrado durante el pontificado de Inocencio II. Este Papa estaba lidiando con un cisma en la Iglesia, y una guerra civil en Roma, producto del enfrentamiento entre dos familias de la nobleza romana: los Frangipanne y los Pierleoni, así que no estaba para tonterías y todo el mundo captó que la prohibición esta vez iba en serio.

Independientemente de la institución de las agapetas existieron las denominadas «vírgenes subintroductae». Estas no tenían nada que ver con la castidad o con la comunidad espiritual. Sencillamente se trataba de señoritas que introducían de matute en las comunidades religiosas, para quedarse, con objeto e idea de aliviar la soledad de los espíritus más sensibles a las flaquezas de la carne. Para que vean ustedes que los carotas son omnipresentes y sin fronteras.